domingo, 19 de abril de 2015

Visa Run en Tailandia. Primera parada, Bangkok.



Acabo de volver de mi “visa run”. Os explico lo qué es para los que no lo sepáis: Cuando un viajero en el extranjero está próximo a terminar sus días de visado, acude a la frontera más cercana, pasa unas horas en el país vecino y logra así un nuevo visado. Mi amiga y yo habíamos entrado vía tierra a Tailandia (en realidad cruzamos el río Mekong pero se ve que a nivel diplomático no hay diferencia) y por tierra sólo conceden 15 días y no los 30 que otorgan a quien llega en avión. No me preguntéis por qué. He indagado en Internet, preguntado a la policía de la aduana, pero, nada, que más de 15 días imposible. Como no parece suficiente tiempo para recorrer Tailandia, había que elegir qué frontera utilizar (esto no es tarea fácil cuando uno viaja de relax y sin estrés) y la lógica nos ha llevado a decidirnos por el sur, cruzando a Malasia para volver a descansar en alguna isla tailandesa. ¡Empieza la aventura!

Punto de partida, Mae Sot. Primera parada, Bangkok. En autobús nocturno tipo VIP. Parece fácil. Salimos con una hora de adelanto y nuestras enormes maletas a coger un tuc tuc que nos lleve a la estación de autobuses. Al poco rato pasa uno. Anda mira, si conocemos al conductor, nos estuvo paseando ayer por el pueblo. Lleva ya a un cliente y parece complicado que vayamos a caber 2 más y el equipaje. Nos pide una cantidad desorbitada. Le intentamos regatear pero no se deja y… ¡se va! No hay problema, seguro que viene otro….¿Seguro? Pasan 5 minutos, 10, 20….Ya vamos justas de tiempo. Voy a preguntar a los taxistas – motoristas. No, no saben dónde hay tuc tucs y claro no pueden llevarnos con nuestro equipaje. La situación es ya de urgencia. Se impone hacer autostop. Actividad vetada para mí pero es o eso, o quedarnos tiradas, sin hotel ni autobús, ya de noche y con un día de descuento para el fin de nuestro visado. Enseguida para un coche de tamaño mediano, nuevecito, el conductor tiene cara de buena persona y, lo más importante, hay una niña pequeña en el asiento de atrás. ¡No van a violarnos con la niña mirando! Le explicamos en inglés robótico: “bus, late, Bangkok”. Responde: “ok, ok, ok” (por aquí siempre se repite tres veces el ok, de China a Indonesia pasando por Nepal). Cargamos el coche con las maletas y la niña ha de pasar al asiento delantero a los brazos de su madre (¿creerá que la vamos a robar?) que intuyo está quejándose al marido, por qué no hemos cogido la moto, estas farang (guiri en tailandés), etc. Esta normalidad es tranquilizadora. Nos llevan raudos y veloces al autobús que va a Bangkok. ¡Nos han sobrado 15 minutos! ¡Qué majos son estos tailandeses! ¡A relajarse en el autobús de lujo! 20 asientos casi totalmente reclinables, espacio más que suficiente para las piernas. Una azafata que nos da zumito, agua, café y magdalena. No está mal el invento. Hasta logro dormir bastante y acurrucada de costado. La única pega es que llega a las 4 y media de la madrugada a Bangkok, así, de repente, sin avisar, los ojos aún pegados, el café sin tomar y estamos en una gran urbe que ya está despierta y hay gente y movimiento por todas partes. ¡Menudo shock después de la tranquilidad del Norte! Menos mal que hay unas chicas holandesas que ya se lo saben y solo hay que seguirlas para coger un taxi a la ciudad. No sé cómo, pero llegamos y hasta logramos un hostal decente donde recuperarnos y explorar la capital.


Nos quedamos en Bangkok un par de días de reencuentros con viajeros y de nuevas amistades. La ciudad, con su ruido y su bochorno, impacta al principio, pero, al mirarla con calma, se descubren sus secretos ocultos.
Deslumbrante el oro reluciente del palacio real, entronando la influencia de un rey omnipresente, amado y respetado por todos los tailandeses (pisar un billete con su imagen es considerado delito).

Detalle del Palacio Real, Bangkok

La ciudad aún no se ha recuperado del todo de las inundaciones de hace un par de meses. Queda alguna calle encharcada y está presente en la memoria de los ciudadanos. Nos encontramos con una exposición fotográfica recordando la tragedia. Imágenes en las que el desastre se entremezcla con muestras de la solidaridad tailandesa.

