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martes, 19 de marzo de 2013

Yogja, antigua meca del viajero hippy (II)

Los días en Yogjakarta transcurrían marcados por los contrastes de la ciudad. Allí estaban las casas coloniales de estilo holandés con sus típicos tejaditos sombrero pintadas de alegres colores, albergando establecimientos indonesios.




Casa estilo colonial en Yogjakarta
Conviviendo con multitud de mercadillos callejeros vendiendo productos de gusto musulmán bajo la lluvia del monzón.

Un mercadillo en las afueras de Yogjakarta
Y restos de las ruinas de un glorioso y desaparecido pasado. Borubudur, del que ya os hablé, y Prambanan, el complejo hindú más grande del Sudeste asiático, patrimonio de la humanidad.

Prambanan, Java, Indonesia
 
En Prambanan volví a reencontrarme, a través de las escenas talladas en la piedra de sus templos, con la historia de los amantes Rama y Sita que conocí en Bali. Y de paso descubrí, que la que yo creía una inocente y romántica historia de amor, era todo un entramado de dioses, guerras, intereses cruzados, pecados, venganzas, pasiones y celos incontrolados.
Como en Borubudur, también en Prambanan coincidí con excursiones escolares, esta vez, bastante más jóvenes. Aquello parecía un improvisado jardín de infancia con niños correteando entre los antiguos templos dando una nota de color a un día muy nublado, con sus camisetas amarillo chillón, jugando a meterse en los charcos que había dejado el monzón, ante la mirada de resignación de sus cuidadoras vestidas con ropajes musulmanes. La atracción de un charco de lluvia hacia un niño sobrepasa fronteras y culturas, ¡inútil resistirse!




Visitantes autóctonos en las ruinas de Prambanan en Indonesia

Java es una isla muy castigada por los terremotos, y Yogjakarta aún mostraba las heridas de guerra del último de ellos. Varios edificios de su ciudad antigua aún no habían sido reconstruidos y permanecían abandonados para que los guías "voluntarios" contaran historias increíbles de ellos, y los jóvenes autóctonos los usaran como refugio para sus encuentros clandestinos.


Yogjakarta es también ciudad de artesanos, como los fabricantes de las marionetas planas con las que se entretienen los indonesios horas y horas viendo, una y otra vez, las mismas historias interminables, ya sea en el teatro o retrasmitidas por televisión. Y los famosos batiks o telas teñidas artesanalmente que son ofrecidas al turista enmarcadas a modo de cuadros. Y, cómo no, en los vestigios de la zona hippy, hay multitud de talleres de pintores que ofrecen sus obras al visitante.



Fresco en una calle de Yogjakarta

Artesano fabricando una marioneta en Yogjakarta, Indonesia

Yo, empero, tenía en mente visitar a un personaje indonesio mucho más imponente: el Dragón de Komodo, habitante de la isla de Lombok, a la que no había logrado llegar en mi ruta viajera y del que el zoo de Yogjakarta cuenta con un par de ejemplares. Gracias a la ayuda de los amables habitantes de la ciudad, y un recorrido de varios autobuses, alcancé mi objetivo, un zoo orientado al público infantil y nada frecuentado por visitantes extranjeros, lo cual hizo que me convirtiera en el especimen más raro. Me dediqué a saludar a unos y a otros, a modo de estrella de cine, y hasta a posar con algunos visitantes a los que mi presencia les causaba más sorpresa que la de los animales.


Convertida en una atracción para los indonesios

Y, finalmente, allí estaba, frente a frente con las bestias que dormían plácidamente en su cubículo. Las desperté con un poco de ruido y alzaron su cabeza. El animal escapado a la evolución de las especies me saludaba desubicado fuera de su entorno natural. Del mismo modo que lo estaba yo con mi visita fuera de los itinerarios turíticos y que puso el broche final a mi estancia en Indonesia.

Dragones de Komodo en el zoo de Yogjakarta, Indonesia

¿Has visitado alguna atracción en el extranjero no orientada a turistas? ¿Qué pasó?






domingo, 3 de marzo de 2013

Yogja, antigua meca del viajero hippy (I)

Tras un cansado y largo viaje nocturno que duró más de 10 horas en un minibus, Yogjakarta nos recibió en los albores del alba, en pleno resurgir de la vida tras el descanso de la noche. Una buena siesta y, ¡Yogjakarta, allá voy!


Una calle de Yogjakarta, Indonesia

Allí estaba el boulevard Malioboro, una avenida repleta de tiendas ofreciendo baratijas orientales a los turistas y todo tipo de artículos a las gentes locales. Al caer la noche, sus luces de neón se encienden y los soportales de las casas de estilo holandés albergan un improvisado mercadillo.

