martes, 29 de mayo de 2012

Pokhara, la Suiza nepalí

Embutidos en la última fila de asientos de un monovolumen reconvertido en autobús, mi amigo francés, mi amiga china de Singapur y yo partimos a Pokhara desde Katmandú. El equipaje, en la baca y el ayudante del conductor y cobrador de billetes, siempre al acecho para captar el máximo de pasajeros por el camino. Fuimos en primera clase, compramos una plaza extra a sugerencia de mi amiga y, así, donde el fabricante del coche previó que debían ir 3, iban realmente 3 y no 4 o 5 como en las otras filas. Todo un lujo.

Compañeros de viaje a Pokhara

Más de 4 horas de camino con un verde paisaje con terrazas de campos de arroz por doquier, muchas curvas y vehículos muy adornados y aprovechados al límite.

Paisaje nepalí
Aprovechando los transportes públicos al máximo en Nepal

Pokhara es un encantador pueblo turístico en que se respira una relajante paz, muy bienvenida tras el caos y la contaminación de Katmandú. El lago Pekhar preside el paisaje, rodeado de montañas coronadas por los imponentes Anapurnas, sólo visibles en días claros. Pagodas en lugar de torres de iglesia, dal baht en vez de fondue, saris en vez de pantalones de cuero...por lo demás bien podría ser un pueblo suizo. La calle principal del barrio turístico es una sucesión de hoteles, tiendas de souvenirs, restaurantes y bares, similar a cualquier zona de veraneo española pero regentada por nepalíes e inmigrantes de Cachemira. Hasta San Miguel estaba presente en las fiestas.

Calle principal de la zona turística de Pokhara

Visitamos la World Peace Pagoda en lo alto de una montaña accediendo desde el lago y subiendo en trekking de un par de horas. La pagoda fue construida por un budista japonés como tributo al mundo. Desde lo alto, las vistas al lago son espectaculares y jugamos a descubrir algún pico de los Anapurnas asomando entre las persistentes nubes del recién acabado monzón. Cumplimos con el ritual de unión de naciones con nuestro pequeño grupo multicultural y bajando acompañados de nuevos amigos de otros países que hicimos en la cumbre y de nepalíes indicándonos el camino de vuelta al centro.

Barcas en el lago Pewha de Pokhara


World Peace Pagoda, Pokhara, Nepal

Lago Pewha en Pokhara

El festival de Dasain impregnaba el ambiente de Pokhara. Restaurantes y hoteles estaban faltos de personal al tener a varios miembros de su servicio de peregrinación a sus lugares de origen para obtener la bendición. También los había llegados a Pokhara, paseando por sus calles ataviados con sus mejores galas y con la frente marcada de rojo con la tika paterna. Los niños jugaban en los temporales columpios de bambú construidos para la ocasión, balanceándose mientras disfrutaban del paisaje. Junto con una australiana y una israelí, nos hicimos amigas de una familia que regenta un pequeño restaurante en el extremo más alejado del lago. Estaban algo tristes porque el negocio no funcionaba tan bien como lo esperado y planeaban la emigración del joven padre. No por ello dejaban de disfrutar del día a día con alegría, aprovechando todo minuto libre para jugar con la hijita, mostrando un espíritu de optimismo y de afrontar la vida que muy bien nos vendría a muchos por occidente. Compartimos con ellos momentos felices y convirtieron nuestra estancia en Pokhara en una especie de visita a viejos amigos. Les deseo lo mejor para el futuro.


Nuestros amigos de Pokhara en los columpios construidos por el Dasain

¿Has tenido la suerte de estar en Pokhara? ¡Comparte tu experiencia!

domingo, 20 de mayo de 2012

Katmandú, hermosa mezcla de colores, olores y caos

Desde mi acomodada condición de occidental urbanita, poco experta en Asia y tras la abrupta entrada al país desde Tibet, Nepal me asustaba al principio, pero no tardó en enamorarme por completo, y estiré mi estancia todo lo que pude.

