miércoles, 26 de diciembre de 2012

Viaje a la isla de los volcanes

Con pesar por abandonar la que ya consideraba "mi" Ubud, el afán por conocer más mundo me llevó a continuar el viaje a la isla de los volcanes, Java. Sólo el nombre ya me hacía emular paisajes exóticos.
Viniendo desde Bali, se echa de menos la frondosidad de su paisaje tropical y el alegre colorido de sus templos y sus gentes con las frecuentes ofrendas y ceremonias; en su lugar llega el impresionante paisaje lunar y volcánico que ya se vislumbra desde el ferry. Nos adentrábamos en el misterio del mundo musulmán en el epicentro de Indonesia.

Aproximación a Java desde el ferry de Bali

Compartí viaje en un minibus con un encantador matrimonio muy jovencito de brasileños (¡algún día os iré a ver!), un holandés errante para ahogar penas del corazón y dos amigas londinenses al inicio del año sabático. Salíamos de mañanita de Kuta (en mi caso antes de Ubud) para atravesar toda la isla hasta alcanzar el noroeste, cruzar en ferry a la vecina Java y proseguir otras largas horas hasta llegar, exhaustos, a nuestro destino.Ya bien entrada la noche, llegábamos a un pueblo a los pies del volcán Bromo. Juntos, deambulamos de hostal en hostal, regateamos, insistimos, peleamos... para finalmente lograr una habitación con ducha compartida, bastante frío y un plato de pasta deshidratada regado con fanta roja (les encanta por Asia) porque no quedaba ya agua embotellada. El madrugón era importante, nos acostábamos a medianoche y a las cuatro partíamos ya a la cima del monte para ver el amanecer sobre Bromo.

Amancer sobre el valle del volcán de Bromo, en Java

¿Por qué tenemos que madrugar tanto? Tan sólo hemos logrado concentrarnos todos los turistas en manada y los comerciantes con su café (¡menos mal!) y baratijas, avanzando adormilados en la penumbra y luchando por una foto. Estos asiáticos venden muy bien sus amaneceres....¿Por qué nosotros no obligamos a nuestros turistas a ver el amanecer sobre el mediterráneo, todos juntos en procesión? Los deseos de venganza y el mareo del cansancio me estaban ya superando cuando, con las primeras luces del alba, apareció ante nosotros el paisaje. La vista del crater del volcán asomando entre la bruma y las nubes y rodeado del valle de árboles quemados me cautivó.



Y aún quedaba lo mejor. Nos acercaron en jeep hasta las dunas. Los últimos metros  consistían en atravesar una explanada de arena y cenizas asediados por chavalines ofreciéndonos sus caballitos para llegar a la meta. Accedí a la turistada, tras un pequeño tira y afloja, y monté en un caballito, manteniendo el equilibrio, no sin dificultades. Si caía, parecía que el suelo era blando...Logré subir la colina (y alegrar un poco el día al cuidador de mi caballo que me observaba mis esfuerzos muy divertido) y disfruté como una niña pequeña.


Caballitos para la visita a Bromo, Java

Al final del trayecto nos esperaba una empinada escalera que nos separaba de los últimos metros hasta alcanzar el crater. Menos mal que algún vecino balinés había dejado una ofrenda a los pies de la escalera, ¡estábamos protegidos!.


Y allí estaba, un poco sin aliento, justo delante del crater del volcán Bromo. Había visto volcanes antes pero nunca tan de cerca que un resbalón pudiera hacerme formar parte de uno. Impresionante.
La que yo había apodado "isla de los volcanes" acababa de darme la bienvenida por todo lo alto.


Volcán de Bromo, Java
Guías esperando a que bajaran los turistas






Uno de los graciosos caballos que ayudan a alcanzar el volcán de Bromo, Java

¿Has ejercido de turista por el mundo y te has visto obligado a madrugar con la promesa de ver un amanecer único? ¿Mereció la pena?

martes, 27 de noviembre de 2012

Adentrándome en la realidad local de Bali

Mis primeros días en Ubud fueron de lo más ajetreado. En compañía de un nuevo amigo húngaro hicimos casi todo lo que de turístico hay que hacer por allí (él tenía poco tiempo y, por tanto, mucha prisa).
Fuimos a ver bailes balineses, en los que nos admiramos de los movimientos de ojos, como si fueran a salirse del sitio, y los retorcimientos de manos imposibles de imitar.
Bailes típicos de Bali

Descubrimos que en Bali hacen el café más caro del mundo (Kopi Luwak), tostando el grano defecado por un extraño animalillo parecido a un visón y llamado civeta. Lo descubrimos, pero no lo probamos, no acabamos de verle el porqué de pagar tanto por un café proveniente de tan oscuro origen...

La civeta responsable de la creación del café más caro del mundo, el Kopi Luwak

Por supuesto, hicimos la visita obligada al gran volcán Batur.


