lunes, 11 de noviembre de 2013

Rumbo a la jungla laosiana

Tras el cómodo retiro espiritual en la antigua ciudad colonial de Luang Prabang, mi amiga y compañera de viaje y yo cogimos el transporte regular a Nong Khiaw, una pequeña población a los pies de la jungla donde pretendíamos encontrarnos con unos canadienses ¡La aventura empezaba!

El transporte era una camioneta habilitada para llevar viajeros en su parte trasera, sentados en bancadas enfrentadas. No sólo para personas era aquel transporte. En cuanto salimos de la estación, paramos para cargar todo tipo de materiales de construcción en todos los recovecos del vehículo. Todos se prestaron tranquilamente a ayudar con el tetris. Tampoco fue el único alto en el camino. Paramos a descargar bultos y pasajeros (juntos o por separado) en varias ocasiones y recogimos nuevos, incluso a un cerdito y su dueño (lástima no haber podido inmortalizar el momento, el espacio reducido por lo comprimidos que íbamos los integrantes de la carga, y el pudor que la fotografía resultara incómoda al fotografiado me lo impidieron).


Cargando el autobús a la salida de Luang Prabang

El paisaje del camino era pobre, pero bello y alegre. Mascarilla y gafas, importantes escudos contra el polvo. Los baches haciendo peligrar nuestra estabilidad de tanto en cuando. Las gentes observándonos al pasar. Al cruzarnos con una salida de escuela, los niños nos perseguían, saludándonos entre risas. Preadolescentes con sus uniformes desgastados de corte británico compartiendo bicicleta (raro es el vehículo para una sola persona en esta parte del mundo).


Carreteras en Laos

Y de este modo, horas más tarde, tras atravesar un largo camino de arena escoltados por algunas gallináceas despistadas, vislumbramos la parada de autobuses de nuestro destino. Estábamos en Nong Khiaw.

Entrada a Nong Khiaw, Laos


Parada de autobuses de Nong Khiaw, Laos

Bellos cerros enmarcando un frondoso paisaje selvático salpicado de cabañas de bambú a los pies del río Nam Ou. Un pueblo privilegiado, puesto que contaba con un flamante puente, un par de hostales, wifi, estación de autobuses y embarcadero.


Vista desde el puente sobre el río Nam Ou en Nong Khiaw, Laos
La suerte nos concedió encontrar cobijo para la noche, cuando ésta empezaba ya a ser demasiado profunda y a flaquear nuestra fe. Y también nos permitió amanecer al día siguiente para encontrarnos con nuestros amigos y juntos emprender la excursión obligada a las cuevas de Pha Tok, en el extremo más alejado del pueblo. Los canadienses, por su estatura e indumentaria (gorras de béisbol, pantalones cortos y camisetas), pasaban aún menos desapercibidos que nosotras y fueron recibidos con grandes reverencias por los improvisados guardianes de las cueva: un grupito de niños capitaneados por una chiquilla muy resabiada para su edad.

Niñas haciendo de guías improvisadas en las cuevas de Pha Tok, Nong Khiaw, Laos
Con el gesto de tristeza perfectamente ensayado, pidiendo posar para la foto en inglés chapurreado, y la bolsa preparada para recoger los souvenirs de los turistas (bolígrafos o cualquier otra baratija), rápidamente, tras recibir los presentes, nos cogieron de la mano para guiarnos en la oscuridad de la cueva.

Cuevas de Pha Tok, en Nong Khiaw, Laos
Nos ayudaban a subir los escalones canturreando alegremente los números en inglés y hasta en castellano, al detectar que nosotras éramos españolas. Una rutina perfectamente calculada, ya parte de una actividad laboral más propia de un adulto. Hasta que, ya acabada la excursión, llegamos a una era y resurgió el niño que llevaban dentro nuestros pequeños guías...y también el de nuestros grandes amigos. Todos saltaron sobre los montones de paja y empezaron a dar volantines. Los niños entusiasmados al ver a los grandullones revolcándose con ellos. Los mayores felices de poder jugar como niños. Un bonito broche final a nuestra visita a Nong Khiaw.



