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domingo, 22 de julio de 2012

El mundo visto desde un elefante

Paseo en la selva, baño con elefantes, rescate in extremis en el río...todas esas aventuras me había deparado ya mi visita a Chitwan y aún faltaba la traca final: el safari en elefante. Si vais a Chitwan y os decidís por el safari en elefante, os recomiendo que lo hagáis a lomos de alguno de los elefantes del Parque Nacional que están más cuidados y protegidos. Así lo hice yo, y mi sensación es que el animal era tratado con respeto (dentro de lo que cabe).

Una familia en safari en elefante en el Parque Nacional de Chitwan

Desde una torre construida a tal efecto, se accede a la cesta colocada sobre el lomo del elefante, una persona en cada esquina con la barra entre las piernas para no caerse. En mi caso éramos solo 3, dos chicas polacas y yo. El cuidador va sentado a la cabeza e indicando al elefante con la vara qué dirección tomar. El que me tocó era un joven nepalí muy amable, que se notaba que quería a su elefante y que se esforzó por hacer muy completo nuestro mini safari.

El cuidador da las instrucciones al elefante apoyando la vara en su cabeza

Empieza el suave traqueteo, avanzamos lenta y pesadamente por la jungla. ¡Cuidado, una rama! No hay problema. Nuestro amigo elefante la retira suavemente con la trompa. Increíble. Atravesamos un río como si fuera un charco, chof, chof, sin salpicarnos si quiera y ya estábamos en el Parque Nacional.


¡Cuidado que nos metemos en el agua!

Primero vimos unos ciervos, animales de sobra conocidos, pero siempre tan bonitos...y se ven distintos desde arriba del elefante, parecen tan pequeños....¡Chicas, no habléis que asustáis a los animales! Mirad, ¡un jabalí! Este sí parece pequeño desde lo alto del elefante. Seguimos avanzando y, de repente, detrás de unos arbustos y a solo 2 metros de nosotros, en un claro de la selva, impasibles e ignorando completamente nuestra presencia estaban mamá rinoceronte y su cría pastando plácidamente. ¡Estaba al lado de dos rinocerontes y no parecía importarles! Curioso animal el rinoceronte que parece haberse quedado estancado en algún eslabón de la cadena de evolución con su extraño cuerno y su apariencia de estar construido a base de robustos bloques armados entre sí sin la línea de definición depurada que caracteriza a otros animales como el buey o la vaca.

Rinocerontes en el Parque Nacional de Chitwan
El elefante se acerca mucho al rinoceronte
La cría de rinoceronte vista de cerca



Y mamá rinoceronte
 
Desde lo alto del elefante, la visión de la fauna es magnífica y es posible acercarse a un imponente animal, como el rinoceronte, sin miedo a ser atacado, y, aún mejor, sin molestarle si quiera. Pensado en retrospectiva, el paseo no debe ser precisamente agradable para el elefante. He tenido oportunidad de repetirlo en otros países asiáticos y no lo he hecho porque me ha dado penita. Los elefantes han sido y son aún, en gran medida, elementos explotados por el hombre por estos lares, pero al mismo tiempo, es fácil criticarlo desde la acomodada postura de rico occidental que también explotó a animales (y, según se mire, aún explota) para avanzar en su progreso en el pasado. Ahí dejo la reflexión, cada cual que la interprete como considere. Sea como fuere, aunque quizás sea poco considerado con los elefantes cabalgar en uno de ellos, he de admitir que disfruté del paseo como una niña pequeña en el circo. ¡Gracias elefantes por acercarme a la selva!



¿Y tú qué opinas? ¿Crees que no se debería apoyar el safari en elefante?



domingo, 1 de julio de 2012

Nadando con elefantes en Nepal

Lo que sigue es una de las experiencias más increíbles de mi vida. Ocurrió en Chitwan, Nepal. Volvía de mi safari a pie y acudí a la cita diaria del baño de los elefantes en el río. Los elefantes necesitan disfrutar de un baño de recreo al día, es su momento de descanso en una dura jornada de trabajo. El día anterior no habían venido por estar demasiado ocupados. La explotación a los elefantes es grande en Nepal, son una importante fuente de ingresos. ¿Acudirían hoy a su cita? ¡Allí estaban! Sólo vinieron dos elefantes, acompañados de sus cuidadores. Muy pronto empezaron a jugar en el agua. Parecían sonreir al echarse agua con la trompa. La gente empezó a agolparse y a hacer turno para subirse de dos en dos.


El elefante parece que sonreía disfrutando de su baño

Iba preparada: no llevaba documentación ni casi dinero y el bikini puesto. Tenía que buscar mi oportunidad. Estaba sola esta vez y necesitaría a alguien. Me fijé en un chico inglés que hacía fotos a una pareja encima del elefante. Resultó ser su novia, él no se había atrevido a montar. ¡Perfecto! Le pinché diciéndole que él no podía ser menos, y tras unos titubeos por su parte, logré que la novia custodiara nuestros objetos personales mientras subíamos a lomos del elefante. ¡El ego masculino me servía de ayuda en esta ocasión!


