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domingo, 10 de junio de 2012

Luces y sombras en Nepal

Nepal es un país de gentes encantadoras y paisajes increíbles, pero también uno de los más pobres del mundo. El orgullo nepalí les hace no querer sucumbir ante el imperialismo de sus vecinos indio o chino para crear infraestructuras, que, de otro modo les resultan imposibles de acometer, y paraliza su desarrollo. Los cortes de electricidad (o la ausencia de ella) son frecuentes y las carreteras, a menudo, desaparecen. Quizás por eso fue allí, en Nepal, donde mi pequeño y desgastado portátil de viaje (y conexión con el mundo occidental) decidió dejar de funcionar. No soportó los viajes por las destartaladas carreteras y murió por aplastamiento entre el equipaje y mis rodillas. Imposible hacerle arrancar. Urgía buscar una solución.

Una calle del centro de Katmandú, en Nepal, obsérvese el entramado de cables y el mapa de ubicación en la zona

Me encontraba aún en Pokhara y pregunté al recepcionista y dueño del hotelito donde me alojaba. Estábamos en Dasain, por lo que no era fácil encontrar a un técnico dispuesto a trabajar, pero él me lo resolvería y traería a un amigo. Resultó ser un informático bajito y bizco, que, superado el reto de mirarle mientras examinaba delicadamente el portátil en mi habitación (puerta abierta y hablando alto y claro), me explicó, en perfecto inglés, que era capaz de arreglarlo por el equivalente a 15€. Una ganga, decía, porque en mi país seguro que por ese precio ni venían a verlo. Una fortuna en Nepal, pero no estaba en condiciones de discutir. Y se llevó mi portátil sin más. El dueño del hotel, siempre sonriente, me dijo que él (como la mitad de Pokhara) se iba al día siguiente en busca de la bendición paterna a su pueblo natal por el Dasain, pero que su joven y tímido primo, se encargaría de perseguir que mi portátil volviera sano y salvo. Y comenzó la espera.

Lago Pewha en Pokhara, Nepal

Pronto quedo claro que al joven primo le encantaba jugar a caballero salvador con la blanquita en apuros (o sea yo). Y así pasaron un par de días en los que yo preguntaba a cada momento por mi portátil y él llamaba al informático para insistirle y siempre estaba "casi" a punto. Me dejaba utilizar el ordenador de recepción (fundamental para poder planificar las siguientes etapas del viaje) y me intentaba impresionar, en su medio inglés, con sus hazañas de montañero experto, porque él es un chico de las montañas (su pueblo natal a más de 4.000 metros) y sólo en ellas es feliz. Por eso se gana la vida llevando a extranjeros de expedición y pretendía que me uniera. Menos mal que era muy tímido y pude manejar la situación.

Pokhara, un pico de los Anapurnas asomándose entre las nubes (lado superior izquierdo)

El tiempo pasaba y aunque el ejercicio de jugar a vislumbrar un pico de los Anapurnas entre las nubes del lago (parecido a buscar a Wally) era fascinante, la atadura de no poder ausentarme más de dos horas seguidas del hotel para no cesar la presión al informático empezaba a deseperarme. Esto unido al hecho de que crecía en mí la preocupación de que mi portátil (y, por tanto ¡mis fotos!) nunca volviera, hizo que tomara una determinación: anuncié a mi joven amigo que al día siguiente partía a Chitwan y que exigiera la devolución del portátil ipso facto y me fuí a pasar las últimas horas junto a mis amigos del restaurante del lago. Volví, ya noche cerrada, para encontrar a mi joven amigo muy sonriente explicándome que mi portátil estaba arreglado y que él, un chófer y yo íbamos a ir a la tienda a buscarlo. Más de las diez de la noche, oscuras y desiertas calles camino al centro no turístico de Pokhara y yo iba sola en un coche con dos nepalíes adultos que no sabía dónde me llevaban (mejor no pensar mucho en ello...). Pero, sí, allí estaba el informático de mirada incierta, que abrió la persiana de su taller y, ¡eureka, el portátil funcionaba! Obviamente, el Dasain le había impedido dedicar tiempo (aunque me hubiera asegurado lo contrario) y solo ante la posibilidad de no cobrar nada (¡¡increíble honestidad, realmente me hubiera devuelto el portátil sin más!!!), había tomado interés en repararlo y realizar la magia de hacer funcionar una placa base destrozada. Grande el pueblo nepalí que me había ayudado a restaurar mi cordón umbilical con occidente. Mis temores habían sido refutados de la mejor de las maneras.

Mirador de Sarangkot en Nepal

Para acabar mi estancia en Pokhara y gracias a la organización de mi joven amigo montañero, dormí unas pocas, muy pocas, horas y acudí a la cita del amanecer en los Anapurnas. Un ritual fascinante en el que cada pico va iluminándose poco a poco mientras se abre el horizonte y las nubes. Un espectáculo, eso sí, amenizado por cientos de personas agolpadas en un mismo montículo, en su mayoría turistas de la vecina y (más) rica India, que coreaban cada avance del sol como si de un gol en un partido de fútbol se tratara (o mejor de un tanto de criquet), añadiendo un toque muy peculiar al conjunto y recordando en que parte del mundo estaba. Mucho sueño, pero gran disfrute para la vista.

Salida del sol sobre los Anapurnas, vista desde Sarangkot cerca de Pokara en Nepal




Luces y sombras de un país pobre de gente encantadora. ¿Has estado en Nepal? ¿Tienes alguna experiencia similar que contarnos?