Volcán Batur, Bali
Y nos enternecimos con la bella estampa de fervor y devoción de los balineses haciendo sus abluciones en los chorros de las fuentes sagradas del Templo Tirta Empul.


Templo Tirta Empul, Bali
También visitamos algún otro templo, paseamos por arrozales y nos hartamos de comer Nasi Goreng (plato típico a base de, ¿cómo no?, arroz). Cuando mi amigo se fue (porque se acababa su viaje), yo estaba exhausta y decidí tomarme un día azul (así lo llama una amiga): dedicado al cuidado femenino). Tras los meses que ya llevaba a mis espaldas, decidí ir a cortarme el pelo. De todas las peluquerías de Ubud alcanzables a pie, opté por una, no por mejor ni peor, sino porque la peluquera me cayó simpática. Y así fue como me hice amiga de una mujer de Java que vive desde hace años en Ubud y a quien le gusta hacer amigos entre los extranjeros afincados allí (aún sigue mandando noticias de tanto en cuando). Inmediatamente, se ofreció a llevarme a conocer a sus amigos occidentales. Me pasaría a buscar esa noche en su motito para llevarme al bar donde tocaban unos amigos balineses. Andando no, en su moto era más seguro. Accedí, pese a no dar mucho crédito a la mayor seguridad de la propuesta, repitiéndome a mí misma que ese era mi viaje para romper barreras y el miedo a las motos (imprescindibles para moverse por Asia), iba a ser otra de ellas.

Reggae en Bali, ¿es por los turistas o es que les gusta a los balineses?

Esa noche, me adentré en una reunión de viejos conocidos, occidentales y balineses, bailando al ritmo del reggae de la banda local. Curioso ver a los balineses pidiendo consejo a una inglesa por turnos, a modo de confesión, acerca de cómo tratar con las mujeres blanquitas de comportamiento tan extraño para ellos. De ella surgió también la invitación a una fiesta al día siguiente. Una villa con vistas a los arrozales, música en directo, bebida y un montón de extranjeros y locales vestidos de blanco. Entre ellos, unos españoles encantadores que pasan largas temporadas en Ubud y que hicieron de mi estancia aún más especial (si me estáis leyendo, nuevamente gracias y seguid disfrutando del paraíso). Curioso el contraste entre los jóvenes balineses amigos o pareja de los extranjeros y mi amiga de Java, cuyo origen y religión musulmana le hacían sentirse una extraña en su propio país, sin atreverse a probar nada de comer ni beber y con miedo a cualquier movimiento extraño.





La fiesta en cuestión acabó como el rosario de la aurora. El aparente aislamiento de la villa entre arrozales provocaba sin embargo un efecto acústico que hizo que la música se oyera desde el pueblo. No tardó mucho en aparecer un jefe local, con su uniforme y turbante indicativos del rango, y dispuesto a poner fin a la fiesta. La anfitriona hizo caso omiso a la orden y aquel, ni corto ni perezoso, procedió a cortar el suministro eléctrico. En cuestión de segundos pasamos de ser una alegre congregación a un caos en tinieblas. Pude huir antes de que la cosa llegara a mayores, gracias a la ayuda de otros nuevos amigos balineses que me acercaron en su moto a mi hostal. No vi cómo acabó la fiesta pero según he podido saber, aquel suceso fue comentado durante mucho tiempo en el pueblo.

Los balineses respetan al extranjero y le dejan hacer, hasta que este deja de respetarlos a ellos. Regla básica de convivencia, ¿no creéis?





 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Curiosidades varias de Bali

Son muchas las cosas que llaman la atención cuando se viaja a otro país. Dependiendo de la experiencia que toque vivir, destacan unas u otras. Yo llegué a Bali pensando en que iba a la isla de bodas de famosos y lunas de miel varias y sin embargo me adentré en la realidad local y volví totalmente enamorada de ella.

Caos nocturno en las calles de Kuta

Inicié mi deambular en Kuta, una versión de Benidorm pero con olas y surf en lugar de playas de arena blanca repletas de toallas, y australianos borrachos en lugar de ingleses. Las playas (excepto por la visión de los surferos y la puesta de sol) me decepcionaron y el cartel de aviso del peligro de tsunami no ayudó a mejorar la percepción.

Aviso de tsunami en la playa de Kuta, Bali

Huí despavorida a la tranquilidad de Ubud, pueblo muy turístico también (como casi toda la isla) pero con una atmósfera más apacible. Y allí me quedé atrapada por la amabilidad de sus gentes, tanto locales como extranjeros afincados allí. 