Típica estampa de Thamel con los rickshaws, barrio turístico de Katmandú
Uno de los muchos templos hindúes de Katmandú

Exploré Katmandú en compañía de los amigos viajeros que traía del Tibet, un francés, una china de Singapur y una australiana (aunque suene a chiste así fue, hasta iba a haber una alemana pero tuvo que abandonar la causa por culpa de alguna bacteria importada ilegalmente del Tibet). A pesar de ser orígenes diferentes, a todos nos atrapó el caótico encanto de Katmandú por igual. Nos dejamos perder por sus callejuelas salpicadas de puestos ambulantes, mini templos dónde las mujeres dejan ofrendas, mezcla de gentes vestidas de forma tradicional con otras modernas (las menos), los niños de uniforme británico de las escuelas, las vacas deambulando a sus anchas, unas cabras esperando a su dueño a la entrada de un establecimiento...un mágico caos que hacía que no supiéramos dónde mirar para no perder detalle. Deslumbrante bofetón de coloridas imágenes y de, todo hay que decirlo, agobiante contaminación.
Thamel, antigua meca de los hippies (quizás sea más exacto decir que fue Freak Street que no queda muy lejos), ha evolucionado a una zona muy comercial, llena de ofertas de todo tipo dirigidas al extranjero. Como leí en la autobiografía de una de las últimas Kumari o niña-diosa de Katmandú, lleno de "letreros escritos en las letras de los extranjeros". También de vendedores ilegales de marihuana que, por alguna razón, de nuestro grupo, sólo se la ofrecían a mi amigo francés que estaba muy enojado por la fama de su nación. A pesar del aspecto de gran bazar para el viajero, sigue siendo el vibrante centro de la capital, escenario de muchos de sus rituales, grandes acontecimientos y vida diaria. Os dejo un extracto de su bullicio:


De repente, la rutina de Thamel se vio interrumpida por un torrente de agua. El monzón aún daba sus últimos coletazos. Peatones, motocicletas y rickshaws se sorteaban mutuamente en un inútil esfuerzo por encontrar refugio. Mi paraguas chino venció bajo la avalancha de lluvia. Mágicamente, me encontré con un repuesto en la mano y un nepalí que me apremiaba en el regateo (increíblemente oportuna visión de negocio muy al estilo nepalí). Las calles se habían tornado ríos. ¿Cómo será la plena temporada del monzón ? Un amable vendedor de alfombras nos brindó cobijo en su tienda a cambio de una sonrisa y pudimos resguardarnos.

Esta señora parece que sabía que venía el monzón
Y llegó el monzón a Katmandú
Las calles indundadas no frenan la frenética actividad de la ciudad

Cuando paró la lluvia, proseguimos la marcha hacia el corazón de Katmandú, la plaza Durbar. Por el camino seguimos encontrándonos con todo tipo de comercios orientados a turistas. Alguno claramente dirigido al público español. Prueba de que yo no era la primera viajera española en llegar precisamente...




Pagamos la entrada (solo para turistas) y accedimos a la plaza. Un conjunto de hermosos templos hindúes con sus artesanados de madera formando imagénes, a menudo eróticas (¿cómo una sociedad de castas y restricción de la mujer es, sin embargo, tan abierta con el sexo?¿o los cerrados somos los de cultura cristiana?), el palacio real y la casa de la niña diosa Kumari. Militares custodiando los monumentos, vacas y turistas paseando por doquier, mendigos buscando cobijo, mujeres rezando, algún santón y gente aparentemente esperando a alguien, o simplemente de paso, completaban la estampa.

Durbar Square, Katmandu.
El cuidado de las figuras de los dioses es muy importante

He mencionado ya en un par de ocasiones a la niña diosa, ahora os lo explico. No se le puede fotografiar y no siempre se la puede ver. El día de nuestra visita, fuimos otorgados la gracia de que apareciera en el balcón. Una niña de unos seis años, muy guapa, delicadamente maquillada y engalanada. Su mirada seria y madura para la edad y con un halo melancólico, me suscitó tanta curiosidad que acabé por leer la autobiografía de una Kumari. Así supe que son candidatas a ser diosa las niñas de determinada edad y condicion étnica y astrológica por nacimiento. Pasan encerradas en su palacio hasta alcanzar la pubertad y solo salen para ejercer su papel de diosa en las festividades. Los fieles les rezan y son transportadas como imágenes en procesión. Prácticamente nunca tocan el suelo, ya que, no caminan por sí solas. En los ultimos tiempos (gracias en parte a la insistencia de la familia de la Kumari de mi libro) ya reciben educación y un dinero para cuando abandonan el cargo. ¿Despiadado, injusto o simple tradición? En la autobiografía, la ex-diosa y actual ingeniera informática, relata sus años de reinado con total convicción de su poder y explica las dificultades de la vuelta al mundo real (desde andar hasta tratar con niños de su edad de igual a igual). La diosa Kumari es el símbolo más estable, que perdura y ha sido reconocido por todo tipo de forma de gobierno en Nepal. Extraño para el occidental, ancestral pero muy vivo, como el país al que representa, Nepal.