Avenida Malioboro en el centro de Yogjakarta

Numerosas mezquitas se hallan repartidas por la ciudad y en ellas las jóvenes fieles musulmanas rezan con sus ropajes blancos cubriéndolas casi por completo.

Mezquita en Yogjakarta

Ya de noche surgen otras jovencitas con sus minifaldas cantando rock and roll en sitios de moda.

Marcha nocturna en Yogjakarta

No muy lejos de la ciudad queda la excursión obligada al templo de Borubudur, una pirámide de piedra tallada narrando historias budistas con impresionantes estupas en la cima coronadas por un Buda que observa plácidamente el paisaje.


Borubudur, Java, Indonesia

Borubudur, el templo budista más grande del mundo, abandonado a su suerte tras el dominio musulmán para ser más tarde redescubierto por el colonizador británico, es ahora visitado como monumento por las nuevas generaciones indonesias. Entre ellas, un grupo de jóvenes estudiantes que posaban haciéndose fotos entre las estupas budistas con sus ropajes estilo musulmanán y sus velos de alegres colores.

Jóvenes posando en el templo Borubudur, en Indonesia

Estos fueron algunos de los contrastes con que me topé en los días que pasé en Yogjakarta. Pero sin duda, el más grande de todos llegó una mañana en que, muy temprano, el silencio del amanecer se vio interrumpido por cánticos en árabe. Al acudir a la llamada del exterior, descubrí que las calles se habían  convertido en improvisados mataderos, en los que hábiles carniceros degollaban, despellejaban y cortaban carne de vacas, ovejas y cabras. La escena, truculenta a ojos del visitante occidental, era vivida sin embargo como una fiesta por los habitantes locales y los niños correteaban y jugueteaban entre el ganado vivo y muerto.

Sacrificio de reses en la festividad de Eid Al-Adha en Yogjakarta, Indonesia

Más tarde supe que aquello era día sagrado para los musulmanes, el Eid Al-Adha y que la carne iba a ser repartida entre los pobres. Aquello no alivió totalmente mi mirada occidental urbanita acostumbrada a la carne ya precortada en bandejas colocadas en las baldas de un supermercado.


Organizando la carne en la fiesta de Eid Al-Adha en Yogja, Indonesia


Este espectáculo algo dantesco no era la estampa que esperaba encontrar del antiguo refugio hippy y, sin embargo, aquello era el reflejo de la auténtica Yogjakarta y lo otro solo un espejismo inventado por el visitante extranjero que hasta le había acortado el nombre hasta dejarlo sólo en Yogja. ¿Qué más sorpresas me depararía aquella ciudad?

¿Habéis estado en alguna otra supuesta ciudad hippy que luego no os lo haya parecido? ¡Contádnoslo!







domingo, 20 de enero de 2013

Deambulando a los pies del Bromo


Atrás quedaba la excursión a la cima del volcán y por delante teníamos unas horas muertas hasta que nos vinieran a buscar para llevarnos al otro lado de la isla. Nuestra expedición se había quedado reducida al matrimonio joven  brasileño, el holandés solitario y una servidora; las amigas inglesas habían decidido proseguir por su cuenta, fieles a su tradición de aislamiento isleño, supongo. Juntos nos adentramos en el atractivo misterio del paisaje lunar formado por senderos de arena y lava a los pies de Bromo. 

Un antiguo templo con un aire muy balinés nos recibió imponente, cual superviviente en medio de la polvareda del camino.


Ruinas de templo hindú a los pies del volcán Bromo

La soledad y desolación en la que nos veíamos envueltos nos hacía sentir como una suerte de exploradores en nuestro retorno a pie a un hostal que se nos hacía cada vez más lejano. La extraña belleza del camino embriagaba y animaba a continuar.

Paisaje volcánico en los alrededores de Bromo

Tras recobrar fuerzas (por fin) comiendo algo en el pueblo de Cemoro Lawang, retomamos el peregrinaje. El valle volcánico dejó paso a un paisaje verde y frondoso, igualmente solitario, tan sólo salpicado de alguna vivienda escondida. De esta aparente nada surgió, como si de una aparición se tratase, un vendedor de peces de colores portando la mercancia en su motito adaptada para tal fin. Recibió nuestra sorpresa por la singularidad del medio de transporte con paciencia y una media sonrisa posada en la consabida fotografía.
 