Camino en Ubud, Bali
El día a día balines está repleto de ofrendas y ritos con los que uno se tropieza, literalmente, a cada paso. Las mujeres pasan gran parte del día depositando ofrendas en lugares estratégicos para mantener contento a uno u otro Dios. Como consecuencia, es habitual toparse con cestitos de hoja de banana portando flores y comidas rodeados de un ejército de hormigas, animalillos que deben vivir muy felices en la isla porque sus habitantes parecen siempre atentos a satisfacer sus necesidades.

Mujeres llevando las ofrendas diarias
Otro animal feliz y al que tampoco falta comida en Bali es el gueco, recibe el nombre porque hace un sonido parecido y se encarga de liberar el ambiente de los molestos mosquitos y de decorar las paredes de las casas con su larga cola.

Gueco

Como valenciana que soy, no pude menos que admirarme de los campos de arroz, obligada visita para el turista. En Valencia no están rodeados de palmeras y exuberantes plantas tropicales ni tampoco están plantados formando terrazas.

Terrazas de arrozales en Bali
Pero no es sólo eso lo más fascinante, sino el hecho de que conviven tres momentos distintos de la cosecha en campos adyacentes, a saber, arroz recién plantado, inundado y hasta segado y quemados los rastrojos. Este último viene seguido de una purga del campo por un ejército de patos. El pastor que los lleva los va prestando a los campos de arroz para que hagan su trabajo mientras llenan sus estómagos. La estampa es bastante cómica y bucólica.

Más campos de arroz en Bali

Los patitos esperando su turno entre el arroz

Así es Bali, naturaleza pura combinada con culto a los dioses y una paz únicamente perturbada por el ruido de alguna motocicleta, de algún animalillo autóctono o de algún turista despistado. Me quedan aún más curiosidades por contar pero eso ya será en otro post.

¿Has estado en Bali? ¿Qué es lo que más te llamo la atención? ¡Cuéntanoslo!




sábado, 29 de septiembre de 2012

Rezando en Bali (II)

Recordaréis que me encontraba en mi último post en un templo de Ubud, Bali, dispuesta a participar en una ceremonia junto a mi nuevo amigo Nyoman.  Nyoman debía de ser el hijo número 3 de su familia, porque en Bali los nombres se repiten dependiendo de la casta, el sexo y el orden de nacimiento. Muy práctico, se evitan las discusiones famliares para elegir el nombre de los niños (aunque lo de tener un nombre original resulta imposible). Volviendo al templo, Nyoman se sentó a discutir los pormenores de la ceremonia con el cura y me comentó alegremente que había quedado muy contento con mi participación en la ceremonia anterior, que sabía que yo había sentido algo. Mejor que no supiera de mi discusión interior acerca de si llovía o no o de cómo lograr que no se me durmiera el pie en la posición de loto... 

 
Nyoman y el maestro de ceremonias

Nyoman con sus 26 años me explicó que era feliz, tenía un buen trabajo y por eso aprovechaba sus vacaciones para dar gracias a Dios. Había estado desde muy temprano preparando la ofrenda con la ayuda de un amigo. ¿A qué se dedicaba? Era guía, vino a Ubud desde el norte y empezó trabajando llevando a los turistas a hacer rafting y ahora les acompañaba en los tours. Bueno, parece que ya había encontrado el motivo oculto de la invitación, me dictó mi desconfiada mente. Y me propuse muy resuelta a no pagarle nada por un servicio que no había pedido y que no me había sido presentado como tal. En esos momentos no sabía cuán lejos estaba de conocer la verdadera motivación de Nyoman. Me pidió ayuda para colocar la ofrenda en la mesa de ceremonias del templo. Aquello era mucho más que la ofrenda de la familia anterior. ¡Hasta había un cochinillo! ¿Cómo lo habría traído en su motito? ¿Qué iba a hacer el sacerdote con tanta comida?


La ofrenda de Nyoman

Se repitió más o menos la misma escena que en la ceremonia anterior. Solo que estábamos únicamente Nyoman, un amigo suyo, el sacerdote y yo. No hubo un tiempo de rezo, la ceremonia acabó con Nyoman partiendo el cerdo entre risas. Esta vez el cura ya no me bendijo. Una bendición al día debe ser ya suficiente. Bueno, ya estaba, aquello había curado mi curiosidad y podía irme a por la merecida ducha tras el paseíto (el calor en Bali es sofocante). Eso creía yo, pero Nyoman me explicó que ahora nos íbamos a bañar al río sagrado. Recordaréis que el templo en que nos encontrábamos era especialmente poderoso porque estaba en la confluencia de dos ríos. El agua del río estaba considerada sagrada. ¿Sin bañador? No había problema, respondía el siempre sonriente Nyoman, yo podía usar su sarong (esa especie de pareo blanco transparente). Vaya, parece que ya había descubierto el motivo oculto de la invitación. Hasta me pareció que el sacerdote estaba divertido con mi cara de asombro y desconcierto. ¡Qué pena, pero tenía ya un compromiso con amigos y llegaba tarde! Nyoman, lejos de parecer contrariado, sonrió otra vez y me propuso acudir esa noche a comernos el cochinillo con sus amigos. Esto me tranquilizó, al menos las ofrendas se las comen. Tras horas de estar expuestas al sol y a las moscas, pero se las comen. Tampoco podía unirme a la fiesta, esta vez sí era cierto que ya tenía una cena con amigos. Nyoman, sin mostrar su contrariedad por el rechazo, se despidió regalándome una manzana y un mango de entre las ofrendas. Otras tierras otras maneras. En Bali se liga rezando en el templo. 