Palacio de la Diosa Kumari en Katmandú y balcón por el que suele aparecer

¿Qué opinas de Katmandú? ¿Te fascinó tanto como a mí?
 

martes, 15 de mayo de 2012

De Tibet a Nepal

La jornada empezó muy temprano en el Campamento Base del Everest y culminó, ya de noche, en la capital de un nuevo país para mí, en Katmandú, Nepal. Así fue cómo ocurrió.
Dejando atrás el Everest, mi compañera checa, el guía y el chofer tibetanos y yo, emprendimos un frenético viaje para llegar a la frontera con Nepal antes de que cerrará a las 15 horas. No había tiempo que perder. En el trayecto observamos a los niños tibetanos acudir en grupo al colegio chino, cubiertos del polvo del camino, pero felices. Desayunamos en Old Tingri, con unas inmejorables vistas al Everest y las cumbres de sus hermanos pequeños. A continuación, sin previo aviso, el jeep se desvió campo a través por un atajo. Y así, entre bote y bote, fuimos despidiéndonos del Himalaya. Conforme descendíamos en altura, el paisaje se iba transformando, dando paso a una cordillera frondosa y a una serpeante carretera, muy perjudicada pero asfaltada, con pequeñas cascadas de agua brotando de las montañas (reminiscencias de la recién acabada temporada de lluvias). Ver tanto verde después del árido paisaje tibetano fue un regalo para los ojos.


Últimas montañas del Tibet

Último tramo de la carretera a la frontera nepalí
El último de los pueblos del Tibet (Zhangmu), y por ende de China, recuerda un poco a un típico pueblo de montaña europeo, con empinadas calles y flores en los balcones. Cambiados los últimos yuanes a moneda nepalí, el guía nos acompañó en el paso fronterizo. Los guardias chinos nos miraban desconfiados (sobre todo a nuestro guía, claro está), y nos pidieron los papeles en más de una ocasión, incluso ya pasada la pertinente inspección. Registraron el equipaje en busca de libros prohibidos, que no encontraron (a un amigo de otro grupo sí le confiscaron la guía Lonely Planet del Tibet). Cruzamos un puente a pie, lleno de soldados de ambos lados, gentes cargadas esperando y diversos puestos ambulantes (yo tenía miedo de pararme por si me hacían volver) y...¡Namaste!¡estábamos en Nepal! Eran poco más de las 13 horas, ¡misión cumplida!.
En la frontera nepalí, todo facilidades y sonrisas. Por favor, pague usted el visado en dólares, eso de los euros no nos gusta nada porque nuestra cuenta es en dólares (¿?) y le le vamos a cobrar más (que es lo que me pasó). Al salir de allí, empezaba lo difícil, había que buscar un medio de transporte para llegar a la capital. Nos empezaron a acosar diferentes individuos ofreciéndose para llevarnos en sus vehículos. Primera confrontación con la cultura nepalí. Todos chapurrean inglés, son muy negociantes y, a diferencia de los chinos, acostumbrados a tratar con los turistas. También son muy distintos entre sí. La mezcla de razas es increíble. Los hay que recuerdan a los tibetanos, otros a los indios y hasta a los chinos. Nos pedían una fortuna por llevarnos a Katmandú. ¿Por qué? Era la festividad de Dasain y en ella todo buen hindú debe volver a casa para recibir la tika o bendición del paterfamilias. El autobús público dejaba a las afueras y con la festividad iba a ser complicado llegar desde allí al centro. Mi amiga checa se abstenía de opinar, al haberle fallado el cajero, estaba a expensas de mí y mi dinero, pero sí me apremió con un "si no nos damos prisa, tendremos que ir en el techo del autobús", que yo entendí como una exageración, pero que más tarde comprobé se ajustaba a la realidad. Cansada del viaje y con tantos inputs nuevos, era difícil pensar con claridad. Finalmente, acepté ir con el primero de los transportes disponibles, un señor y su furgoneta - camioncito. Mi amiga checa, el conductor, mi trolley y yo embutidos en la parte delantera, en la trasera, un tibetano huído para darle más emoción (según me explicó con su medio chino), y tres mujeres nepalíes. La maleta grande, junto con otros bártulos, atada en lo alto. Empezó el viaje, seguramente el más arriesgado de mi vida, aunque por entonces yo sólo lo sospechaba. 

