sábado, 16 de junio de 2012

En busca de los elefantes

En cuanto leí en un foro de Internet que en Chitwan podía subir en elefante, se convirtió en mi objetivo en la vida, Pokhara me resultaba ya aburrida...¡me iría a Chitwan a buscar elefantes! Tras la espectacular despedida con amanecer en las montañas, acudí a la estación de autobuses de Pokhara donde, mientras los trabajadores se afañaban en su organizado caos por repartirnos a viajeros y equipajes entre los destartalados autobuses, los viajeros nos despedíamos de Pokhara mirando embobados a los Anapurnas de fondo.

Estación de autobuses de Pokhara
Encajando el equipaje en la estación de autobuses de Pokhara en Nepal

Me tocó un autobús rosa con un interior decorado al más puro estilo de una película de Bolywood, con piedras brillantes por doquier y cortinitas de colores. Mi asiento era de cabina, como me había advertido mi joven amigo del hotel, pero no había comprendido el significado: una banqueta situada transversalmente en la parte frontal del autobús con las rodillas golpeando en el hueco de la rueda y mi cabeza a ras del techo. Me esperaban más de seis horas de esa guisa dando trompicones. Miré a mi alrededor y vi a un chinito y, primero con la mirada y luego con mi medio mandarín, logré que me cediera su asiento. A su mujer no le hizo mucha gracia y tuve que volver a intercambiarlo pasadas tres horas para no ser fulminada por sus miradas de odio. Xiexie nimen! (gracias)



El interior de mi autobuses "bollywoodiense". Imposible sacar mejor la foto con los baches

Como todo llega, también llegamos a Chitwan, para ser asaltados por una horda de encargados de hoteles ofreciéndonos sus servicios. Yo había intentado reservar uno pero no sabía si me habían aceptado y ¡allí estaban esperándome! Resultó ser un resort de precio desorbitado (para los estandares marcados del viaje), así que, lo rechacé amablemente y me tiré en un jeep con unas danesas que me explicaron que íbamos al "Lonely Planet pick", vamos al recomendado por la famosa guía. Sin comentarios, duré 10 segundos en la habitación que me ofrecieron (se salía el retrete, la mosquitera medio rota, manchas sospechosas en las sábanas...) y emprendí la huída con mi maletita dispuesta a llamar otra vez al hotel caro, muerta del madrugón (en Asia amanece a la hora solar no como en España, es decir, a las cuatro) y de la carretera. Enseguida salió el relaciones que me había traído hasta allí a darme caza y ofrecerme el hotel de su amigo, mucho mejor que el resort y más barato. Esto del amigo me lo conozco yo ya...Me dejó en un bar del río pero volvía a buscarme. Y me encontré allí sola en un chiringuito frente a frente con un río que parecía africano y la jungla al otro lado. Un paisaje maravilloso, ¡los elefantes me esperaban!

Atardecer sobre el río en Chitwan

Unos noodles para recobrar fuerzas y una petición de rescate al camarero que llamaría al resort en mi nombre. Lentamente me empezó a rodear una familia nepalí. La madre me había atisbado allí sola y su instinto protector le hizo acercarse. Padre, madre, abuela, dos hijas y dos hijos me observaban. A través de la hija mayor se aseguraron de que estaba bien y ya tenía dónde quedarme y me ofrecieron comer pasta deshidratada picante que ellos tomaban cual ganchitos. ¡Qué amables estos nepalíes! Pero no todo iba a ser tan fácil y ya volvía el relaciones del hotel al acecho. No tuve fuerzas para imponerme en el debate que siguió y acepté acompañarle para echar un vistazo. Y resultó ser cierto, el hotel era nuevo e impoluto, la habitación enorme, ¡todo un lujo a un módico precio! ¡Menuda siesta! Recuperada, salí a explorar el pueblo y contratar la excursión al Parque Nacional. Tras un largo diálogo con un experimentado guía del parque e incapaz de decidir qué escoger, me interrumpió para apremiarme a alquilar una bici e irme al centro de conservación de elefantes antes del anochecer. Le hice caso y me encontré intentando pedalear por un camino de piedras sufriendo porque se hiciera de noche y por caerme cerca de un cocodrilo. Tan torpe era que los niños de los poblados tharu que atravesaba dejaban de jugar para mirarme con cara de preocupación. No hay fotos de sus casas porque mi frenética carrera contra el sol me lo impedía. Llegué sana y salva para toparme con el río.  Atravesé en una canoa estrecha mojándonos un poco y, ¡allí estaba Dumbo!, ¡por fin tocaba a un elefante!

Elefantes en el Centro de Conservación de Chitwan


Los niños estaban entusiasmado y le gritaban elefante en nepalí para que les hiciera caso. Yo me uní a ellos y disfruté acariciando su piel salpicada de duras cerdas. El centro daba bastante pena porque los elefantes, teóricamente rescatados de tareas pesadas, permanecen encadenados. Aún así, al ver a los elefantes fue amor a primera vista.

Mamá elefante y su niño en Chitwan
El sol caía y yo tenía que volver al pueblo, sin luces y con mi poca destreza. La idea no era muy halagüeña. Me pegué a una parejita mixta en la canoa (inglesa ella, nepalí él) y me llevaron a mí y a mi bici en su jeep. ¡Yupi! ¡La bondad del viajero me había salvado de nuevo! Un espectáculo de danzas tribales tharu para acabar la jornada y el safari ya contratado para al día siguiente. Como primera presentación no había estado mal...¡y la aventura no había hecho más que empezar!

¿Has estado en el Centro de Conservación de Elefantes de Chitwan? ¿Te gustó o te apenó un poco como a mí?


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