Tras el cómodo retiro espiritual en la antigua ciudad colonial de Luang Prabang, mi amiga y compañera de viaje y yo cogimos el transporte regular a Nong Khiaw, una pequeña población a los pies de la jungla donde pretendíamos encontrarnos con unos canadienses ¡La aventura empezaba!
El transporte era una camioneta habilitada para llevar viajeros en su parte trasera, sentados en bancadas enfrentadas. No sólo para personas era aquel transporte. En cuanto salimos de la estación, paramos para cargar todo tipo de materiales de construcción en todos los recovecos del vehículo. Todos se prestaron tranquilamente a ayudar con el tetris. Tampoco fue el único alto en el camino. Paramos a descargar bultos y pasajeros (juntos o por separado) en varias ocasiones y recogimos nuevos, incluso a un cerdito y su dueño (lástima no haber podido inmortalizar el momento, el espacio reducido por lo comprimidos que íbamos los integrantes de la carga, y el pudor que la fotografía resultara incómoda al fotografiado me lo impidieron).
El transporte era una camioneta habilitada para llevar viajeros en su parte trasera, sentados en bancadas enfrentadas. No sólo para personas era aquel transporte. En cuanto salimos de la estación, paramos para cargar todo tipo de materiales de construcción en todos los recovecos del vehículo. Todos se prestaron tranquilamente a ayudar con el tetris. Tampoco fue el único alto en el camino. Paramos a descargar bultos y pasajeros (juntos o por separado) en varias ocasiones y recogimos nuevos, incluso a un cerdito y su dueño (lástima no haber podido inmortalizar el momento, el espacio reducido por lo comprimidos que íbamos los integrantes de la carga, y el pudor que la fotografía resultara incómoda al fotografiado me lo impidieron).
Cargando el autobús a la salida de Luang Prabang |
El paisaje del camino era pobre, pero bello y alegre. Mascarilla y gafas, importantes escudos contra el polvo. Los baches haciendo peligrar nuestra estabilidad de tanto en cuando. Las gentes observándonos al pasar. Al cruzarnos con una salida de escuela, los niños nos perseguían, saludándonos entre risas. Preadolescentes con sus uniformes desgastados de corte británico compartiendo bicicleta (raro es el vehículo para una sola persona en esta parte del mundo).
Carreteras en Laos |
Y de este modo, horas más tarde, tras atravesar un largo camino de arena escoltados por algunas gallináceas despistadas, vislumbramos la parada de autobuses de nuestro destino. Estábamos en Nong Khiaw.
Entrada a Nong Khiaw, Laos |
Parada de autobuses de Nong Khiaw, Laos |
Bellos cerros enmarcando un frondoso paisaje selvático salpicado de cabañas de bambú a los pies del río Nam Ou. Un pueblo privilegiado, puesto que contaba con un flamante puente, un par de hostales, wifi, estación de autobuses y embarcadero.
La suerte nos concedió encontrar cobijo para la noche, cuando ésta empezaba ya a ser demasiado profunda y a flaquear nuestra fe. Y también nos permitió amanecer al día siguiente para encontrarnos con nuestros amigos y juntos emprender la excursión obligada a las cuevas de Pha Tok, en el extremo más alejado del pueblo. Los canadienses, por su estatura e indumentaria (gorras de béisbol, pantalones cortos y camisetas), pasaban aún menos desapercibidos que nosotras y fueron recibidos con grandes reverencias por los improvisados guardianes de las cueva: un grupito de niños capitaneados por una chiquilla muy resabiada para su edad.
Niñas haciendo de guías improvisadas en las cuevas de Pha Tok, Nong Khiaw, Laos |
Con el gesto de tristeza perfectamente ensayado, pidiendo posar para la foto en inglés chapurreado, y la bolsa preparada para recoger los souvenirs de los turistas (bolígrafos o cualquier otra baratija), rápidamente, tras recibir los presentes, nos cogieron de la mano para guiarnos en la oscuridad de la cueva.
Cuevas de Pha Tok, en Nong Khiaw, Laos |
Nos ayudaban a subir los escalones canturreando alegremente los números en inglés y hasta en castellano, al detectar que nosotras éramos españolas. Una rutina perfectamente calculada, ya parte de una actividad laboral más propia de un adulto. Hasta que, ya acabada la excursión, llegamos a una era y resurgió el niño que llevaban dentro nuestros pequeños guías...y también el de nuestros grandes amigos. Todos saltaron sobre los montones de paja y empezaron a dar volantines. Los niños entusiasmados al ver a los grandullones revolcándose con ellos. Los mayores felices de poder jugar como niños. Un bonito broche final a nuestra visita a Nong Khiaw.
Niños jugando a las afueras de Nong Khiaw en Laos |
¿Tienes alguna experiencia similar de visita con guía infantil no solicitado como la nuestra? ¿Cómo lo viviste?