Atasco camino de Katmandu

Viniendo de China, Nepal me pareció una vuelta atrás en el tiempo (aún más). La carretera (sería más exacto decir el camino), en ocasiones, desaparecía. Acababa de terminar el monzón y aún no había sido reparada. Un grupo de españoles que había conocido en el Everest provenientes de Nepal me había explicado que su autobús había tenido que interrumpido el viaje y habían recorrido los últimos kilómetros a pie. Con mis dos maletas, yo no iba a poder, tendría que liberarme de una. Intentaba no pensar en eso y disfrutar del paisaje entre los saltos y brincos. Avanzábamos y eso era mucho. Pequeñas fuentes naturales brotaban de los bordes del camino y formaban grandes charcos. Los nepalíes las aprovechaban para asearse. Todo tipo de animales domésticos y alguna vaca despistada cruzaban las calles a su antojo. Un divertido caos de gentes y colores, algunas con traje tradicional, a pie o en algún transporte imposible como el techo de los autobuses. Como decorado un hermoso paisaje de verdes montañas con una garganta con un río al fondo.




Atravesamos varios puestos militares que nuestro chófer sorteaba con una amplia sonrisa y unos papeles. Hubo momentos de tensión, como cuando por el estrecho paso con precipio teníaimos que esquivar a un coche que venía de frente (el video recoge alguno parecido) . En esos momentos me tranquilizaba pensar que no había motivos para suponer que nuestro conductor tuviera instintos suicidas. Tras un enorme atasco en que se puso el sol y aprovechamos para intentar comunicarnos con el resto de pasajeros, por fin, llegábamos a Thamel, el barrio más céntrico y turístico de Katmandú. 
Mi primer paso fronterizo a pie no había estado exento de emociones. La aventura nepalí no había hecho más que empezar.

¿Has atravesado algún paso fronterizo similar? ¿Cómo fue?


domingo, 6 de mayo de 2012

Shanghai, ciudad de grandes contrastes (2ª parte)

Hoy voy a continuar compartiendo con vosotros mi visión de los grandes contrastes de Shanghai. La imagen más conocida de Shanghai es, sin duda, el skyline del Bund con la futurista (y algo hortera) Torre de la Perla. Un conjunto de rascacielos en primera línea del río que de noche se iluminan mostrando mensajes publicitarios con juegos de luces de colores y que pueden admirarse desde el paseo del Bund en el otro lado del río. Varias azoteas con bares y discotecas de última moda despliegan vistas al más puro estilo Manhattan, con relaciones públicas muy fashion que eligen a quién dejan entrar a su local. Eventos, personalidades, muchos extranjeros expatriados dispuestos a disfrutar de la noche de Shanghai, rodeados de bellas jovencitas chinas vestidas a la última moda y con los más caros complementos.

También de día hay eventos en la zona del Bund, como el de esta playa artificial

No muy lejos de allí, convive uno de los barrios aún por desarrollar de Shanghai, en los alrededores de la parada de metro de Xianomen. Un paso atrás en el tiempo, una vuelta a la China tradicional. Los vecinos hacen vida en la calle, los niños juguetean y las mujeres cocinan en fogones exteriores, se venden frutas, verduras y todo tipo de mercancías expuestas sobre la calzada (a pesar de haber un mercado cerrado), bicicletas y motocicletas transportan cargas imposibles...todo ello en unas callejuelas estrechas de casas bajitas en medio de un ordenado caos que, en ocasiones, deja entrever alguno de los modernos rascacielos en el horizonte.

La mejor zona del barrio antiguo con el skyline de Shanghai en el horizonte

Una calle de Xianomen con la Torre de la Perla de Shanghai al fondo


Tráfico en Xianomen
A unas pocas paradas del metro de Xianomen, nos adentramos en un conjunto de casas de la época colonial que recuerdan al estilo londinense, sin perder el toque chino, y que han sido reconvertidas en tiendas de diseño y bares donde los shanghaianos más cool acuden a tomarse un cocktail o dos en la hora feliz o a comprarse uno de los últimos diseños. Es Tianzifang.