Baño con elefantes en el Parque Nacional de Chitwan en Nepal

Un, dos, tres...un empujoncito del cuidador y...¡estaba subida a un elefante! Sin montura, sintiendo su piel surcada por duras cerdas bajo mi cuerpo, manteniendo el equilibrio a duras penas. Respondiendo a las órdenes del cuidador, el elefante nos tiraba agua con la trompa. ¡Disfrutaba como una niña pequeña!


El elefante se echa agua y de paso ¡nos moja!

Completamente enamorada del elefante y del momento, nada podría hacerme caer. Pero claro, había más personas esperando su turno y tendría que dejar mi plaza a los siguientes. El cuidador dio la orden al elefante para que nos tirara al agua. Mi compañero inglés cayó de inmediato, pero yo me resistía....El cuidador dio de nuevo la orden al elefante. Nunca he subido a un toro mecánico pero se me estaba dando muy bien...Comprendí que tenía que dejarme ir. El cuidador le gritó otra vez algo al elefante. Y ahora sí,  me lanzó al agua con más fuerza y más lejos. Me dejé ceder al impulso y caí en las turbias aguas del río. Empecé a nadar hacia la orilla. Nadaba y nadaba pero descubrí con horror que no avanzaba. ¡La corriente era más fuerte que yo y me arrastraba hacia dentro! ¡Y en el río había cocodrilos! Intenté que el miedo no me paralizara. Seguí nadando desesperadamente. Chillé pidiendo ayuda. Fue un instante que pareció eterno. Hasta que el cuidador se percató de mi situación y me acercó el palo que usaba para guiar al elefante. Pude agarrarme a él y así me dejé llevar a la orilla. ¡Había estado muy cerca de no contarlo!  Mi baño con elefantes casi me sale muy, muy caro. Aún así, no me arrepiento en absoluto y, si tuviera la oportunidad, volvería a subirme a un elefante para bañarme con él. He descubierto un nuevo amor. El elefante es un animal que me fascina. Haber podido jugar con uno en el agua ha sido excitante y divertido. Me siento muy afortunada. Más tarde supe que no es común lo que me ocurrió y, por tanto, os recomiendo la experiencia. Eso sí, ¡no os empeñéis en quedaros encima del elefante como hice yo!

¿Te gustan los elefantes? ¿Has jugado con uno en el agua?


 



domingo, 24 de junio de 2012

De safari en Nepal

Imposible dormir. ¿Quién me mandaba a mí, miedica reconocida, contratar un safari a pie por la jungla? ¿Y si me atacaba uno de los pocos tigres que se supone había? ¿O un oso? ¿Y si el que me atacaba era el que me había traído a ese hotel (y que me había estado intenando convencer para pasar la noche en la jungla con él)?. Seguro que su amigo le abría la habitación y yo no tendría escapatoria. La maraña de pensamientos absurdos no cesaba. Me alegré cuando, por fin, salió el sol y ya tocaba ir a la excursión.¡Parque Nacional de Chitwan, allá voy!



Empezamos en canoa, íbamos un matrimonio francés de mediana edad con su guía personal, un guía oficial del parque ya experimentado y otro más jovencito cerrando la comitiva. Con tanto guía, iríamos seguros, ¿o no? Primero un relajante paseo en canoa por el río en el que sólo veíamos aves de todo tipo. Los franceses iban muy preparados con sus prismáticos y sus uniformes estilo colonial, yo, en cambio, a duras penas me había vestido de camuflaje y me preocupaba el centímetro de pierna que no había logrado que mi calcetín alcanzara a tapar...

Aves autóctonas en el Real Parque Nacional de Chitwan en Nepal

Parecía que justo cuando me giraba a mirar alertada por el guía o el francés, el animalito en cuestión ya se había escondido. ¿Dónde estaban los cocodrilos? ¡Allí hay uno! Creía que era un tronco de lo quieto que estaba. Había visto caimanes en el pasado pero este cocodrilo era más pequeño y aplanado. Estaba muy cerca y nuestra canoa no parecía muy estable...Mejor no pensarlo.

Cocodrilo en Chitwan, Nepal

Nos habíamos retrasado porque mi guía había incorporado a los franceses recién llegados a Chitwan a última hora y ya no era buena hora para ver animales....¡Qué rabia! Un momento...¿qué es eso? ¡Un rinoceronte descansando en la islita del río! Paramos la canoa para observarle cómo dormía tranquilamente, ajeno a nuestras miradas. ¡Estaba sólo a unos metros de una bestia enorme con cuerno!

