Tras un cansado y largo viaje nocturno que duró más de 10 horas en un minibus, Yogjakarta nos recibió en los albores del alba, en pleno resurgir de la vida tras el descanso de la noche. Una buena siesta y, ¡Yogjakarta, allá voy!
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Una calle de Yogjakarta, Indonesia |
Allí estaba el boulevard Malioboro, una avenida repleta de tiendas ofreciendo baratijas orientales a los turistas y todo tipo de artículos a las gentes locales. Al caer la noche, sus luces de neón se encienden y los soportales de las casas de estilo holandés albergan un improvisado mercadillo.
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Avenida Malioboro en el centro de Yogjakarta |
Numerosas mezquitas se hallan repartidas por la ciudad y en ellas las jóvenes fieles musulmanas rezan con sus ropajes blancos cubriéndolas casi por completo.
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Mezquita en Yogjakarta |
Ya de noche surgen otras jovencitas con sus minifaldas cantando rock and roll en sitios de moda.
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Marcha nocturna en Yogjakarta |
No muy lejos de la ciudad queda la excursión obligada al templo de Borubudur, una pirámide de piedra tallada narrando historias budistas con impresionantes estupas en la cima coronadas por un Buda que observa plácidamente el paisaje.
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Borubudur, Java, Indonesia |
Borubudur, el templo budista más grande del mundo, abandonado a su suerte tras el dominio musulmán para ser más tarde redescubierto por el colonizador británico, es ahora visitado como monumento por las nuevas generaciones indonesias. Entre ellas, un grupo de jóvenes estudiantes que posaban haciéndose fotos entre las estupas budistas con sus ropajes estilo musulmanán y sus velos de alegres colores.
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Jóvenes posando en el templo Borubudur, en Indonesia |
Estos fueron algunos de los contrastes con que me topé en los días que pasé en Yogjakarta. Pero sin duda, el más grande de todos llegó una mañana en que, muy temprano, el silencio del amanecer se vio interrumpido por cánticos en árabe. Al acudir a la llamada del exterior, descubrí que las calles se habían convertido en improvisados mataderos, en los que hábiles carniceros degollaban, despellejaban y cortaban carne de vacas, ovejas y cabras. La escena, truculenta a ojos del visitante occidental, era vivida sin embargo como una fiesta por los habitantes locales y los niños correteaban y jugueteaban entre el ganado vivo y muerto.
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Sacrificio de reses en la festividad de Eid Al-Adha en Yogjakarta, Indonesia |
Más tarde supe que aquello era día sagrado para los musulmanes, el Eid Al-Adha y que la carne iba a ser repartida entre los pobres. Aquello no alivió totalmente mi mirada occidental urbanita acostumbrada a la carne ya precortada en bandejas colocadas en las baldas de un supermercado.
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Organizando la carne en la fiesta de Eid Al-Adha en Yogja, Indonesia |
Este espectáculo algo dantesco no era la estampa que esperaba encontrar del antiguo refugio hippy y, sin embargo, aquello era el reflejo de la auténtica Yogjakarta y lo otro solo un espejismo inventado por el visitante extranjero que hasta le había acortado el nombre hasta dejarlo sólo en Yogja. ¿Qué más sorpresas me depararía aquella ciudad?
¿Habéis estado en alguna otra supuesta ciudad hippy que luego no os lo haya parecido? ¡Contádnoslo!
Interesante nota, próximamente estaré por allí, así que ya te contaré que tal...
ResponderEliminarÉxitos :)
Me alegro que te guste, pásalo muy bien en Yogja. Mi experiencia fue algo especial porque era el Eid Al-Adha, ya contarás qué tal la tuya.
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