Jóvenes bañándose en el río sagrado en Ubud, Bali



¿Te ha pasado algo parecido? ¿Han intentado ligar contigo o tú con alguien en un acto religioso? ¡Cuéntanoslo!


sábado, 22 de septiembre de 2012

Rezando en Bali (I)

En mi improvisado devenir por Asia he ido a parar a Ubud, Bali. ¡Voy a parecer una friki imitadora de la novela, reciente éxito de Hollywood! En realidad no, a parte de no haber habido afán imitador, ella en Bali encontró el amor y yo me encontré rezando en un templo hindú. Os cuento cómo.

Paisaje de Ubud, Bali
Estaba dando un romántico paseo solitario entre arrozales, disfrutando de las inmejorables vistas y de la simpatía de los lugareños que me salían al paso. Como no soy ni muy solitaria ni muy de trekking y el cielo amenazaba lluvia, estaba ya volviendo al pueblo, cuando me crucé con un chico en su motito que me saludó amablemente y preguntó de dónde era. Hasta ahí venía siendo el encuentro habitual en Bali, normalmente seguido de ofrecimiento de transporte, que se puede rechazar fácilmente con una sonrisa o una broma. Pero en esta ocasión en lugar de "transport, transport" me dijo, "¿quieres ver la ceremonia en el templo?". A lo cual repuse rápidamente que no podía, al no llevar conmigo el preceptivo sarong, que es el pareo con que hay que cubrirse desde la cintura para entrar en los templos de Bali. Me giré para irme, pero el chico, lejos de desistir, repuso alegremente que él tenía un sarong de sobra y me lo prestaba. Y que aquel era un templo muy especial porque estaba en la confluencia de dos ríos sagrados. No supe cómo negarme y también me picaba la curiosidad. No dejan entrar a los extranjeros a las ceremonias, ¿qué hacían los balineses tanto tiempo allí dentro? Así que, me coloqué el sarong que me ofrecía, que en este caso era un fino pañuelo largo y blanquecino, salpicado de alguna florecita, y seguí al chico, Nyoman de nombre. Me explicó que tenía que ir a buscar al sacerdote y su ofrenda y, allá me dejó, esperando junto a una familia que había venido desde Denpasar para pedir por la salud de un pariente. Llegó el sacerdote y, como Nyoman seguía con sus idas y venidas de preparativos, la familia me invitó a pasar con ellos. Y entramos en el templo. Portaban las pertinentes ofrendas, a saber, cestos de hoja de banana llenos de fruta fresca, flores y adornos. Me sugirieron que les imitara en todo momento durante la ceremonia. Así que, allí estaba yo, sentada en el suelo, rodeada de la madre, el padre, dos hijos mayores, dos niños, un tío y una abuela apoyada en una esquina, demasiado anciana para sentarse en el suelo. Ellos muy cómodos en su posición de loto y descalzos, yo, haciendo estragos para mantener el equilibrio y evitar mancharme los pies de barro. Y empezó la ceremonia. 

