Siempre que escucho la famosa canción de Serrat sobre el Mediterráneo, no puedo evitar sentirme totalmente identificada y conmovida. Puede parecer un absurdo porque provengo de una ciudad que, a pesar de estar en el mediterráneo, desgraciadamente, no mira al mar. Aún así, el mar está ahí, se siente su presencia, y si uno quiere verlo, no tiene más que acercarse y asomarse. Con frecuencia paso largas temporadas sin hacer una visita a mi mar y, siempre que vuelvo, me doy cuenta de cuánto lo he echado de menos y cuánto lo necesito. No importa que la costa esté terriblemente explotada turísticamente y que sea difícil encontrar un reducto de paz entre tanto edificio. Aún hay lugares. Y aún dónde no los hay, el mar siempre está allí, esperando complaciente nuestra visita.
Playa de Kuta, en Bali con los característicos surferos esperando la puesta de sol |
Hoy, sin embargo, el mar que contemplo no es mi mar. Es un mar extraño para mí. Ni siquiera es un mar, es un océano, el océano índico, en Indonesia, concretamente en Bali. Jamás pensé que iba a visitar este lugar tan lejano, pero el azar en forma de lluvias torrenciales han desviado temporalmente mi camino y destino inicial que era Tailandia. Y aquí estoy, mirando el mar. Y hoy, escuchando el rumor de las olas y observando su suave mecer, en este mar, tan lejano al mío, he recordado el mediterráneo y he sentido cuánto pertenezco a él. Hoy el océano índico es para mí el recuerdo de mi amado mediterráneo y me está trayendo una gran paz interior. Como volver a casa.
Puesta de sol en Kuta, Bali |
Aquellos que me leais y tengáis cerca el mediterráneo, no dejéis pasar mucho tiempo sin hacerle una visita, seguro que el mar os lo agradecerá con creces, colmándoos de felicidad, especialmente, si, como yo, podéis afirmar que nacisteis en el mediterráneo. ¡Qué afortunados somos! ¿No creeis?
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