Un rinoceronte durmiendo la siesta en el río de Chitwan

Dejamos la canoa, y nuestro guía nos dio unas recomendaciones de qué hacer si nos encontrábamos con alguno de los animales peligrosos. No recuerdo muy bien qué correspondía con cada animal pero sí que en un caso había que subir a un árbol (creo que con el rinoceronte...fácil, si yo trepo a árboles a diario...), en otro hacer mucho ruido (esto sí se hacerlo, si es que el miedo no me deja muda, claro) y hasta quedarse quieto y caminar de espaldas (¡en medio de la selva!, ¡tropezaría seguro!). ¿Sería capaz? Seguro que teniendo a un rinoceronte, un oso o un tigre cerca sí. Nos despedimos de nuestro amigo rinoceronte de la isla y empezamos a caminar por la jungla.

¡Adiós rinoceronte!

Mi "enamorado" nepalí
Pegadita al guía experimentado, imitándole en cada movimiento, totalmente en silencio y en alerta constante, empecé a deslizarme por la jungla. Sufría por si me atacaba un insecto en el trocito de pierna al descubierto. ¿Aguantaría el repelente super extra fuerte? Proseguimos e hicimos un alto en una torre de vigía desde la que se vislumbraba la inmensidad de la jungla. Allí fue donde me libré, por muy poco, de convertirme en aperitivo de una sanguijuela. Uno de los guías me la quitó cuando ya trepaba por mi bota. Él, en cambio, sí sufrió un mordisco y su camiseta se tiñó de rojo. Como de verde se había teñido la piel de un chino que nos encontramos en la torre. "Calidad china", comentó divertido nuestro guía. Mal lo tiene China si hasta sus vecinos pobres desprecian sus productos. 
Ya no vimos más animales grandes. Nuestro guía escenificó un momento de pánico cuando se oyó un gran ruido entre los arbustos. Aparentemente, acabábamos de estar cerca de un oso (y la semana anterior había habido un ataque a turistas...). Nunca sabré si era cierto pero, desde luego, el ruido que hizo aquello fue muy real y muy grande.

Finalmente, mi primer paseo por la jungla llegaba a su fin. De él me llevo una nueva humildad adquirida por la imponente sensación de intruso en la madre naturaleza. En la jungla se siente, como en ningún otro lugar, que el ser humano no siempre es el rey. Tras la aventura del safari, seguía sana y salva y aún me esperaba el gran postre...¡el baño con los elefantes! Mi recién estrenada y temporal faceta de aventurera no había hecho más que empezar.

¿Has paseado por la jungla? ¿Pasaste tanto miedo como yo?

sábado, 16 de junio de 2012

En busca de los elefantes

En cuanto leí en un foro de Internet que en Chitwan podía subir en elefante, se convirtió en mi objetivo en la vida, Pokhara me resultaba ya aburrida...¡me iría a Chitwan a buscar elefantes! Tras la espectacular despedida con amanecer en las montañas, acudí a la estación de autobuses de Pokhara donde, mientras los trabajadores se afañaban en su organizado caos por repartirnos a viajeros y equipajes entre los destartalados autobuses, los viajeros nos despedíamos de Pokhara mirando embobados a los Anapurnas de fondo.

Estación de autobuses de Pokhara
Encajando el equipaje en la estación de autobuses de Pokhara en Nepal

Me tocó un autobús rosa con un interior decorado al más puro estilo de una película de Bolywood, con piedras brillantes por doquier y cortinitas de colores. Mi asiento era de cabina, como me había advertido mi joven amigo del hotel, pero no había comprendido el significado: una banqueta situada transversalmente en la parte frontal del autobús con las rodillas golpeando en el hueco de la rueda y mi cabeza a ras del techo. Me esperaban más de seis horas de esa guisa dando trompicones. Miré a mi alrededor y vi a un chinito y, primero con la mirada y luego con mi medio mandarín, logré que me cediera su asiento. A su mujer no le hizo mucha gracia y tuve que volver a intercambiarlo pasadas tres horas para no ser fulminada por sus miradas de odio. Xiexie nimen! (gracias)



El interior de mi autobuses "bollywoodiense". Imposible sacar mejor la foto con los baches

Como todo llega, también llegamos a Chitwan, para ser asaltados por una horda de encargados de hoteles ofreciéndonos sus servicios. Yo había intentado reservar uno pero no sabía si me habían aceptado y ¡allí estaban esperándome! Resultó ser un resort de precio desorbitado (para los estandares marcados del viaje), así que, lo rechacé amablemente y me tiré en un jeep con unas danesas que me explicaron que íbamos al "Lonely Planet pick", vamos al recomendado por la famosa guía. Sin comentarios, duré 10 segundos en la habitación que me ofrecieron (se salía el retrete, la mosquitera medio rota, manchas sospechosas en las sábanas...) y emprendí la huída con mi maletita dispuesta a llamar otra vez al hotel caro, muerta del madrugón (en Asia amanece a la hora solar no como en España, es decir, a las cuatro) y de la carretera. Enseguida salió el relaciones que me había traído hasta allí a darme caza y ofrecerme el hotel de su amigo, mucho mejor que el resort y más barato. Esto del amigo me lo conozco yo ya...Me dejó en un bar del río pero volvía a buscarme. Y me encontré allí sola en un chiringuito frente a frente con un río que parecía africano y la jungla al otro lado. Un paisaje maravilloso, ¡los elefantes me esperaban!