Templo en Ubud, Bali
El sacerdote, de espalda a nosotros y sentado frente al altar, comienza a canturrear bendiciendo las ofrendas (supongo). Mientras tanto, la señora me indica que coja una florecita con las manos unidas a modo de oración, que coloque las manos por encima de la cabeza y rece. Así hasta 3 veces. Lo mismo con la varita de incienso. Después, cierra los ojos, silencio y oración. Yo, resignada y sin saber cómo escapar sin ofenderles, opté por cerrar también los ojos y concentrarme. Calculaba cuánto duraría aquello y qué probabilidades había de que empezara a llover y nos mojáramos (los templos son al aire libre). Seguía el silencio. A ver cómo iba a lograr mantener mucho rato esa postura. ¿Se me dormiría el pie? Más silencio. 
Compañeros de rezo en Ubud. Bali
Imposible levantarme e interrumpirles en su concentración. Hasta el niño parecía seriamente concentrado (aunque su hermano mayor estaba divertidísimo viéndole tan seriecito).Y entonces empecé a rezar. Era la mejor opción. El incienso, la flor y el "oooommmm" del sacerdote inspiraban una gran paz.  Así que me dije, yo antes  rezaba, si de verdad  solo hay un Dios, es el mismo al que ellos rezan ahora, ¿qué más da hacerlo rodeada de incienso y flores y cubierta por un sarong?. Tranquilos que no entré en trance. Tampoco me puse a levitar (ni mis compañeros de oración). Aquello duró como mucho 10 minutos (quizá fuera menos pero llevo mal la posición de loto). Y después el sacerdote nos roció a todos con agua del río sagrado.  Por turnos, cada uno de nosotros bebía (o lo aparentaba como yo) tres veces (¿será un número mágico?) y al terminar nos lavamos la cara con el mismo agua y nos colocamos un poco de arroz mojado en la frente. ¡Acababa de ser bendecida por un sacerdote hindú! 
Me despedí de la familia que se fue muy contenta, y cuando ya había decidido dejarle el sarong al sacerdote y huir, reapareció mi amigo Nyoman y su amplia sonrisa y me anunció que ahora empezaba su ceremonia. Debí poner cara de desconcierto (soy demasiado expresiva, defecto ya difícil de corregir) porque rápidamente me aseguró que era distinta a la otra y que tenía que verla. Empezaba a preguntarme qué interés tenía aquel chavalín en que yo le acompañara en el templo...Viéndole tan ilusionado ante la perspectiva, ¿cómo iba a defraudarle?. ¿Qué daño iba a hacerme repetir unos rezos en el templo? Acababa de tener mi primera experiencia "mística" en el viaje. No me sentía ni muy especial ni muy diferente, a lo sumo, más relajada. Parecía que aquello no iba a acabar allí...Os seguiré contando.

¿Te has visto en alguna situación parecida? ¿Has participado en algún rito totalmente ajeno a tu religión o cultura? ¿Cómo fue?


sábado, 15 de septiembre de 2012

¿Qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo?

Siempre que escucho la famosa canción de Serrat sobre el Mediterráneo, no puedo evitar sentirme totalmente identificada y conmovida. Puede parecer un absurdo porque provengo de una ciudad que, a pesar de estar en el mediterráneo, desgraciadamente, no mira al mar. Aún así, el mar está ahí, se siente su presencia, y si uno quiere verlo, no tiene más que acercarse y asomarse. Con frecuencia paso largas temporadas sin hacer una visita a mi mar y, siempre que vuelvo, me doy cuenta de cuánto lo he echado de menos y cuánto lo necesito. No importa que la costa esté terriblemente explotada turísticamente y que sea difícil encontrar un reducto de paz entre tanto edificio. Aún hay lugares. Y aún dónde no los hay, el mar siempre está allí, esperando complaciente nuestra visita.

Playa de Kuta, en Bali con los característicos surferos esperando la puesta de sol

Hoy, sin embargo, el mar que contemplo no es mi mar. Es un mar extraño para mí. Ni siquiera es un mar, es un océano, el océano índico, en Indonesia, concretamente en Bali. Jamás pensé que iba a visitar este lugar tan lejano, pero el azar en forma de lluvias torrenciales han desviado temporalmente mi camino y destino inicial que era Tailandia. Y aquí estoy, mirando el mar. Y hoy, escuchando el rumor de las olas y observando su suave mecer, en este mar, tan lejano al mío, he recordado el mediterráneo y he sentido cuánto pertenezco a él. Hoy el océano índico es para mí el recuerdo de mi amado mediterráneo y me está trayendo una gran paz interior. Como volver a casa. 

Puesta de sol en Kuta, Bali
Aquellos que me leais y tengáis cerca el mediterráneo, no dejéis pasar mucho tiempo sin hacerle una visita, seguro que el mar os lo agradecerá con creces, colmándoos de felicidad, especialmente, si, como yo, podéis afirmar que nacisteis en el mediterráneo. ¡Qué afortunados somos! ¿No creeis?

domingo, 9 de septiembre de 2012

Crisol de culturas en Singapur, ¿realidad o ficción?

Oriente y Occidente entremezclados en el mercadillo indio
En mi último post me admiraba de las maravillas de la convivencia de chinos, indios, malayos y occidentales en Singapur. Su comportamiento respetuoso me otorgaba una sensación de "vuelta a civilización". Singapur, el primer país asiático en que, tras cuatro meses de periplo, por fin podía hacer algo tan sencillo como beber un vaso de agua del grifo. Un gesto tan común y que se da por sentado allá de donde vengo y que, sin embargo, volvía a ser posible tan sólo porque me hallaba de nuevo en un país rico (o más rico).
Pero no es oro todo lo que reluce. En Singapur no se respetan las libertades individuales.  A parte de la ya anecdótica norma de no poder mascar chicle, no hay libertad de expresión y los medios de comunicación están censurados. Bien es cierto que, según me cuentan los lugareños, esto se está flexibilizando un poco. Hay quienes piensan que esta rigidez de normas ha sido necesaria para provocar el cambio. Una amiga china de Singapur recordaba como para su abuelo escupir en el suelo era una práctica común, mientras que su padre ya nunca lo hizo. Pobre justificación a mi entender para coartar libertades, si bien es cierto que lo veo con ojos de occidental y estamos hablando de Oriente. Otros lares, otros usos.