Vendedor de peces de colores cerca de Bromo en Java

La mala (o buena) fortuna hizo que el monzón hiciera acto de presencia en forma de lluvia tormentosa. Aceleramos el paso y cuando quisimos darnos cuenta, a nuestro holandés errante se lo había tragado la tierra. Resultó que no fue la tierra sino un refugio al que había acudido para encender su cigarrillo. Y allí estaba alegremente enzarzado en una conversación con un pastor local ¿Había aprendido el idioma local? Nada más lejos, pero con un poco de imaginación, gestos, mucho buen humor y empeño, ambos lograban comunicarse. Mi  diccionario viajero con ilustraciones contribuyó aún más a este intercambio entre el pastor y el representante de su antiguo colonizador que compartían felizmente tabaco. El pastor nos mostró orgulloso su vaca y nos enseñó los rudimentos de su idioma. Tan mágica fue la conexión que surgió, que mi nuevo amigo brasileño decidió convertir al pastor en digno poseedor de su bandera y le hizo entrega de la que había estado portando en su mochila durante meses en espera de un momento como aquel. El pastor  reconoció Brasil de inmediato (¡bendito fútbol!) y se alegró mucho con el presente. No hay una instantánea que inmortalice el encuentro, así que, queda a merced de vuestra imaginación, pero si algún día viajáis cerca de Bromo y veis una bandera brasileña adornando un cobertizo, ya sabéis a qué se debe.

Valle de Bromo en el Parque Nacional del Bromo Tengger Semeru

Seguro que en vuestros viajes habéis tenido algún encuentro parecido, superando barreras de idioma y cultura, ¡contádnoslo!

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Viaje a la isla de los volcanes

Con pesar por abandonar la que ya consideraba "mi" Ubud, el afán por conocer más mundo me llevó a continuar el viaje a la isla de los volcanes, Java. Sólo el nombre ya me hacía emular paisajes exóticos.
Viniendo desde Bali, se echa de menos la frondosidad de su paisaje tropical y el alegre colorido de sus templos y sus gentes con las frecuentes ofrendas y ceremonias; en su lugar llega el impresionante paisaje lunar y volcánico que ya se vislumbra desde el ferry. Nos adentrábamos en el misterio del mundo musulmán en el epicentro de Indonesia.

Aproximación a Java desde el ferry de Bali

Compartí viaje en un minibus con un encantador matrimonio muy jovencito de brasileños (¡algún día os iré a ver!), un holandés errante para ahogar penas del corazón y dos amigas londinenses al inicio del año sabático. Salíamos de mañanita de Kuta (en mi caso antes de Ubud) para atravesar toda la isla hasta alcanzar el noroeste, cruzar en ferry a la vecina Java y proseguir otras largas horas hasta llegar, exhaustos, a nuestro destino.Ya bien entrada la noche, llegábamos a un pueblo a los pies del volcán Bromo. Juntos, deambulamos de hostal en hostal, regateamos, insistimos, peleamos... para finalmente lograr una habitación con ducha compartida, bastante frío y un plato de pasta deshidratada regado con fanta roja (les encanta por Asia) porque no quedaba ya agua embotellada. El madrugón era importante, nos acostábamos a medianoche y a las cuatro partíamos ya a la cima del monte para ver el amanecer sobre Bromo.

Amancer sobre el valle del volcán de Bromo, en Java

¿Por qué tenemos que madrugar tanto? Tan sólo hemos logrado concentrarnos todos los turistas en manada y los comerciantes con su café (¡menos mal!) y baratijas, avanzando adormilados en la penumbra y luchando por una foto. Estos asiáticos venden muy bien sus amaneceres....¿Por qué nosotros no obligamos a nuestros turistas a ver el amanecer sobre el mediterráneo, todos juntos en procesión? Los deseos de venganza y el mareo del cansancio me estaban ya superando cuando, con las primeras luces del alba, apareció ante nosotros el paisaje. La vista del crater del volcán asomando entre la bruma y las nubes y rodeado del valle de árboles quemados me cautivó.



Y aún quedaba lo mejor. Nos acercaron en jeep hasta las dunas. Los últimos metros  consistían en atravesar una explanada de arena y cenizas asediados por chavalines ofreciéndonos sus caballitos para llegar a la meta. Accedí a la turistada, tras un pequeño tira y afloja, y monté en un caballito, manteniendo el equilibrio, no sin dificultades. Si caía, parecía que el suelo era blando...Logré subir la colina (y alegrar un poco el día al cuidador de mi caballo que me observaba mis esfuerzos muy divertido) y disfruté como una niña pequeña.


Caballitos para la visita a Bromo, Java

Al final del trayecto nos esperaba una empinada escalera que nos separaba de los últimos metros hasta alcanzar el crater. Menos mal que algún vecino balinés había dejado una ofrenda a los pies de la escalera, ¡estábamos protegidos!.


Y allí estaba, un poco sin aliento, justo delante del crater del volcán Bromo. Había visto volcanes antes pero nunca tan de cerca que un resbalón pudiera hacerme formar parte de uno. Impresionante.
La que yo había apodado "isla de los volcanes" acababa de darme la bienvenida por todo lo alto.