Atardecer sobre el río en Chitwan

Unos noodles para recobrar fuerzas y una petición de rescate al camarero que llamaría al resort en mi nombre. Lentamente me empezó a rodear una familia nepalí. La madre me había atisbado allí sola y su instinto protector le hizo acercarse. Padre, madre, abuela, dos hijas y dos hijos me observaban. A través de la hija mayor se aseguraron de que estaba bien y ya tenía dónde quedarme y me ofrecieron comer pasta deshidratada picante que ellos tomaban cual ganchitos. ¡Qué amables estos nepalíes! Pero no todo iba a ser tan fácil y ya volvía el relaciones del hotel al acecho. No tuve fuerzas para imponerme en el debate que siguió y acepté acompañarle para echar un vistazo. Y resultó ser cierto, el hotel era nuevo e impoluto, la habitación enorme, ¡todo un lujo a un módico precio! ¡Menuda siesta! Recuperada, salí a explorar el pueblo y contratar la excursión al Parque Nacional. Tras un largo diálogo con un experimentado guía del parque e incapaz de decidir qué escoger, me interrumpió para apremiarme a alquilar una bici e irme al centro de conservación de elefantes antes del anochecer. Le hice caso y me encontré intentando pedalear por un camino de piedras sufriendo porque se hiciera de noche y por caerme cerca de un cocodrilo. Tan torpe era que los niños de los poblados tharu que atravesaba dejaban de jugar para mirarme con cara de preocupación. No hay fotos de sus casas porque mi frenética carrera contra el sol me lo impedía. Llegué sana y salva para toparme con el río.  Atravesé en una canoa estrecha mojándonos un poco y, ¡allí estaba Dumbo!, ¡por fin tocaba a un elefante!

Elefantes en el Centro de Conservación de Chitwan


Los niños estaban entusiasmado y le gritaban elefante en nepalí para que les hiciera caso. Yo me uní a ellos y disfruté acariciando su piel salpicada de duras cerdas. El centro daba bastante pena porque los elefantes, teóricamente rescatados de tareas pesadas, permanecen encadenados. Aún así, al ver a los elefantes fue amor a primera vista.

Mamá elefante y su niño en Chitwan
El sol caía y yo tenía que volver al pueblo, sin luces y con mi poca destreza. La idea no era muy halagüeña. Me pegué a una parejita mixta en la canoa (inglesa ella, nepalí él) y me llevaron a mí y a mi bici en su jeep. ¡Yupi! ¡La bondad del viajero me había salvado de nuevo! Un espectáculo de danzas tribales tharu para acabar la jornada y el safari ya contratado para al día siguiente. Como primera presentación no había estado mal...¡y la aventura no había hecho más que empezar!

¿Has estado en el Centro de Conservación de Elefantes de Chitwan? ¿Te gustó o te apenó un poco como a mí?


domingo, 10 de junio de 2012

Luces y sombras en Nepal

Nepal es un país de gentes encantadoras y paisajes increíbles, pero también uno de los más pobres del mundo. El orgullo nepalí les hace no querer sucumbir ante el imperialismo de sus vecinos indio o chino para crear infraestructuras, que, de otro modo les resultan imposibles de acometer, y paraliza su desarrollo. Los cortes de electricidad (o la ausencia de ella) son frecuentes y las carreteras, a menudo, desaparecen. Quizás por eso fue allí, en Nepal, donde mi pequeño y desgastado portátil de viaje (y conexión con el mundo occidental) decidió dejar de funcionar. No soportó los viajes por las destartaladas carreteras y murió por aplastamiento entre el equipaje y mis rodillas. Imposible hacerle arrancar. Urgía buscar una solución.

Una calle del centro de Katmandú, en Nepal, obsérvese el entramado de cables y el mapa de ubicación en la zona

Me encontraba aún en Pokhara y pregunté al recepcionista y dueño del hotelito donde me alojaba. Estábamos en Dasain, por lo que no era fácil encontrar a un técnico dispuesto a trabajar, pero él me lo resolvería y traería a un amigo. Resultó ser un informático bajito y bizco, que, superado el reto de mirarle mientras examinaba delicadamente el portátil en mi habitación (puerta abierta y hablando alto y claro), me explicó, en perfecto inglés, que era capaz de arreglarlo por el equivalente a 15€. Una ganga, decía, porque en mi país seguro que por ese precio ni venían a verlo. Una fortuna en Nepal, pero no estaba en condiciones de discutir. Y se llevó mi portátil sin más. El dueño del hotel, siempre sonriente, me dijo que él (como la mitad de Pokhara) se iba al día siguiente en busca de la bendición paterna a su pueblo natal por el Dasain, pero que su joven y tímido primo, se encargaría de perseguir que mi portátil volviera sano y salvo. Y comenzó la espera.