Niños jugando a las afueras de Nong Khiaw en Laos


¿Tienes alguna experiencia similar de visita con guía infantil no solicitado como la nuestra? ¿Cómo lo viviste?











martes, 30 de julio de 2013

Luang Prabang, joya budista con toque francés

Es la ciudad de Luang Prabang mágica, las calles de su casco histórico entremezclan bellos edificios de madera de estilo colonial con multitud de templos budistas a orillas de un Mekong atravesado por frágiles puentes de bambú.
Monje paseando por delante de una de las casas coloniales de Luang Prabang
Puente sobre el Mekong en Luang Prabang, en reconstrucción tras el monzón

Haw Kam, Luang Prabang
Diariamente, la quietud del alba se rompe por la procesión silenciosa de los monjes budistas descalzos cumpliendo con la tradición ancestral de recoger la comida del día de las manos de sus generosos vecinos. Portan cuencos que llenan de arroz cocido a la manera del país, es decir, pegado (lo que en mi tierra se consideraría "empastrado") mientras los turistas se agolpan, curiosos, haciendo fotografías e incluso participando también en el rito. Un rito que la autoridad comunista, poco dada a los fervores religiosos, no osa romper por el atractivo y  lucrativo negocio que supone.
Dando el desayuno a los monjes en Luang Prabang


Tras el desfile, comienza el mercado diario y entre los productos asiáticos surgen también como propios y autóctonos unas deliciosas baguettes herencia del pasado francés.  ¡Con qué gusto se le hinca el diente a un bocadillo tras 4 meses de arroz! ¿Y qué decir de los crepes con chocolate (bien poco apreciado en tierras asiáticas)?

Monjes recibiendo su comida diaria de manos de una fiel delante del puesto de baguettes en Luang Prabang
Puesto en el mercadillo diario. ¿Buñuelos laosianos?
En los alrededores, fácilmente accesibles con tuc tuc, uno puede adentrarse en el bosque y descubrir un entramado de cascadas y pozas en las que refrescarse del húmedo calor tropical.



"Taxi" en Laos

Cataratas Kuang Si cerca de Laos


Y al caer la noche, tras cumplir con el rito de despedir al sol ocultándose tras los cerros cercanos, ir a  disfrutar de una interesante combinación culinaria francesa y asiática en alguno de los cafés de estilo europeo y puestos de comida callejeros. Sin embargo, en Laos hay toque de queda. A medianoche, como Cenicienta, hay que volver al hotel o albergue, antes de que venga la policía a meternos en el calabozo. Hay turistas que no se resisten a prolongar la nocturnidad y acuden a lugares clandestinos que continúan abiertos a sabiendas de las autoridades locales que miran hacia otro lado. Mientras traigan dinero, todo se les permite.

Turistas eligiendo la comida en un puesto del mercado nocturno de Luang Prabang
Definitivamente, es fácil disfrutar de la calma y placeres de Luang Prabang y los días que allí pasé, arropada por la familia coreana que gestionaba mi hostal, fueron muy agradables. No obstante, las contradicciones entre la permisividad con el turista y la represión al local, hacen que cuestione si la aparente armonía que allí se respiraba era, sólo eso, aparente. Como aparenteme pareció el supuesto voto de pobreza de los monjes tras sorprenderles hablando por un teléfono inteligente.

Terraza de un café en Laos: ¿Monjes con voto de pobreza llamando por móvil de última generación?

¿Has estado en Luang Prabang? ¿Te suscitó las mismas dudas que a mí respecto a su armonía?


domingo, 23 de junio de 2013

Culto al sol en Laos

Tengo la suerte de venir de una tierra rica en el sol del mediterráneo. El cielo azul y despejado es casi como el pan nuestro de cada día. Y cuando falta, enseguida nos ponemos nerviosos, inquietos, nos entra una gran desazón. ¿Injustificada? No, es el sol que echamos de menos. ¿Qué tendrá que lo hace tan especial? Vida, energía, que levanta el ánimo y alegra el espíritu.
El culto al sol es algo muy explotado por los agentes turísticos del sudeste asiático. Se ofrecen excursiones por doquier para ver la salida o la puesta de sol en puntos geográficos de renombre y monumentos. Grandes madrugones y largas esperas acompañadas de masas de turistas peleando por la mejor fotografía. ¿Deberíamos hacer lo mismo con nuestros visitantes en España?
Esta fascinación por el sol está ya muy extendidas, son muchos los adeptos, por lo que escasean la paz y la armonía en la contemplación. Sin embargo, todavía quedan lugares por explotar, como este en que ahora espero la caída del sol, en Luang Prabang, Laos, a orillas del Mekong. 

