sábado, 1 de febrero de 2014

Paraíso aislado en Laos

Este es el comienzo del relato de mi corta estancia en la remota aldea de Muang Ngoi, Laos, accesible únicamente por barcaza desde el río Nam Ou y sin electricidad (al menos cuando yo la visité). Estas circunstancias, que nos hacían muy vulnerables a mi compañera de viaje y a mí, en aquel entonces nos parecieron carentes de importancia. El ansia descubridora del viajero y la magia del paisaje laosiano se impusieron ante los convencionalismos.

Puesta de sol sobre el Nam Ou, en Muang Ngoi, Laos
Al llegar por río, provinentes de Nong Khiaw, en el embarcadero nos esperaban ya algunos habitantes, preparados para recibir a los nuevos visitantes y ofrecerles alojamiento. Aquel muelle era el centro de efervescencia de la población, nexo de unión con el mundo exterior, mirador con bellas vistas y trampolín para los baños de la chiquillería.

Embarcadero sobre el río Nam Ou en Muang Ngoi, Laos
Una calle principal de suelo de tierra con casitas de bambú y madera a ambos lados, un templo en un extremo, un improvisado campo de fútbol en un prado y un mercado matutino ambulante a las afueras, conformaban el trazado de la aldea de Muang Ngoi. Los niños jugueteaban en la calle con los animalitos y nos posaban con ellos para las fotos. 

Calle principal de Muang Ngoi


Amiguitos de Laos
Como nota discordante, una moderna tienda de artesanía y libros en inglés usados regentada por un joven educado por los monjes en Luang Prabang, que con su gran dominio del idioma inglés y revolucionarias ideas de negocio, pretendía atraer la riqueza al pueblo con un impulso al turismo sostenible. Con él como intérprete y sus amigos compartimos comida, bebida y anécdotas de cazadores ya caída la noche. Celebraban el éxito del hijo de uno de ellos que, con calculo no más de 7 años, había logrado dar muerte a un lagarto con un certero tiro de su honda. Aquel grupo de amigos, de procedencia y costumbres tan lejanas para nosotras, nos hizo sentirnos como parte de él. Entrañable bienvenida a Muang Ngoi.


¿Es posible sentirse como en casa compartiendo comida y bebida con quien no se comparte ni idioma ni procedencia ni costumbres? ¿Lo has experimentado? ¡Cuéntanoslo!