Lago Pewha en Pokhara, Nepal

Pronto quedo claro que al joven primo le encantaba jugar a caballero salvador con la blanquita en apuros (o sea yo). Y así pasaron un par de días en los que yo preguntaba a cada momento por mi portátil y él llamaba al informático para insistirle y siempre estaba "casi" a punto. Me dejaba utilizar el ordenador de recepción (fundamental para poder planificar las siguientes etapas del viaje) y me intentaba impresionar, en su medio inglés, con sus hazañas de montañero experto, porque él es un chico de las montañas (su pueblo natal a más de 4.000 metros) y sólo en ellas es feliz. Por eso se gana la vida llevando a extranjeros de expedición y pretendía que me uniera. Menos mal que era muy tímido y pude manejar la situación.

Pokhara, un pico de los Anapurnas asomándose entre las nubes (lado superior izquierdo)

El tiempo pasaba y aunque el ejercicio de jugar a vislumbrar un pico de los Anapurnas entre las nubes del lago (parecido a buscar a Wally) era fascinante, la atadura de no poder ausentarme más de dos horas seguidas del hotel para no cesar la presión al informático empezaba a deseperarme. Esto unido al hecho de que crecía en mí la preocupación de que mi portátil (y, por tanto ¡mis fotos!) nunca volviera, hizo que tomara una determinación: anuncié a mi joven amigo que al día siguiente partía a Chitwan y que exigiera la devolución del portátil ipso facto y me fuí a pasar las últimas horas junto a mis amigos del restaurante del lago. Volví, ya noche cerrada, para encontrar a mi joven amigo muy sonriente explicándome que mi portátil estaba arreglado y que él, un chófer y yo íbamos a ir a la tienda a buscarlo. Más de las diez de la noche, oscuras y desiertas calles camino al centro no turístico de Pokhara y yo iba sola en un coche con dos nepalíes adultos que no sabía dónde me llevaban (mejor no pensar mucho en ello...). Pero, sí, allí estaba el informático de mirada incierta, que abrió la persiana de su taller y, ¡eureka, el portátil funcionaba! Obviamente, el Dasain le había impedido dedicar tiempo (aunque me hubiera asegurado lo contrario) y solo ante la posibilidad de no cobrar nada (¡¡increíble honestidad, realmente me hubiera devuelto el portátil sin más!!!), había tomado interés en repararlo y realizar la magia de hacer funcionar una placa base destrozada. Grande el pueblo nepalí que me había ayudado a restaurar mi cordón umbilical con occidente. Mis temores habían sido refutados de la mejor de las maneras.

Mirador de Sarangkot en Nepal

Para acabar mi estancia en Pokhara y gracias a la organización de mi joven amigo montañero, dormí unas pocas, muy pocas, horas y acudí a la cita del amanecer en los Anapurnas. Un ritual fascinante en el que cada pico va iluminándose poco a poco mientras se abre el horizonte y las nubes. Un espectáculo, eso sí, amenizado por cientos de personas agolpadas en un mismo montículo, en su mayoría turistas de la vecina y (más) rica India, que coreaban cada avance del sol como si de un gol en un partido de fútbol se tratara (o mejor de un tanto de criquet), añadiendo un toque muy peculiar al conjunto y recordando en que parte del mundo estaba. Mucho sueño, pero gran disfrute para la vista.

Salida del sol sobre los Anapurnas, vista desde Sarangkot cerca de Pokara en Nepal




Luces y sombras de un país pobre de gente encantadora. ¿Has estado en Nepal? ¿Tienes alguna experiencia similar que contarnos?


martes, 29 de mayo de 2012

Pokhara, la Suiza nepalí

Embutidos en la última fila de asientos de un monovolumen reconvertido en autobús, mi amigo francés, mi amiga china de Singapur y yo partimos a Pokhara desde Katmandú. El equipaje, en la baca y el ayudante del conductor y cobrador de billetes, siempre al acecho para captar el máximo de pasajeros por el camino. Fuimos en primera clase, compramos una plaza extra a sugerencia de mi amiga y, así, donde el fabricante del coche previó que debían ir 3, iban realmente 3 y no 4 o 5 como en las otras filas. Todo un lujo.

Compañeros de viaje a Pokhara

Más de 4 horas de camino con un verde paisaje con terrazas de campos de arroz por doquier, muchas curvas y vehículos muy adornados y aprovechados al límite.