Esculturas de arte moderno adornan las calles de Singapur


También hasta hace unos años no había lugares de ocio nocturno o si los había eran sólo para los "expatriados" occidentales. Trabajo y vida ordenada eran las tónicas de un país que tiene uno de los casinos más exitosos del mundo al que no deja entrar a muchos de sus paisanos para protegerlos de sí mismos (y de paso al casino claro está). En los últimos tiempos han surgido bares en las zonas de oficinas dónde es posible ver a ejecutivos de distintas razas relajándose tras una larga jornada laboral. Según me confiesa mi amiga, en un país en el que dedicarse a la banca o a la exportación es hacerse rico, abundan los ejecutivos pero encontrar trabajadores para empleos más corrientes es difícil. Un ejemplo son las tiendas de ropa. Pude comprobar que los centros comerciales están repletos de carteles buscando personal. Toda una generación nueva de jóvenes consentidos que no necesitan trabajar para vivir o, simplemente que se ven más atraídos por el dinero aparentemente fácil de otros sectores, se resiste a emplearse en estas tareas.
La idilíca convivencia a veces se ve empañada por el comportamiento de unos pocos, que provoca el rechazo a toda una raza. Así pues, un chino prefiere contratar a otro chino antes que a un malayo. Considera a los malayos vagos e informales, faltan al trabajo con frecuencia  y se escudan en la religión musulmana para evitar realizar algunas tareas. Estas diferencias son una amenaza para la paz social del país. Ojalá se quede en la anécdota y no pase a estropear el futuro de la urbe casi perfecta de Asia. Sería una lástima.

Singapur está en el sudeste asiático y, por tanto, no exento del castigo del monzón en forma de lluvia torrencial

¿Vives en Singapur? ¿Estás de acuerdo con mi punto de vista? Seguro que sabrás más que yo tras mi corta visita ¡Comparte tu experiencia!


miércoles, 15 de agosto de 2012

Singapur, ¿el futuro de Asia?

Hace no mucho visité la urbe perfecta de Asia (sin contar con las de Japón, Corea y Taiwan, claro): Singapur. Mi idea preconcebida era que iba a ser un lugar anodino, limpio, casi aséptico, y aburrido. Sin embargo, no ha sido así. La ciudad - estado tiene edificios muy hermosos, ha sabido preservar algunas casas de estilo colonial en China Town y Little India, pintándolas de alegres colores, y hay multitud de árboles y jardines vistiendo las calles y recordándonos la selva a la que la ciudad robó el territorio. 

Singapur con el hotel de 5 estrellas y su piscina infinita en la azotea

Fuente del león, emblema de Singapur

Pero lo más fascinante de Singapur no es su planeaniento urbanístico que, empieza a acusar atascos y aglomeraciones derivados de un exceso de población, lo fascinante es su mezcla de culturas y cómo éstas han evolucionado de manera distinta a sus lugares de origen. Chinos, indios, malayos y occidentales conviven en aparente armonía. Los chinos son la clase dominante, junto con los occidentales expatriados. Estos chinos difieren bastante de sus hermanos del continente. No sólo porque hablan una divertida mezcla de inglés y mandarín, el singlish, capaces de intercalar palabras de ambos idiomas en una misma frase (gran ventaja para alguien como yo que entiende la estructura básica del chino pero le falta vocabulario porque esto es lo que suelen completar en inglés), sino porque son mucho más educados. Aunque no sea políticamente correcto decirlo. Mi sensación nada más pisar Singapur fue haber vuelto a la civilización. De hecho, a una tan perfecta que no se encuentra en España (¿aún?).

Edificio rodeado de árboles en Singapur

Os pondré en situación. Llego a Singapur tras un viaje en autobús desde Malasia, con mis ya mencionadas en este blog, 2 maletas de improvisada mochilera sin mochila, me dispongo a coger un taxi para ir al albergue. Observo, fascinada después de más de cuatro meses por Asia, que la gente está haciendo cola ordenadamente y que, de hecho, la fila de personas forma una especie de "s" desde la parada de taxis. Me acerco, a trompicones, con mis maletas y enseguida un chino de mediana edad, alto y elegante me indica, amablemente y en perfecto inglés, que me desplace hacia la izquierda continuando la s "para no bloquear el paso". Impresionada por la exactitud de la observación, obedezco sin rechistar y observo como quienes llegan después de mí me imitan en silencio. Esto puede parecer una simpleza pero para mí fue una demostración de la idiosincracia del país. Educación y respeto a los demás ciudadanos. Y, para colmo, indicado por un chino. En China la subida a cualquier transporte público es una especie de "sálvese quien pueda" o "maricón el último" (con perdón de la expresión pero es la que mejor ilustra la barbarie) en que todos los chinos se apelotonan y no dudan en empujarse para abrirse paso entre la masa sin importarles el posible malestar que causan a los vecinos. Pero esos son los chinos de la gran China y no los de Singapur. Nada que ver. 