Puesta de sol sobre el Mekong, Luang Prabang, Laos

A mi lado hay una señora de mediana edad de algún país europeo que ha accedido a compartir el banco con resignación, y que ahora parece aliviada al ver que mi amiga observa y yo escribo en silencio. Juntas podremos compartir el bello ocaso. Una visión de la naturaleza, única y cotidiana a la vez, reflejo del ciclo de la vida.
No va a ser esa nuestra suerte. Acaba de llegar un comando de fotógrafos chinos dispuestos a entran en combate.



Despliegan trípodes, objetivos y enormes máquinas de fotografiar de última generación. No les importa importunar la visión al resto de espectadores.



Gentilmente, le indico a uno que se siente a mi lado para evitar interrumpir el espectáculo. Triunfante me enseña su mejor fotografía pero nota, por mi poco entusiasmo, que mi deseo es disfrutar el momento. No abandona su empresa pero, al menos, ya no bloquea la vista.




El atardecer llega a su fin acompañado del ruido de los "clicks" de las máquinas de fotografiar, disparando, cual proyectiles, en todas las direcciones y ensombreciendo, por momentos, el mágico ocaso. 
Menos mal que mañana seguro que, de nuevo, sale el sol.


El aumento del poderío económico de los chinos en los últimos años ha provocado que cada vez sea más frecuente encontrarse con grandes grupos de turistas viajando en masa. Cuando aterrizan en un lugar turístico, rápidamente toman posiciones como un ejército bien organizado, arruinando el disfrute del resto de los turistas, ¿te has encontrado con uno de estos comandos de asalto? ¿crees que pronto será insufrible viajar a ciertos lugares?

domingo, 14 de abril de 2013

Same, same but different (lo mismo, lo mismo, pero diferente)

Llevo ya unos días en Camboya, uno de los países más pobres que he visitado hasta ahora. Sus gentes, siempre sonrientes, ocultan detrás de la sonrisa, su reciente drama histórico. Hay una generación desaparecida, las personas de mediana edad escasean. Sí se ven niños, muchos niños. Niños muy pobres que atosigan al turista inténtadole vender todo tipo de baratijas, comida y bebida. En especial me impresionan los niños de los famosos templos de Siem Reap. Rodean al visitante mostrando sus mercancías y reclamando su atención con un ñoño canturreo. La gran mayoría son niñas. Niñas muy listas que, cuando detectan la nacionalidad del potencial cliente, cambian rápidamente a su idioma para argumentarle los motivos por los que este ha de comprarle. ¿Hasta dónde llegarían si fueran a la escuela? 

Niños jugando en los templos de Angkor Wat en Siem Reap, Camboya
Aprovechan los ratos sin turistas para jugar. Porque, al fin y al cabo, son niños. Niños como los nuestros. Same, same, but different. Frase muy utilizada por los vendedores de estas tierras.  "Same same" es una coletilla que utilizan para convencer al turista que compre un producto similar cuando no tienen el que les piden. Muestran otro artículo al cliente, y, para convencerlo, ante su desconcierto, añaden: "same same". El turista, responde "but different" y el vendedor sonríe e insiste. Paradójico. Same same, but different.

Ta Prohm, Camboya
Como la niña que tengo delante mientras escribo estas líneas sentada en las ruinas del fascinante templo de Ta Prohm. Tendrá alrededor de 6 años. Está cómodamente en cuclillas, muy concentrada en algo. ¿Qué está haciendo? Me acerco sigilosamente y compruebo que está dibujando en la arena. Totalmente absorta en la tarea.

La niña del templo Ta Prohm
Los turistas pasan por su lado haciendo fotos a las ruinas del escenario de Lara Croft sin percatarse de su presencia. Se la ve feliz dibujando. Imagino que la evade de la realidad que sus harapientas ropas delatan. Por su concentración y perseverancia en el dibujo (no ya tanto por su destreza) me recuerda a otra niña que también dibujaba desde temprana edad y que llevo siempre en el corazón. Sólo que esta niña no podrá recibir clases ni conservar la imagen que está plasmando en la arena. Same same, but different.


Se acerca un grupo de turistas chinos que advierte la existencia de la niña. Emocionados, la rodean y comienzan a hacerle fotografías y regalarle caramelos, diciéndole "piaoliang, piaoliang" (guapa, guapa). La niña aguanta pacientemente el momento pero no parece alegrarse por las atenciones que recibe. Por fin, los chinos la abandonan a sus suerte para seguir con su visita guiada y la niña, ignorando completamente los caramelos, retorna a la faena. Aliviada, comprueba que su obra sigue intacta y la continúa. 

