Por fin Tailandia, tierra prometida, última escala de mi gran viaje asiático. A Tailandia era a dónde inicialmente me dirigía tras mi estancia en China. Y fue por culpa de Tailandia y su inestable clima que me embarqué en este viaje maravilloso que quedará para siempre impregnado en mi vida y mi memoria. Aquel cruce de frontera entrañaba un gran simbolismo, ansiaba conocer Tailandia pero, a la vez, representaba el principio del fin de mi deambular.
Mi primera impresión fue la de acercarme un poco a los estándares de riqueza de occidente. Allí me encontré con tiendas de conveniencia abiertas 24 horas con todo tipo de artículos, desde higiene personal a comida, pasando por tarjetas para el móvil, y en los que se podía sacar y pagar con tarjeta de crédito. En un ambiente limpio y cuidado y con dependientes con una sonrisa y un estilo con ligero toque norteamericano. Agencias de viaje ofreciendo, en perfecto inglés y también con amplia sonrisa tailandesa, transportes privados a las cercanas Chiang Mai y Chiang Rai en modernos coches con aire acondicionado que circulaban por carreteras decentemente asfaltadas. Me decidí por Chiang Mai y mi nueva amiga, y compañera de viaje durante ya casi un mes, por Chiang Rai. Otro nuevo empezar: volvía a estar sola.
En Chiang Mai me depositaron en el casco antiguo y me encontré vagando por un extraño ambiente que mezclaba un gran número de templos y monjes con turistas extranjeros y numerosos locales ambientados para ellos. El hostal más recomendado por la guía no tenía habitación libre pero pronto me quedó claro que en su animado bar no iba a tener problemas para hacer amigos, ¡hasta se oía español! Proseguí pues por las calles en búsqueda de algún alojamiento un poco más tai y así dí con un hotelito regentado por una amable señora tailandesa enamorada de sus perritos. Mismo precio que el hostal para extranjeros y tendría habitación y baño privados y algún compañero turista tailandés.
Mi primera exploración de Chiang Mai me había dejado una sensación de estar en una especie de Disneylandia tailandesa...Así pues, opté por alejarme del centro en busca de la vida cotidiana de la ciudad. Y así fue como me encontré con una ciudad bastante urbanita, moderna, influenciada por occidente sin perder sus señas de identidad. Visité una exposición de arte moderno, algún que otro mercadillo callejero y me colé en una especie de fiesta fin de curso de instituto que parecería sacada de una película estadounidense si no fuera porque la imagen del rey tailandés arropaba el evento y la comida tenía ese picante intenso y peculiar de los tailandeses. Pronto aprendería que el rey, las sonrisas y el picante son la esencia de Tailandia.
Mis primeras horas en Tailandia habían despertado en mí una mezcla de entusiasmo y estupor. Confiaba fervientemente que Tailandia no me defraudara, tendréis que seguir leyéndome para averiguar qué pasó.
En Chiang Mai me depositaron en el casco antiguo y me encontré vagando por un extraño ambiente que mezclaba un gran número de templos y monjes con turistas extranjeros y numerosos locales ambientados para ellos. El hostal más recomendado por la guía no tenía habitación libre pero pronto me quedó claro que en su animado bar no iba a tener problemas para hacer amigos, ¡hasta se oía español! Proseguí pues por las calles en búsqueda de algún alojamiento un poco más tai y así dí con un hotelito regentado por una amable señora tailandesa enamorada de sus perritos. Mismo precio que el hostal para extranjeros y tendría habitación y baño privados y algún compañero turista tailandés.
Mi casera tailandesa en Chiang Mai |
Locales orientados a extranjeros en Chiang Mai |
Mi primera exploración de Chiang Mai me había dejado una sensación de estar en una especie de Disneylandia tailandesa...Así pues, opté por alejarme del centro en busca de la vida cotidiana de la ciudad. Y así fue como me encontré con una ciudad bastante urbanita, moderna, influenciada por occidente sin perder sus señas de identidad. Visité una exposición de arte moderno, algún que otro mercadillo callejero y me colé en una especie de fiesta fin de curso de instituto que parecería sacada de una película estadounidense si no fuera porque la imagen del rey tailandés arropaba el evento y la comida tenía ese picante intenso y peculiar de los tailandeses. Pronto aprendería que el rey, las sonrisas y el picante son la esencia de Tailandia.
Mis primeras horas en Tailandia habían despertado en mí una mezcla de entusiasmo y estupor. Confiaba fervientemente que Tailandia no me defraudara, tendréis que seguir leyéndome para averiguar qué pasó.
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