Bangkok



Bangkok es el contraste de la puesta de sol sobre los templos con las cumbres de los rascacielos, de la juerga nocturna de turismo desenfrenado con la calma de los monjes. Y,  ¿cómo no?, lo especial de sus gentes, hasta los tailandeses capitalinos siguen siendo amables, relajados y sonrientes. 

Bangkok

 



Khao Sand Road, Bangkok
Entre visitas y nuevas experiencias, hemos agotado demasiados días para el visa run en la capital y la carrera debe continuar ¡Hay que seguir avanzando hacia el Sur!

Bangkok, diciembre 2011

viernes, 3 de abril de 2015

Mae Sot, ciudad fronteriza

Anoche creí oir un tiro en la lejanía mientras dormía en la seguridad de la habitación del hotel. Hoy cuando mi compañera de viaje me ha preguntado, le he asegurado que sería un petardo. Sé que está inquieta porque el conflicto nos queda cerca y he preferido no alimentar más su miedo. Sin embargo, vengo de una tierra dónde la pólvora está presente en todos los festejos y el ruido de anoche no me pareció de esa clase. Estamos en Mae Sot, ciudad fronteriza de Tailandia con Birmania y, en cierto modo, símbolo de la resistencia contra el régimen de terror que acecha al otro lado del río Moei.

Puesto policial frontera Mae Sot. Tailandia - Birmania
Estos días está por allí Hillary Clinton y las noticias anuncian cambios. Sin embargo, nos acercamos a la frontera y vemos la tristeza en los ojos de los birmanos al otro lado de la alambrada y el desconcierto de los recién llegados ilegalmente cruzando el río que los separa de su país. La frontera está cerrada porque ha habido muertos en un reciente altercado con la guerilla birmana, pero las colas para validar papeles y documentos permanecen. Mujeres birmanas esperando pacientemente portando media casa a cuestas, con sus mejillas teñidas con el característico polvo amarillo Thanaka y sus dientes raídos y manchados por el mascado de betel nos ofrecen en una media sonrisa a la cámara.

Mujeres birmanas con el característico Thanaka en Mae Sot, Tailandia
En las calles de Mae Sot se palpa la desolación causada por el horror del régimen de Myanmar. La mitad de la población tailandesa y la otra mitad se reparte entre huidos birmanos y extranjeros occidentales que trabajan en alguna de las ONGs que da servicio los campos de refugiados que hay a lo largo de toda la frontera. Algunos negocios locales están regentados por activistas que, tras la aparente cotidianidad de la rutina hostelera, esconden dramáticas historias de años de prisión y tortura.  


río Moei, frontera natural entre Tailandia y Birmania
Hemos tenido la suerte de ver de cerca el trabajo de Colabora Birmania de la mano de Javier, uno de los 4 españoles que hace años se encontraron con la brutal realidad birmana mientras viajaba de mochilero por Asia. Descolgaron sus mochilas de los hombros para no moverlas de Mae Sot, dispuestos a dedicar sus vidas a ayudar a aquellas gentes de las que muy pocos se acuerdan en Occidente. Desde entonces, muchos medios se han hecho eco de la tragedia de los refugiados birmanos gracias a su labor y, lo más importante, cientos de niños se han visto favorecidos por su ayuda en una de las escuelas con las que cooperan. 
Un de las escuelas de Colabora Birmania
Nos acercamos a la escuela de formación profesional, dónde unos birmanos adolescentes aprenden un oficio con el que labrarse un futuro. Nos acogen con cariño, nos enseñan las instalaciones con orgullo y se regocijan de poder hacerse una foto de grupo con dos blanquitas, una de ellas, además, pelirroja. Más tarde compartimos comida y juegos con los niños de la escuela km 42. Todos conviven y aprenden, organizados por su clan, supervisados por el gobierno tailandés y con el apoyo de los españoles de Colabora Birmania. Impresiona ver la evolución de alguno de los niños de los campos, hablando ya perfecto inglés y colaborando con los profesores en la enseñanza de los más pequeños. No puedo evitar recordar cuán cierta es la máxima de que la educación nos hará libres y qué bien lo saben quienes buscan oprimir al pueblo. Confiemos que el granito de arena de Colabora Birmania logre salvarlos.


Niña de una de las escuelas de Colabora Birmania


Mae Sot, Diciembre 2011