Paisaje nepalí
Aprovechando los transportes públicos al máximo en Nepal

Pokhara es un encantador pueblo turístico en que se respira una relajante paz, muy bienvenida tras el caos y la contaminación de Katmandú. El lago Pekhar preside el paisaje, rodeado de montañas coronadas por los imponentes Anapurnas, sólo visibles en días claros. Pagodas en lugar de torres de iglesia, dal baht en vez de fondue, saris en vez de pantalones de cuero...por lo demás bien podría ser un pueblo suizo. La calle principal del barrio turístico es una sucesión de hoteles, tiendas de souvenirs, restaurantes y bares, similar a cualquier zona de veraneo española pero regentada por nepalíes e inmigrantes de Cachemira. Hasta San Miguel estaba presente en las fiestas.

Calle principal de la zona turística de Pokhara

Visitamos la World Peace Pagoda en lo alto de una montaña accediendo desde el lago y subiendo en trekking de un par de horas. La pagoda fue construida por un budista japonés como tributo al mundo. Desde lo alto, las vistas al lago son espectaculares y jugamos a descubrir algún pico de los Anapurnas asomando entre las persistentes nubes del recién acabado monzón. Cumplimos con el ritual de unión de naciones con nuestro pequeño grupo multicultural y bajando acompañados de nuevos amigos de otros países que hicimos en la cumbre y de nepalíes indicándonos el camino de vuelta al centro.

Barcas en el lago Pewha de Pokhara


World Peace Pagoda, Pokhara, Nepal

Lago Pewha en Pokhara

El festival de Dasain impregnaba el ambiente de Pokhara. Restaurantes y hoteles estaban faltos de personal al tener a varios miembros de su servicio de peregrinación a sus lugares de origen para obtener la bendición. También los había llegados a Pokhara, paseando por sus calles ataviados con sus mejores galas y con la frente marcada de rojo con la tika paterna. Los niños jugaban en los temporales columpios de bambú construidos para la ocasión, balanceándose mientras disfrutaban del paisaje. Junto con una australiana y una israelí, nos hicimos amigas de una familia que regenta un pequeño restaurante en el extremo más alejado del lago. Estaban algo tristes porque el negocio no funcionaba tan bien como lo esperado y planeaban la emigración del joven padre. No por ello dejaban de disfrutar del día a día con alegría, aprovechando todo minuto libre para jugar con la hijita, mostrando un espíritu de optimismo y de afrontar la vida que muy bien nos vendría a muchos por occidente. Compartimos con ellos momentos felices y convirtieron nuestra estancia en Pokhara en una especie de visita a viejos amigos. Les deseo lo mejor para el futuro.


Nuestros amigos de Pokhara en los columpios construidos por el Dasain

¿Has tenido la suerte de estar en Pokhara? ¡Comparte tu experiencia!

domingo, 20 de mayo de 2012

Katmandú, hermosa mezcla de colores, olores y caos

Desde mi acomodada condición de occidental urbanita, poco experta en Asia y tras la abrupta entrada al país desde Tibet, Nepal me asustaba al principio, pero no tardó en enamorarme por completo, y estiré mi estancia todo lo que pude.

Típica estampa de Thamel con los rickshaws, barrio turístico de Katmandú
Uno de los muchos templos hindúes de Katmandú

Exploré Katmandú en compañía de los amigos viajeros que traía del Tibet, un francés, una china de Singapur y una australiana (aunque suene a chiste así fue, hasta iba a haber una alemana pero tuvo que abandonar la causa por culpa de alguna bacteria importada ilegalmente del Tibet). A pesar de ser orígenes diferentes, a todos nos atrapó el caótico encanto de Katmandú por igual. Nos dejamos perder por sus callejuelas salpicadas de puestos ambulantes, mini templos dónde las mujeres dejan ofrendas, mezcla de gentes vestidas de forma tradicional con otras modernas (las menos), los niños de uniforme británico de las escuelas, las vacas deambulando a sus anchas, unas cabras esperando a su dueño a la entrada de un establecimiento...un mágico caos que hacía que no supiéramos dónde mirar para no perder detalle. Deslumbrante bofetón de coloridas imágenes y de, todo hay que decirlo, agobiante contaminación.
Thamel, antigua meca de los hippies (quizás sea más exacto decir que fue Freak Street que no queda muy lejos), ha evolucionado a una zona muy comercial, llena de ofertas de todo tipo dirigidas al extranjero. Como leí en la autobiografía de una de las últimas Kumari o niña-diosa de Katmandú, lleno de "letreros escritos en las letras de los extranjeros". También de vendedores ilegales de marihuana que, por alguna razón, de nuestro grupo, sólo se la ofrecían a mi amigo francés que estaba muy enojado por la fama de su nación. A pesar del aspecto de gran bazar para el viajero, sigue siendo el vibrante centro de la capital, escenario de muchos de sus rituales, grandes acontecimientos y vida diaria. Os dejo un extracto de su bullicio:


De repente, la rutina de Thamel se vio interrumpida por un torrente de agua. El monzón aún daba sus últimos coletazos. Peatones, motocicletas y rickshaws se sorteaban mutuamente en un inútil esfuerzo por encontrar refugio. Mi paraguas chino venció bajo la avalancha de lluvia. Mágicamente, me encontré con un repuesto en la mano y un nepalí que me apremiaba en el regateo (increíblemente oportuna visión de negocio muy al estilo nepalí). Las calles se habían tornado ríos. ¿Cómo será la plena temporada del monzón ? Un amable vendedor de alfombras nos brindó cobijo en su tienda a cambio de una sonrisa y pudimos resguardarnos.

Esta señora parece que sabía que venía el monzón
Y llegó el monzón a Katmandú
Las calles indundadas no frenan la frenética actividad de la ciudad

Cuando paró la lluvia, proseguimos la marcha hacia el corazón de Katmandú, la plaza Durbar. Por el camino seguimos encontrándonos con todo tipo de comercios orientados a turistas. Alguno claramente dirigido al público español. Prueba de que yo no era la primera viajera española en llegar precisamente...




Pagamos la entrada (solo para turistas) y accedimos a la plaza. Un conjunto de hermosos templos hindúes con sus artesanados de madera formando imagénes, a menudo eróticas (¿cómo una sociedad de castas y restricción de la mujer es, sin embargo, tan abierta con el sexo?¿o los cerrados somos los de cultura cristiana?), el palacio real y la casa de la niña diosa Kumari. Militares custodiando los monumentos, vacas y turistas paseando por doquier, mendigos buscando cobijo, mujeres rezando, algún santón y gente aparentemente esperando a alguien, o simplemente de paso, completaban la estampa.

Durbar Square, Katmandu.
El cuidado de las figuras de los dioses es muy importante

He mencionado ya en un par de ocasiones a la niña diosa, ahora os lo explico. No se le puede fotografiar y no siempre se la puede ver. El día de nuestra visita, fuimos otorgados la gracia de que apareciera en el balcón. Una niña de unos seis años, muy guapa, delicadamente maquillada y engalanada. Su mirada seria y madura para la edad y con un halo melancólico, me suscitó tanta curiosidad que acabé por leer la autobiografía de una Kumari. Así supe que son candidatas a ser diosa las niñas de determinada edad y condicion étnica y astrológica por nacimiento. Pasan encerradas en su palacio hasta alcanzar la pubertad y solo salen para ejercer su papel de diosa en las festividades. Los fieles les rezan y son transportadas como imágenes en procesión. Prácticamente nunca tocan el suelo, ya que, no caminan por sí solas. En los ultimos tiempos (gracias en parte a la insistencia de la familia de la Kumari de mi libro) ya reciben educación y un dinero para cuando abandonan el cargo. ¿Despiadado, injusto o simple tradición? En la autobiografía, la ex-diosa y actual ingeniera informática, relata sus años de reinado con total convicción de su poder y explica las dificultades de la vuelta al mundo real (desde andar hasta tratar con niños de su edad de igual a igual). La diosa Kumari es el símbolo más estable, que perdura y ha sido reconocido por todo tipo de forma de gobierno en Nepal. Extraño para el occidental, ancestral pero muy vivo, como el país al que representa, Nepal.

Palacio de la Diosa Kumari en Katmandú y balcón por el que suele aparecer

¿Qué opinas de Katmandú? ¿Te fascinó tanto como a mí?
 

martes, 15 de mayo de 2012

De Tibet a Nepal

La jornada empezó muy temprano en el Campamento Base del Everest y culminó, ya de noche, en la capital de un nuevo país para mí, en Katmandú, Nepal. Así fue cómo ocurrió.
Dejando atrás el Everest, mi compañera checa, el guía y el chofer tibetanos y yo, emprendimos un frenético viaje para llegar a la frontera con Nepal antes de que cerrará a las 15 horas. No había tiempo que perder. En el trayecto observamos a los niños tibetanos acudir en grupo al colegio chino, cubiertos del polvo del camino, pero felices. Desayunamos en Old Tingri, con unas inmejorables vistas al Everest y las cumbres de sus hermanos pequeños. A continuación, sin previo aviso, el jeep se desvió campo a través por un atajo. Y así, entre bote y bote, fuimos despidiéndonos del Himalaya. Conforme descendíamos en altura, el paisaje se iba transformando, dando paso a una cordillera frondosa y a una serpeante carretera, muy perjudicada pero asfaltada, con pequeñas cascadas de agua brotando de las montañas (reminiscencias de la recién acabada temporada de lluvias). Ver tanto verde después del árido paisaje tibetano fue un regalo para los ojos.


