Se respira Navidad. Hace tiempo que el calendario decía que estamos en Diciembre pero hasta hoy no ha resultado evidente. Incluso hace fresco. Debo comprar un suéter o mi única sudadera se convertirá en segunda piel. Al tratar con la dependienta china siento el impulso de regatear, pero su corrección británica me frena. Resuenan villancicos en la calle. Veo a un coro de niños cantando en un portal. Son chinitos entonando clásicos en perfecto inglés.
Continuo rumbo al punto de encuentro admirando el paisaje urbano a mi paso. Esbeltos y modernos edificios de oficinas y centros comerciales me saludan. De ellos emergen hordas de ejecutivos en busca de des-estrés alcohólico en el final de jornada. Reconozco idéntico estilo occidental en la vestimenta y movimientos de todos, a pesar de su origen diverso. Opto por seguirlos intuyendo que me guiarán hasta mis amigos visitantes del continente.
Me conducen a una calle repleta de pubs con el inconfundible ambiente de cenas de empresa navideñas. Son muy pocos los chinos que distingo entre los alegres bebedores de cerveza. Por primera vez en meses de viaje, me preocupo por mi apariencia algo destartalada. Temo no estar a la altura de la etiqueta. Afortunadamente, mi condición de mujer blanca es suficiente sinónimo de elegancia. Comparto una copa de importación para celebrar el reencuentro. La noche culmina en lo alto de un rascacielos dónde rememoramos anécdotas chinas. Al fondo la vista de las torres vecinas iluminadas deja entrever la bahía. En mi memoria la ciudad más evolucionada de la madre China rivaliza con la nueva visión de la antigua colonia isleña. Un comentario de mi amigo venido de Shanghai me devuelve al sitio. Sin duda, el mejor destino para mi adiós a Asia y el inicio del regreso a Europa. Buenas noches, Hong Kong, contigo empieza el final de mi gran viaje.
Calle de Hong Kong decorada de Navidad |
Continuo rumbo al punto de encuentro admirando el paisaje urbano a mi paso. Esbeltos y modernos edificios de oficinas y centros comerciales me saludan. De ellos emergen hordas de ejecutivos en busca de des-estrés alcohólico en el final de jornada. Reconozco idéntico estilo occidental en la vestimenta y movimientos de todos, a pesar de su origen diverso. Opto por seguirlos intuyendo que me guiarán hasta mis amigos visitantes del continente.
Me conducen a una calle repleta de pubs con el inconfundible ambiente de cenas de empresa navideñas. Son muy pocos los chinos que distingo entre los alegres bebedores de cerveza. Por primera vez en meses de viaje, me preocupo por mi apariencia algo destartalada. Temo no estar a la altura de la etiqueta. Afortunadamente, mi condición de mujer blanca es suficiente sinónimo de elegancia. Comparto una copa de importación para celebrar el reencuentro. La noche culmina en lo alto de un rascacielos dónde rememoramos anécdotas chinas. Al fondo la vista de las torres vecinas iluminadas deja entrever la bahía. En mi memoria la ciudad más evolucionada de la madre China rivaliza con la nueva visión de la antigua colonia isleña. Un comentario de mi amigo venido de Shanghai me devuelve al sitio. Sin duda, el mejor destino para mi adiós a Asia y el inicio del regreso a Europa. Buenas noches, Hong Kong, contigo empieza el final de mi gran viaje.
Hong Kong |
Diciembre 2011
Mi llegada a Hong Kong fue un shock por el reencuentro con lo occidental. Tras meses sin tratar con mi propia cultura, me sorprendió volver a enfrentarme a ella. ¿Has sentido algo parecido?