domingo, 30 de marzo de 2014

Navegando hacia el país de la eterna sonrisa

De nuevo navegando las tranquilas aguas del Mekong, observando el paisaje de la jungla laosiana despidiéndose de nosotros al pasar. Pronto estaríamos en tierras tailandesas. Bueno, no tan pronto, la barcaza desde Luang Prabang tardaría aún dos días en llegar a la frontera. Así que, nos dedicamos a relajarnos, admirar las vistas y bromear con los viajeros locales del barco. 

Río Mekong, Laos
Hasta que nuestra tranquilidad se vio abruptamente perturbada al llegar a Pakbeng, parada obligada en el camino a la frontera. Allí descubrimos que lo que para nosotras era un apacible viaje en barcaza rumbo a Tailandia, para aquellos que iban hacia Laos se trataba de una gran juerga y borrachera colectiva, que ya empezaba en los botes cargados de licor de arroz, y alcanzaba su máximo apogeo en aquel alto en la ruta. Grandes carteles anunciaban habitación con el reclamo de alcohol gratis. La única calle del pueblo estaba invadida por hordas de jóvenes, británicos en su mayoría, enfundados en sus chancletas y bermudas, comportándose como recién llegados a Benidorm en el viaje de fin de curso. Difícil escapar a tanta fiesta y más aún encontrar alojamiento. Al final nos colamos en un estecho cubículo que creímos alejado del bullicio. No fue así. Nuestro sueño se vio varias veces interrumpido por música, gritos, risas y la policía haciendo el paripé de parar aquel caos. Una ducha fría haciendo equilibrios en el baño compartido del hostal y volvíamos al remanso de paz de nuestro bote.

Barcos cubriendo la ruta Laos - Tailandia por el Mekong
Finalmente, al caer la noche del segundo día, llegamos a Huay Xai, ciudad fronteriza. Las aguas del Mekong separando dos países vecinos sin un puente que los uniera, solamente un concurrido servicio de ferries. No llegamos a tiempo para lograr una plaza en el barco de aquel día. Nos conformamos, pues, con mirar a Tailandia desde la otra orilla imaginando lo que allá econtraríamos al día siguiente. Decíamos adiós a Laos con tristeza, un país del que guardaría gratos recuerdos de lo visto y vivido con las personas que allí conocí y bellas imágenes impresas para siempre en mi memoria. Sin embargo, la melancolía de la despedida era rápidamente vencida por el ansia del espíritu viajero por conocer nuevos mundos. Empezaba una nueva etapa del viaje, nuevas vivencias con otras gentes y otra cultura en el país de la eterna sonrisa. Tailandia pronto nos daría la bienvenida.

¿Has llegado alguna vez a un remoto y aparentemente tranquilo lugar para encontrarte con la sorpresa de haberse visto convertido es un desenfreno de juerga y alcohol como Pakbeng? ¡Cuéntanoslo!






domingo, 16 de marzo de 2014

Paraíso aislado en Laos (II)

Paz, mucha paz, esa era la principal característica de la aldea de Muang Ngoi. Una paz únicamente perturbada por el ruido de los generadores eléctricos de algunas viviendas al anochecer. Una paz contagiosa que hacía que ni a mi compañera de viaje ni a mí nos apeteciera abandonar el lugar. Sin embargo el dinero, siempre omnipresente, aún sin bancos ni cajeros, también regulaba la vida en este paraíso aparente. Dinero ya casi no nos quedaba, por lo que sólo nos restaba una jornada y había que aprovecharla. Y eso hicimos.


Alrededores de Muang Ngoi, en Laos
Echamos a andar hacia el interior, siguiendo una ruta que nos llevaría a visitar la aldea vecina. La senda aparecía y desaparecía entre la naturaleza, atravesando algún que otro riachuelo. Zapatillas fuera, un poco de equilibrio...y ¡a cruzar! Lo teníamos fácil, íbamos de paseo y teníamos todo el tiempo del mundo. Las gentes locales lo tenían más complicado, iban cargadas con la compra hecha en el mercado de Muang Ngoi que peligraba en sus espaldas.


En el camino cruzamos una primera aldea, no más de una docena de viviendas y niños jugueteando por la calle que nos miraban recelosos. Una sensación de intruso incómodo me invadió, ¿nos verían como a extranjeros blanquitos snobs por mirarlos curiosos y hacerles fotos? Difícil equilibrio mantener el respeto por el ser humano ocultando la sorpresa por la disparidad de su forma de vida...
Un plato de arroz compartido para recobrar fuerzas y retomamos nuestra ruta por la jungla.

Aldea cerca de Muang Ngoi, Laos

Continuamos avanzando entre el bello y frondoso paisaje hasta que se abrió un claro y apareció ante nuestros ojos una apacible aldea. Menos transitada por turistas, los que hasta allí llegábamos éramos recibidos con una mezcla de curiosidad y amabilidad. Visitantes y habitantes nos observábamos mutuamente con la misma extrañeza.


Únicamente un hombre nos trató con gran naturalidad. Padre de familia, nos acogió en su improvisado restaurante y, con su medio inglés, nos presentó orgulloso a sus hijas. En agradable tertulia, nos habló de su otro vástago que estaba estudiando y formándose en la ciudad para un futuro más próspero. Una mirada al cielo nos obligó a acortar la visita. El sol no esperaba y urgía retornar a la seguridad de nuestra hostal. A paso acelerado, llegamos a Muang Ngoi cuando ya despuntaba el ocaso. Una última bella puesta de sol para despedirnos de aquel paraíso cada vez menos aislado.