Últimas montañas del Tibet

Último tramo de la carretera a la frontera nepalí
El último de los pueblos del Tibet (Zhangmu), y por ende de China, recuerda un poco a un típico pueblo de montaña europeo, con empinadas calles y flores en los balcones. Cambiados los últimos yuanes a moneda nepalí, el guía nos acompañó en el paso fronterizo. Los guardias chinos nos miraban desconfiados (sobre todo a nuestro guía, claro está), y nos pidieron los papeles en más de una ocasión, incluso ya pasada la pertinente inspección. Registraron el equipaje en busca de libros prohibidos, que no encontraron (a un amigo de otro grupo sí le confiscaron la guía Lonely Planet del Tibet). Cruzamos un puente a pie, lleno de soldados de ambos lados, gentes cargadas esperando y diversos puestos ambulantes (yo tenía miedo de pararme por si me hacían volver) y...¡Namaste!¡estábamos en Nepal! Eran poco más de las 13 horas, ¡misión cumplida!.
En la frontera nepalí, todo facilidades y sonrisas. Por favor, pague usted el visado en dólares, eso de los euros no nos gusta nada porque nuestra cuenta es en dólares (¿?) y le le vamos a cobrar más (que es lo que me pasó). Al salir de allí, empezaba lo difícil, había que buscar un medio de transporte para llegar a la capital. Nos empezaron a acosar diferentes individuos ofreciéndose para llevarnos en sus vehículos. Primera confrontación con la cultura nepalí. Todos chapurrean inglés, son muy negociantes y, a diferencia de los chinos, acostumbrados a tratar con los turistas. También son muy distintos entre sí. La mezcla de razas es increíble. Los hay que recuerdan a los tibetanos, otros a los indios y hasta a los chinos. Nos pedían una fortuna por llevarnos a Katmandú. ¿Por qué? Era la festividad de Dasain y en ella todo buen hindú debe volver a casa para recibir la tika o bendición del paterfamilias. El autobús público dejaba a las afueras y con la festividad iba a ser complicado llegar desde allí al centro. Mi amiga checa se abstenía de opinar, al haberle fallado el cajero, estaba a expensas de mí y mi dinero, pero sí me apremió con un "si no nos damos prisa, tendremos que ir en el techo del autobús", que yo entendí como una exageración, pero que más tarde comprobé se ajustaba a la realidad. Cansada del viaje y con tantos inputs nuevos, era difícil pensar con claridad. Finalmente, acepté ir con el primero de los transportes disponibles, un señor y su furgoneta - camioncito. Mi amiga checa, el conductor, mi trolley y yo embutidos en la parte delantera, en la trasera, un tibetano huído para darle más emoción (según me explicó con su medio chino), y tres mujeres nepalíes. La maleta grande, junto con otros bártulos, atada en lo alto. Empezó el viaje, seguramente el más arriesgado de mi vida, aunque por entonces yo sólo lo sospechaba. 

Atasco camino de Katmandu

Viniendo de China, Nepal me pareció una vuelta atrás en el tiempo (aún más). La carretera (sería más exacto decir el camino), en ocasiones, desaparecía. Acababa de terminar el monzón y aún no había sido reparada. Un grupo de españoles que había conocido en el Everest provenientes de Nepal me había explicado que su autobús había tenido que interrumpido el viaje y habían recorrido los últimos kilómetros a pie. Con mis dos maletas, yo no iba a poder, tendría que liberarme de una. Intentaba no pensar en eso y disfrutar del paisaje entre los saltos y brincos. Avanzábamos y eso era mucho. Pequeñas fuentes naturales brotaban de los bordes del camino y formaban grandes charcos. Los nepalíes las aprovechaban para asearse. Todo tipo de animales domésticos y alguna vaca despistada cruzaban las calles a su antojo. Un divertido caos de gentes y colores, algunas con traje tradicional, a pie o en algún transporte imposible como el techo de los autobuses. Como decorado un hermoso paisaje de verdes montañas con una garganta con un río al fondo.




Atravesamos varios puestos militares que nuestro chófer sorteaba con una amplia sonrisa y unos papeles. Hubo momentos de tensión, como cuando por el estrecho paso con precipio teníaimos que esquivar a un coche que venía de frente (el video recoge alguno parecido) . En esos momentos me tranquilizaba pensar que no había motivos para suponer que nuestro conductor tuviera instintos suicidas. Tras un enorme atasco en que se puso el sol y aprovechamos para intentar comunicarnos con el resto de pasajeros, por fin, llegábamos a Thamel, el barrio más céntrico y turístico de Katmandú. 
Mi primer paso fronterizo a pie no había estado exento de emociones. La aventura nepalí no había hecho más que empezar.

¿Has atravesado algún paso fronterizo similar? ¿Cómo fue?