Chinatown en Singapur
En Chinatown la comida es la misma que en el sur de China, las tiendas venden el mismo tipo de artículos (aunque sin copias) que en cualquier bazar, los masaje de pies y los tratamientos de medicina oriental se ofrecen por doquier, pero todo está limpio. No hay papeles en el suelo. No hay que estar alerta al temible ruido preparatorio que antecede al odiado escupitajo chino. Y aunque haya mucha gente, nadie empuja. Y en los templos (nuevecitos y recién pagados por las generosa contribuciones de los fieles) se respira fe. 

Little India en Singapur
En la pequeña India es similar, aunque no puedo asegurarlo porque no he estado en la India. Fui en vísperas del año nuevo indio. Las calles estaban iluminadas y engalanadas para la ocasión. Los templos repletos de fieles orando y realizando ofrendas. También había un mercadillo abarrotado de gente. Al adentrarme en él rápidamente me vi atrapada por una marea humana que me obligaba a proseguir por la dirección que ellos marcaban. Me entró una ligera sensación de agobio al pensar que no tenía escapatoria. No obstante, estaba en Singapur y, por tanto, no había nada que temer salvo el calor pegajoso. Nada más. Ni robos, ni codazos, ni empujones. Y si había algún tropezón, inmediatamente seguía una disculpa. 

Mercadillo de adornos para el año nuevo indio en Singapur

 Singapur es un país usurpado a los malayos por una generación nueva de chinos e indios. ¿Evolucionarán del mismo modo sus parientes lejanos del continente?

¿Y tú qué opinas? Si has estado en Singapur, ¿crees que exagero o tuviste la misma sensación que yo?

domingo, 22 de julio de 2012

El mundo visto desde un elefante

Paseo en la selva, baño con elefantes, rescate in extremis en el río...todas esas aventuras me había deparado ya mi visita a Chitwan y aún faltaba la traca final: el safari en elefante. Si vais a Chitwan y os decidís por el safari en elefante, os recomiendo que lo hagáis a lomos de alguno de los elefantes del Parque Nacional que están más cuidados y protegidos. Así lo hice yo, y mi sensación es que el animal era tratado con respeto (dentro de lo que cabe).

Una familia en safari en elefante en el Parque Nacional de Chitwan

Desde una torre construida a tal efecto, se accede a la cesta colocada sobre el lomo del elefante, una persona en cada esquina con la barra entre las piernas para no caerse. En mi caso éramos solo 3, dos chicas polacas y yo. El cuidador va sentado a la cabeza e indicando al elefante con la vara qué dirección tomar. El que me tocó era un joven nepalí muy amable, que se notaba que quería a su elefante y que se esforzó por hacer muy completo nuestro mini safari.

El cuidador da las instrucciones al elefante apoyando la vara en su cabeza

Empieza el suave traqueteo, avanzamos lenta y pesadamente por la jungla. ¡Cuidado, una rama! No hay problema. Nuestro amigo elefante la retira suavemente con la trompa. Increíble. Atravesamos un río como si fuera un charco, chof, chof, sin salpicarnos si quiera y ya estábamos en el Parque Nacional.


¡Cuidado que nos metemos en el agua!

Primero vimos unos ciervos, animales de sobra conocidos, pero siempre tan bonitos...y se ven distintos desde arriba del elefante, parecen tan pequeños....¡Chicas, no habléis que asustáis a los animales! Mirad, ¡un jabalí! Este sí parece pequeño desde lo alto del elefante. Seguimos avanzando y, de repente, detrás de unos arbustos y a solo 2 metros de nosotros, en un claro de la selva, impasibles e ignorando completamente nuestra presencia estaban mamá rinoceronte y su cría pastando plácidamente. ¡Estaba al lado de dos rinocerontes y no parecía importarles! Curioso animal el rinoceronte que parece haberse quedado estancado en algún eslabón de la cadena de evolución con su extraño cuerno y su apariencia de estar construido a base de robustos bloques armados entre sí sin la línea de definición depurada que caracteriza a otros animales como el buey o la vaca.