La niña rodeada por los turistas chinos
La niña recibiendo los obsequios y elogios de los turistas por el dibujo

Tímidamente, me acerco a ella. He recordado que tengo algo que puede que le guste más que los dulces. Le entrego un lápiz. Gracias a una turista francesa que pasa por allí, también le damos un papel. Rápidamente, sin mirarme si quiera, la niña se apoya en unas piedras y se pone a dibujar. Muestro interés por su dibujo, pero no parece importarle mi persona ni mis fotografías. Solo quiere dibujar. Yo la observo y escribo. Llega otro grupo de turistas y se coloca entre nosotras. La niña aprovecha la confusión para desaparecer entre las ruinas con su preciado trofeo. Imagino que temerá que se lo pida de vuelta. No sabía que era un regalo.
Mi nueva amiguita dibujando muy concentrada
Ojalá mi pequeño presente la ayude y pueda seguir dibujando. Al igual que ayudé a esa otra niña tan especial para mí. Same same, but different.


Viajar por países mucho más pobres y deprimidos que el nuestro hace que choquemos con una realidad que, aunque sabemos que existe desde nuestra comodidad diaria, no somos plenamente conscientes de ella hasta que la tenemos delante de nuestras narices, y aún entonces, no creo que jamás podamos ser capaces de imaginar lo que sería vivir esa otra vida. Same, same, but different, ¿qué opinas?

martes, 19 de marzo de 2013

Yogja, antigua meca del viajero hippy (II)

Los días en Yogjakarta transcurrían marcados por los contrastes de la ciudad. Allí estaban las casas coloniales de estilo holandés con sus típicos tejaditos sombrero pintadas de alegres colores, albergando establecimientos indonesios.




Casa estilo colonial en Yogjakarta
Conviviendo con multitud de mercadillos callejeros vendiendo productos de gusto musulmán bajo la lluvia del monzón.

Un mercadillo en las afueras de Yogjakarta
Y restos de las ruinas de un glorioso y desaparecido pasado. Borubudur, del que ya os hablé, y Prambanan, el complejo hindú más grande del Sudeste asiático, patrimonio de la humanidad.

Prambanan, Java, Indonesia
 
En Prambanan volví a reencontrarme, a través de las escenas talladas en la piedra de sus templos, con la historia de los amantes Rama y Sita que conocí en Bali. Y de paso descubrí, que la que yo creía una inocente y romántica historia de amor, era todo un entramado de dioses, guerras, intereses cruzados, pecados, venganzas, pasiones y celos incontrolados.
Como en Borubudur, también en Prambanan coincidí con excursiones escolares, esta vez, bastante más jóvenes. Aquello parecía un improvisado jardín de infancia con niños correteando entre los antiguos templos dando una nota de color a un día muy nublado, con sus camisetas amarillo chillón, jugando a meterse en los charcos que había dejado el monzón, ante la mirada de resignación de sus cuidadoras vestidas con ropajes musulmanes. La atracción de un charco de lluvia hacia un niño sobrepasa fronteras y culturas, ¡inútil resistirse!




Visitantes autóctonos en las ruinas de Prambanan en Indonesia

Java es una isla muy castigada por los terremotos, y Yogjakarta aún mostraba las heridas de guerra del último de ellos. Varios edificios de su ciudad antigua aún no habían sido reconstruidos y permanecían abandonados para que los guías "voluntarios" contaran historias increíbles de ellos, y los jóvenes autóctonos los usaran como refugio para sus encuentros clandestinos.


Yogjakarta es también ciudad de artesanos, como los fabricantes de las marionetas planas con las que se entretienen los indonesios horas y horas viendo, una y otra vez, las mismas historias interminables, ya sea en el teatro o retrasmitidas por televisión. Y los famosos batiks o telas teñidas artesanalmente que son ofrecidas al turista enmarcadas a modo de cuadros. Y, cómo no, en los vestigios de la zona hippy, hay multitud de talleres de pintores que ofrecen sus obras al visitante.