 
Tianzifang

Antiguo y moderno conviven en Shanghai. Aún en las zonas desarrolladas, algunas gentes de Shanghai siguen viviendo como lo hacían en los estrechos callejones y no es raro ver transeúntes en pijama por la calle o ropa colgada en cualquier rincón. Muchos gustan de acudir a alguno de los tradicionales mercadillos. Uno de ellos es el de las mascotas en Laoximen. Ubicado en un barrio de altas y modernas torres, muy cerquita también del Bund, se abre un pasadizo en una manzana que da paso a un entramado de puestos de mascotas apelotonadas. Allí se pueden encontrar desde sufridores animalillos domésticos guardados en espacios muy reducidos (conejitos, hamsters, pajaritos...) hasta insectos, fundamentalmente grillos y escarabajos. Los grillos son utilizados para amenizar con su canto y los escarabajos son luchadores que se enfrentan en peleas para que sus dueños ganen un dinero con las apuestas. Para probar la calidad de estos últimos, el comprador excita al insecto con un palito para ver cuan agresiva es su reacción. Curioso entretenimiento.
 
Mercado de animales de Laoximen. Las cestitas de bambú contienen grillos cantores

Un cliente eligiendo un escarabajo guerrero en el mercado de los animales de Laoximen

Cuando les pedí a mis jóvenes amigas con quienes intercambiaba mandarín por inglés, que me llevaran a dónde ellas van a pasar el tiempo libre, ellas, veinteañeras, estudiantes y oriundas de Shanghai, me condujeron a Xintiandi, en pleno corazón de la Concesión Francesa. Centros comerciales de grandes marcas de lujo en unas calles que más recuerdan a una capital europea que a una china. Repletas de turistas extranjeros sí, pero dónde también va la clase media y alta de Shanghai a buscar las últimas incorporaciones de las tiendas de prestigio. En ninguna otra ciudad he visto tantas tiendas repetidas de una misma marca de lujo como en Shanghai. Irónicamente, en esta misma zona está el histórico monumento dónde se reunió el primer congreso del partido comunista chino. El capitalismo más extremo en una de las catedrales del comunismo.


Casas típicas de Xintiandi, Shanghai

Con todo ello, ya no os asombrará que en 2011, enormes carteles celebraran orgullosos el 90 aniversario de la revolución comunista china en pleno centro neurálgico y comercial de Shanghai. ¿Paradójico? Así, son los contrastes de Shanghai, así es, la China moderna.

Cartel conmemorativo de los 90 años de comunisno en el metro Plaza del Pueblo, Shanghai

¿Cuál de las dos Shanghais es la auténtica? ¿Crees que es posible que esta convivencia se prolongue en el tiempo?

miércoles, 2 de mayo de 2012

Durmiendo en la cima del mundo, el Everest

No soy muy montañera ni he ido mucho de acampada, más bien, soy urbanita. Sin embargo, me disponía a pasar la noche en el Everest. Más concretamente, en el campamento base del lado tibetano, a 5.250 metros de altitud. Era una perspectiva emocionante pero no exenta de preocupaciones, ¿superaría con éxito la prueba o sucumbiría al mal de altura?

Campo base del Everest en el Tibet

Dos hileras de tiendas de campaña enfrentadas, un cartel en chino, tibetano e inglés indicando dónde estamos, algunos puestos de artesanos vendiendo bisutería, unas letrinas y una oficina de correos (la más elevada del mundo), todo ello coronado por el pico del Everest al fondo. Así es el campo base dónde iba a pasar la noche. Hacía un día precioso, brillaba el sol y el Everest se veía deslumbrante presidiendo el paisaje. Aún se podía llegar más cerca de la gran montaña (sin ser alpinista, se entiende). Hay un camino de una hora andando hasta el otro campamento base, el militar, desde allí casi se toca la cumbre. Mi compañera checa emprendió la marcha a pie acompañada por el guía. Yo no fuí tan valiente. El mal de altura, no me había afectado, pero sí notaba que estaba más cansada de lo normal y dos horas de trekking no iban a ayudar demasiado. Preferí no arriesgar y coger el autobusito (supuestamente ecológico) que llevaba hasta allí. Me encontré con un puesto militar chino y una  pequeña colina a modo de mirador. La subí poco a poco, parándome a mitad a coger aire (era una elevación insignificante pero la altitud magnifica el esfuerzo). Y allí estaba, frente a frente al Everest, cara a cara, casi parece que se esté a la par con él cuando, en realidad, aún hay varios miles de metros de diferencia. Lo inalcanzable parece alcanzable.

