martes, 27 de noviembre de 2012

Adentrándome en la realidad local de Bali

Mis primeros días en Ubud fueron de lo más ajetreado. En compañía de un nuevo amigo húngaro hicimos casi todo lo que de turístico hay que hacer por allí (él tenía poco tiempo y, por tanto, mucha prisa).
Fuimos a ver bailes balineses, en los que nos admiramos de los movimientos de ojos, como si fueran a salirse del sitio, y los retorcimientos de manos imposibles de imitar.
Bailes típicos de Bali

Descubrimos que en Bali hacen el café más caro del mundo (Kopi Luwak), tostando el grano defecado por un extraño animalillo parecido a un visón y llamado civeta. Lo descubrimos, pero no lo probamos, no acabamos de verle el porqué de pagar tanto por un café proveniente de tan oscuro origen...

La civeta responsable de la creación del café más caro del mundo, el Kopi Luwak

Por supuesto, hicimos la visita obligada al gran volcán Batur.


Volcán Batur, Bali
Y nos enternecimos con la bella estampa de fervor y devoción de los balineses haciendo sus abluciones en los chorros de las fuentes sagradas del Templo Tirta Empul.


Templo Tirta Empul, Bali
También visitamos algún otro templo, paseamos por arrozales y nos hartamos de comer Nasi Goreng (plato típico a base de, ¿cómo no?, arroz). Cuando mi amigo se fue (porque se acababa su viaje), yo estaba exhausta y decidí tomarme un día azul (así lo llama una amiga): dedicado al cuidado femenino). Tras los meses que ya llevaba a mis espaldas, decidí ir a cortarme el pelo. De todas las peluquerías de Ubud alcanzables a pie, opté por una, no por mejor ni peor, sino porque la peluquera me cayó simpática. Y así fue como me hice amiga de una mujer de Java que vive desde hace años en Ubud y a quien le gusta hacer amigos entre los extranjeros afincados allí (aún sigue mandando noticias de tanto en cuando). Inmediatamente, se ofreció a llevarme a conocer a sus amigos occidentales. Me pasaría a buscar esa noche en su motito para llevarme al bar donde tocaban unos amigos balineses. Andando no, en su moto era más seguro. Accedí, pese a no dar mucho crédito a la mayor seguridad de la propuesta, repitiéndome a mí misma que ese era mi viaje para romper barreras y el miedo a las motos (imprescindibles para moverse por Asia), iba a ser otra de ellas.

Reggae en Bali, ¿es por los turistas o es que les gusta a los balineses?

Esa noche, me adentré en una reunión de viejos conocidos, occidentales y balineses, bailando al ritmo del reggae de la banda local. Curioso ver a los balineses pidiendo consejo a una inglesa por turnos, a modo de confesión, acerca de cómo tratar con las mujeres blanquitas de comportamiento tan extraño para ellos. De ella surgió también la invitación a una fiesta al día siguiente. Una villa con vistas a los arrozales, música en directo, bebida y un montón de extranjeros y locales vestidos de blanco. Entre ellos, unos españoles encantadores que pasan largas temporadas en Ubud y que hicieron de mi estancia aún más especial (si me estáis leyendo, nuevamente gracias y seguid disfrutando del paraíso). Curioso el contraste entre los jóvenes balineses amigos o pareja de los extranjeros y mi amiga de Java, cuyo origen y religión musulmana le hacían sentirse una extraña en su propio país, sin atreverse a probar nada de comer ni beber y con miedo a cualquier movimiento extraño.





La fiesta en cuestión acabó como el rosario de la aurora. El aparente aislamiento de la villa entre arrozales provocaba sin embargo un efecto acústico que hizo que la música se oyera desde el pueblo. No tardó mucho en aparecer un jefe local, con su uniforme y turbante indicativos del rango, y dispuesto a poner fin a la fiesta. La anfitriona hizo caso omiso a la orden y aquel, ni corto ni perezoso, procedió a cortar el suministro eléctrico. En cuestión de segundos pasamos de ser una alegre congregación a un caos en tinieblas. Pude huir antes de que la cosa llegara a mayores, gracias a la ayuda de otros nuevos amigos balineses que me acercaron en su moto a mi hostal. No vi cómo acabó la fiesta pero según he podido saber, aquel suceso fue comentado durante mucho tiempo en el pueblo.

Los balineses respetan al extranjero y le dejan hacer, hasta que este deja de respetarlos a ellos. Regla básica de convivencia, ¿no creéis?





 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Curiosidades varias de Bali

Son muchas las cosas que llaman la atención cuando se viaja a otro país. Dependiendo de la experiencia que toque vivir, destacan unas u otras. Yo llegué a Bali pensando en que iba a la isla de bodas de famosos y lunas de miel varias y sin embargo me adentré en la realidad local y volví totalmente enamorada de ella.

Caos nocturno en las calles de Kuta

Inicié mi deambular en Kuta, una versión de Benidorm pero con olas y surf en lugar de playas de arena blanca repletas de toallas, y australianos borrachos en lugar de ingleses. Las playas (excepto por la visión de los surferos y la puesta de sol) me decepcionaron y el cartel de aviso del peligro de tsunami no ayudó a mejorar la percepción.

Aviso de tsunami en la playa de Kuta, Bali

Huí despavorida a la tranquilidad de Ubud, pueblo muy turístico también (como casi toda la isla) pero con una atmósfera más apacible. Y allí me quedé atrapada por la amabilidad de sus gentes, tanto locales como extranjeros afincados allí. 

Camino en Ubud, Bali
El día a día balines está repleto de ofrendas y ritos con los que uno se tropieza, literalmente, a cada paso. Las mujeres pasan gran parte del día depositando ofrendas en lugares estratégicos para mantener contento a uno u otro Dios. Como consecuencia, es habitual toparse con cestitos de hoja de banana portando flores y comidas rodeados de un ejército de hormigas, animalillos que deben vivir muy felices en la isla porque sus habitantes parecen siempre atentos a satisfacer sus necesidades.

Mujeres llevando las ofrendas diarias
Otro animal feliz y al que tampoco falta comida en Bali es el gueco, recibe el nombre porque hace un sonido parecido y se encarga de liberar el ambiente de los molestos mosquitos y de decorar las paredes de las casas con su larga cola.

Gueco

Como valenciana que soy, no pude menos que admirarme de los campos de arroz, obligada visita para el turista. En Valencia no están rodeados de palmeras y exuberantes plantas tropicales ni tampoco están plantados formando terrazas.

Terrazas de arrozales en Bali
Pero no es sólo eso lo más fascinante, sino el hecho de que conviven tres momentos distintos de la cosecha en campos adyacentes, a saber, arroz recién plantado, inundado y hasta segado y quemados los rastrojos. Este último viene seguido de una purga del campo por un ejército de patos. El pastor que los lleva los va prestando a los campos de arroz para que hagan su trabajo mientras llenan sus estómagos. La estampa es bastante cómica y bucólica.

Más campos de arroz en Bali

Los patitos esperando su turno entre el arroz

Así es Bali, naturaleza pura combinada con culto a los dioses y una paz únicamente perturbada por el ruido de alguna motocicleta, de algún animalillo autóctono o de algún turista despistado. Me quedan aún más curiosidades por contar pero eso ya será en otro post.

¿Has estado en Bali? ¿Qué es lo que más te llamo la atención? ¡Cuéntanoslo!