Volcán de Bromo, Java
Guías esperando a que bajaran los turistas






Uno de los graciosos caballos que ayudan a alcanzar el volcán de Bromo, Java

¿Has ejercido de turista por el mundo y te has visto obligado a madrugar con la promesa de ver un amanecer único? ¿Mereció la pena?

martes, 27 de noviembre de 2012

Adentrándome en la realidad local de Bali

Mis primeros días en Ubud fueron de lo más ajetreado. En compañía de un nuevo amigo húngaro hicimos casi todo lo que de turístico hay que hacer por allí (él tenía poco tiempo y, por tanto, mucha prisa).
Fuimos a ver bailes balineses, en los que nos admiramos de los movimientos de ojos, como si fueran a salirse del sitio, y los retorcimientos de manos imposibles de imitar.
Bailes típicos de Bali

Descubrimos que en Bali hacen el café más caro del mundo (Kopi Luwak), tostando el grano defecado por un extraño animalillo parecido a un visón y llamado civeta. Lo descubrimos, pero no lo probamos, no acabamos de verle el porqué de pagar tanto por un café proveniente de tan oscuro origen...

La civeta responsable de la creación del café más caro del mundo, el Kopi Luwak

Por supuesto, hicimos la visita obligada al gran volcán Batur.


Volcán Batur, Bali
Y nos enternecimos con la bella estampa de fervor y devoción de los balineses haciendo sus abluciones en los chorros de las fuentes sagradas del Templo Tirta Empul.


Templo Tirta Empul, Bali
También visitamos algún otro templo, paseamos por arrozales y nos hartamos de comer Nasi Goreng (plato típico a base de, ¿cómo no?, arroz). Cuando mi amigo se fue (porque se acababa su viaje), yo estaba exhausta y decidí tomarme un día azul (así lo llama una amiga): dedicado al cuidado femenino). Tras los meses que ya llevaba a mis espaldas, decidí ir a cortarme el pelo. De todas las peluquerías de Ubud alcanzables a pie, opté por una, no por mejor ni peor, sino porque la peluquera me cayó simpática. Y así fue como me hice amiga de una mujer de Java que vive desde hace años en Ubud y a quien le gusta hacer amigos entre los extranjeros afincados allí (aún sigue mandando noticias de tanto en cuando). Inmediatamente, se ofreció a llevarme a conocer a sus amigos occidentales. Me pasaría a buscar esa noche en su motito para llevarme al bar donde tocaban unos amigos balineses. Andando no, en su moto era más seguro. Accedí, pese a no dar mucho crédito a la mayor seguridad de la propuesta, repitiéndome a mí misma que ese era mi viaje para romper barreras y el miedo a las motos (imprescindibles para moverse por Asia), iba a ser otra de ellas.

Reggae en Bali, ¿es por los turistas o es que les gusta a los balineses?

Esa noche, me adentré en una reunión de viejos conocidos, occidentales y balineses, bailando al ritmo del reggae de la banda local. Curioso ver a los balineses pidiendo consejo a una inglesa por turnos, a modo de confesión, acerca de cómo tratar con las mujeres blanquitas de comportamiento tan extraño para ellos. De ella surgió también la invitación a una fiesta al día siguiente. Una villa con vistas a los arrozales, música en directo, bebida y un montón de extranjeros y locales vestidos de blanco. Entre ellos, unos españoles encantadores que pasan largas temporadas en Ubud y que hicieron de mi estancia aún más especial (si me estáis leyendo, nuevamente gracias y seguid disfrutando del paraíso). Curioso el contraste entre los jóvenes balineses amigos o pareja de los extranjeros y mi amiga de Java, cuyo origen y religión musulmana le hacían sentirse una extraña en su propio país, sin atreverse a probar nada de comer ni beber y con miedo a cualquier movimiento extraño.





La fiesta en cuestión acabó como el rosario de la aurora. El aparente aislamiento de la villa entre arrozales provocaba sin embargo un efecto acústico que hizo que la música se oyera desde el pueblo. No tardó mucho en aparecer un jefe local, con su uniforme y turbante indicativos del rango, y dispuesto a poner fin a la fiesta. La anfitriona hizo caso omiso a la orden y aquel, ni corto ni perezoso, procedió a cortar el suministro eléctrico. En cuestión de segundos pasamos de ser una alegre congregación a un caos en tinieblas. Pude huir antes de que la cosa llegara a mayores, gracias a la ayuda de otros nuevos amigos balineses que me acercaron en su moto a mi hostal. No vi cómo acabó la fiesta pero según he podido saber, aquel suceso fue comentado durante mucho tiempo en el pueblo.

Los balineses respetan al extranjero y le dejan hacer, hasta que este deja de respetarlos a ellos. Regla básica de convivencia, ¿no creéis?