Fresco en una calle de Yogjakarta

Artesano fabricando una marioneta en Yogjakarta, Indonesia

Yo, empero, tenía en mente visitar a un personaje indonesio mucho más imponente: el Dragón de Komodo, habitante de la isla de Lombok, a la que no había logrado llegar en mi ruta viajera y del que el zoo de Yogjakarta cuenta con un par de ejemplares. Gracias a la ayuda de los amables habitantes de la ciudad, y un recorrido de varios autobuses, alcancé mi objetivo, un zoo orientado al público infantil y nada frecuentado por visitantes extranjeros, lo cual hizo que me convirtiera en el especimen más raro. Me dediqué a saludar a unos y a otros, a modo de estrella de cine, y hasta a posar con algunos visitantes a los que mi presencia les causaba más sorpresa que la de los animales.


Convertida en una atracción para los indonesios

Y, finalmente, allí estaba, frente a frente con las bestias que dormían plácidamente en su cubículo. Las desperté con un poco de ruido y alzaron su cabeza. El animal escapado a la evolución de las especies me saludaba desubicado fuera de su entorno natural. Del mismo modo que lo estaba yo con mi visita fuera de los itinerarios turíticos y que puso el broche final a mi estancia en Indonesia.

Dragones de Komodo en el zoo de Yogjakarta, Indonesia

¿Has visitado alguna atracción en el extranjero no orientada a turistas? ¿Qué pasó?






domingo, 3 de marzo de 2013

Yogja, antigua meca del viajero hippy (I)

Tras un cansado y largo viaje nocturno que duró más de 10 horas en un minibus, Yogjakarta nos recibió en los albores del alba, en pleno resurgir de la vida tras el descanso de la noche. Una buena siesta y, ¡Yogjakarta, allá voy!


Una calle de Yogjakarta, Indonesia

Allí estaba el boulevard Malioboro, una avenida repleta de tiendas ofreciendo baratijas orientales a los turistas y todo tipo de artículos a las gentes locales. Al caer la noche, sus luces de neón se encienden y los soportales de las casas de estilo holandés albergan un improvisado mercadillo.

Avenida Malioboro en el centro de Yogjakarta

Numerosas mezquitas se hallan repartidas por la ciudad y en ellas las jóvenes fieles musulmanas rezan con sus ropajes blancos cubriéndolas casi por completo.

Mezquita en Yogjakarta

Ya de noche surgen otras jovencitas con sus minifaldas cantando rock and roll en sitios de moda.

Marcha nocturna en Yogjakarta

No muy lejos de la ciudad queda la excursión obligada al templo de Borubudur, una pirámide de piedra tallada narrando historias budistas con impresionantes estupas en la cima coronadas por un Buda que observa plácidamente el paisaje.


Borubudur, Java, Indonesia

Borubudur, el templo budista más grande del mundo, abandonado a su suerte tras el dominio musulmán para ser más tarde redescubierto por el colonizador británico, es ahora visitado como monumento por las nuevas generaciones indonesias. Entre ellas, un grupo de jóvenes estudiantes que posaban haciéndose fotos entre las estupas budistas con sus ropajes estilo musulmanán y sus velos de alegres colores.

Jóvenes posando en el templo Borubudur, en Indonesia

Estos fueron algunos de los contrastes con que me topé en los días que pasé en Yogjakarta. Pero sin duda, el más grande de todos llegó una mañana en que, muy temprano, el silencio del amanecer se vio interrumpido por cánticos en árabe. Al acudir a la llamada del exterior, descubrí que las calles se habían  convertido en improvisados mataderos, en los que hábiles carniceros degollaban, despellejaban y cortaban carne de vacas, ovejas y cabras. La escena, truculenta a ojos del visitante occidental, era vivida sin embargo como una fiesta por los habitantes locales y los niños correteaban y jugueteaban entre el ganado vivo y muerto.

Sacrificio de reses en la festividad de Eid Al-Adha en Yogjakarta, Indonesia

Más tarde supe que aquello era día sagrado para los musulmanes, el Eid Al-Adha y que la carne iba a ser repartida entre los pobres. Aquello no alivió totalmente mi mirada occidental urbanita acostumbrada a la carne ya precortada en bandejas colocadas en las baldas de un supermercado.


Organizando la carne en la fiesta de Eid Al-Adha en Yogja, Indonesia


Este espectáculo algo dantesco no era la estampa que esperaba encontrar del antiguo refugio hippy y, sin embargo, aquello era el reflejo de la auténtica Yogjakarta y lo otro solo un espejismo inventado por el visitante extranjero que hasta le había acortado el nombre hasta dejarlo sólo en Yogja. ¿Qué más sorpresas me depararía aquella ciudad?

¿Habéis estado en alguna otra supuesta ciudad hippy que luego no os lo haya parecido? ¡Contádnoslo!