Segundo campo base del Everest en el Tibet
El Everest desde el segundo campo base

Cumplido el ritual de adoración a Chomolungma, por delante quedaban largas horas hasta la puesta de sol. Fueron llegando otros viajeros, amigos ya, que habían ido coincidiendo en las distintas paradas del recorrido tibetano. Tristemente resultó que la mayoría tuvo que abandonar el campamento porque alguno de los miembros de su expedición estaba repentinamente enfermo (no habían sabido guardar las energías o simplemente les había tocado la china del mal de altura).  Se perdieron el increíble espectáculo de la puesta de sol, otro gran regalo de la naturaleza. El cielo totalmente despejado proyectaba diversos colores en la cumbre del Everest que fue cambiando del dorado intenso al ocre hasta apagarse por completo.

Puesta de sol sobre el Everest

La suerte me sonreía, ¡iba a superar la prueba y a disfrutarla!. Con la caída del sol, la temperatura empezó a bajar y había que ir al retrete. Prefiero ahorraros los detalles de la descripción de las letrinas del campamento base. El olor ya se notaba en un radio de dos metros alrededor de ellas y no creo que hubieran sido vacíadas en meses. Como resultado, había un decorado de papelitos usados circundando la zona. Asqueroso. A la luz del día, con ayuda de una amiga haciendo de vigilante (¡no hay arbustos a más de 5.000 metros!) añadí, muy a mi pesar, otro papelito a la colección pero...¿de noche? Había hecho prometer al guía que me llevaría el chofer al monasterio para poder ir al aseo antes de dormir. Sin embargo, mi guía había desaparecido. Y la noche caía. Me salvó el mandarín. Aunque el chofer lo hablaba fatal, sí suficiente como para entender mi petición y, muy amable, salimos en el jeep, bajo una noche profunda, por la carretera de piedras y charcos, en busca del ansiado retrete. Y resultó que el chofer que, hasta entonces no se había pronunciado, tenía ganas de conversación. Son estos momentos en los que una fugazmente calcula la diferencia de tamaño del chofer tibetano (enorme) y la gran soledad de las montañas pero decide, rápidamente, cortar estos pensamientos (la checa estaba tan cansada que había preferido quedarse en la tienda). Fue todo bien y una hora más tarde ya estaba junto a mi tienda lavándome los dientes en la oscuridad. La noche en la tienda de campaña acababa de empezar.

Dueño de tienda - hotel en el Everest

Nuestro anfitrión que más parecía un indio americano de las películas que un tibetano, y que era extremadamente coqueto, continuamente mirándose al espejo y colocándose bien la trenza, encendió el fuego. Yo, totalmente vestida con mis varias capas y los pantys debajo de los pantalones, me introduje en la sábana - funda traída desde el pisito de Shanghai y en el saco de dormir prestado por el guía y me tapé (bueno me taparon porque no podía moverme ya) con varias mantas. Y así, enfundada en todo ello y muy calentita, me dispuse a intentar dormir. No pasé frío durante la noche pero tampoco dormí demasiado. La parte de atrás de la tienda se convirtió en el centro de reunión de los tibetanos del campamento y cada vez que entraba alguien a la tienda me inquietaba saber que mi bolso estaba fuera de mi alcance. Por no hablar de la comodidad de la bancada que era estrecha y dura. Los ronquidos del chino tampoco ayudaban. Sin embargo, mi compañera checa y la pareja china parecía que dormían plácidamente.

Aquí dormimos en el Everest

A la mañana siguiente, ¡sorpresa! no había hoguera al levantarse. Hube de armarme de gran valentía para salir del calentito nido que me había organizado. Mientras me lo pensaba, observé asombrada como mi guía se cambiaba la camiseta sin esfuerzo y mostrando su torso descubierto. Imagino que hay que ser tibetano para no sentir el frío matutino del Himalaya. La salida del sol sobre el Everest, no fue tan especial como la puesta. El Everest es increíble pero creedme no merece la pena dormir allí si es por ver la salida del sol. Sí por el misterio de saber que se está durmiendo a más de 5.000 metros, rodeada de tibetanos y a los pies de la montaña mágica. Jamás me había imaginado siquiera que yo haría algo así. La realidad había superado a la imaginación y la experiencia del Everest había pasado a formar parte de mis recuerdos imborrables.