Atrás quedaba la excursión a la cima del volcán y por delante teníamos unas horas muertas hasta que nos vinieran a buscar para llevarnos al otro lado de la isla. Nuestra expedición se había quedado reducida al matrimonio joven brasileño, el holandés solitario y una servidora; las amigas inglesas habían decidido proseguir por su cuenta, fieles a su tradición de aislamiento isleño, supongo. Juntos nos adentramos en el atractivo misterio del paisaje lunar formado por senderos de arena y lava a los pies de Bromo.
Un antiguo templo con un aire muy balinés nos recibió imponente, cual superviviente en medio de la polvareda del camino.
La soledad y desolación en la que nos veíamos envueltos nos hacía sentir como una suerte de exploradores en nuestro retorno a pie a un hostal que se nos hacía cada vez más lejano. La extraña belleza del camino embriagaba y animaba a continuar.
Paisaje volcánico en los alrededores de Bromo |
Tras recobrar fuerzas (por fin) comiendo algo en el pueblo de Cemoro Lawang, retomamos el peregrinaje. El valle volcánico dejó paso a un paisaje verde y frondoso, igualmente solitario, tan sólo salpicado de alguna vivienda escondida. De esta aparente nada surgió, como si de una aparición se tratase, un vendedor de peces de colores portando la mercancia en su motito adaptada para tal fin. Recibió nuestra sorpresa por la singularidad del medio de transporte con paciencia y una media sonrisa posada en la consabida fotografía.
La mala (o buena) fortuna hizo que el monzón hiciera acto de presencia en forma de lluvia tormentosa. Aceleramos el paso y cuando quisimos darnos cuenta, a nuestro holandés errante se lo había tragado la tierra. Resultó que no fue la tierra sino un refugio al que había acudido para encender su cigarrillo. Y allí estaba alegremente enzarzado en una conversación con un pastor local ¿Había aprendido el idioma local? Nada más lejos, pero con un poco de imaginación, gestos, mucho buen humor y empeño, ambos lograban comunicarse. Mi diccionario viajero con ilustraciones contribuyó aún más a este intercambio entre el pastor y el representante de su antiguo colonizador que compartían felizmente tabaco. El pastor nos mostró orgulloso su vaca y nos enseñó los rudimentos de su idioma. Tan mágica fue la conexión que surgió, que mi nuevo amigo brasileño decidió convertir al pastor en digno poseedor de su bandera y le hizo entrega de la que había estado portando en su mochila durante meses en espera de un momento como aquel. El pastor reconoció Brasil de inmediato (¡bendito fútbol!) y se alegró mucho con el presente. No hay una instantánea que inmortalice el encuentro, así que, queda a merced de vuestra imaginación, pero si algún día viajáis cerca de Bromo y veis una bandera brasileña adornando un cobertizo, ya sabéis a qué se debe.
Valle de Bromo en el Parque Nacional del Bromo Tengger Semeru |
Seguro que en vuestros viajes habéis tenido algún encuentro parecido, superando barreras de idioma y cultura, ¡contádnoslo!