Rinocerontes en el Parque Nacional de Chitwan
El elefante se acerca mucho al rinoceronte
La cría de rinoceronte vista de cerca



Y mamá rinoceronte
 
Desde lo alto del elefante, la visión de la fauna es magnífica y es posible acercarse a un imponente animal, como el rinoceronte, sin miedo a ser atacado, y, aún mejor, sin molestarle si quiera. Pensado en retrospectiva, el paseo no debe ser precisamente agradable para el elefante. He tenido oportunidad de repetirlo en otros países asiáticos y no lo he hecho porque me ha dado penita. Los elefantes han sido y son aún, en gran medida, elementos explotados por el hombre por estos lares, pero al mismo tiempo, es fácil criticarlo desde la acomodada postura de rico occidental que también explotó a animales (y, según se mire, aún explota) para avanzar en su progreso en el pasado. Ahí dejo la reflexión, cada cual que la interprete como considere. Sea como fuere, aunque quizás sea poco considerado con los elefantes cabalgar en uno de ellos, he de admitir que disfruté del paseo como una niña pequeña en el circo. ¡Gracias elefantes por acercarme a la selva!



¿Y tú qué opinas? ¿Crees que no se debería apoyar el safari en elefante?



domingo, 1 de julio de 2012

Nadando con elefantes en Nepal

Lo que sigue es una de las experiencias más increíbles de mi vida. Ocurrió en Chitwan, Nepal. Volvía de mi safari a pie y acudí a la cita diaria del baño de los elefantes en el río. Los elefantes necesitan disfrutar de un baño de recreo al día, es su momento de descanso en una dura jornada de trabajo. El día anterior no habían venido por estar demasiado ocupados. La explotación a los elefantes es grande en Nepal, son una importante fuente de ingresos. ¿Acudirían hoy a su cita? ¡Allí estaban! Sólo vinieron dos elefantes, acompañados de sus cuidadores. Muy pronto empezaron a jugar en el agua. Parecían sonreir al echarse agua con la trompa. La gente empezó a agolparse y a hacer turno para subirse de dos en dos.


El elefante parece que sonreía disfrutando de su baño

Iba preparada: no llevaba documentación ni casi dinero y el bikini puesto. Tenía que buscar mi oportunidad. Estaba sola esta vez y necesitaría a alguien. Me fijé en un chico inglés que hacía fotos a una pareja encima del elefante. Resultó ser su novia, él no se había atrevido a montar. ¡Perfecto! Le pinché diciéndole que él no podía ser menos, y tras unos titubeos por su parte, logré que la novia custodiara nuestros objetos personales mientras subíamos a lomos del elefante. ¡El ego masculino me servía de ayuda en esta ocasión!


Baño con elefantes en el Parque Nacional de Chitwan en Nepal

Un, dos, tres...un empujoncito del cuidador y...¡estaba subida a un elefante! Sin montura, sintiendo su piel surcada por duras cerdas bajo mi cuerpo, manteniendo el equilibrio a duras penas. Respondiendo a las órdenes del cuidador, el elefante nos tiraba agua con la trompa. ¡Disfrutaba como una niña pequeña!


El elefante se echa agua y de paso ¡nos moja!

Completamente enamorada del elefante y del momento, nada podría hacerme caer. Pero claro, había más personas esperando su turno y tendría que dejar mi plaza a los siguientes. El cuidador dio la orden al elefante para que nos tirara al agua. Mi compañero inglés cayó de inmediato, pero yo me resistía....El cuidador dio de nuevo la orden al elefante. Nunca he subido a un toro mecánico pero se me estaba dando muy bien...Comprendí que tenía que dejarme ir. El cuidador le gritó otra vez algo al elefante. Y ahora sí,  me lanzó al agua con más fuerza y más lejos. Me dejé ceder al impulso y caí en las turbias aguas del río. Empecé a nadar hacia la orilla. Nadaba y nadaba pero descubrí con horror que no avanzaba. ¡La corriente era más fuerte que yo y me arrastraba hacia dentro! ¡Y en el río había cocodrilos! Intenté que el miedo no me paralizara. Seguí nadando desesperadamente. Chillé pidiendo ayuda. Fue un instante que pareció eterno. Hasta que el cuidador se percató de mi situación y me acercó el palo que usaba para guiar al elefante. Pude agarrarme a él y así me dejé llevar a la orilla. ¡Había estado muy cerca de no contarlo!  Mi baño con elefantes casi me sale muy, muy caro. Aún así, no me arrepiento en absoluto y, si tuviera la oportunidad, volvería a subirme a un elefante para bañarme con él. He descubierto un nuevo amor. El elefante es un animal que me fascina. Haber podido jugar con uno en el agua ha sido excitante y divertido. Me siento muy afortunada. Más tarde supe que no es común lo que me ocurrió y, por tanto, os recomiendo la experiencia. Eso sí, ¡no os empeñéis en quedaros encima del elefante como hice yo!

¿Te gustan los elefantes? ¿Has jugado con uno en el agua?