domingo, 26 de febrero de 2012

Mis amigos chinos

Al tratar con un chino me he encontrado con situaciones muy diversas que podríar resumir en cuatro tipos de chino (aunque esto de generalizar nunca está bien y se trata de una burda simplificación):


Primera situación: el chino que se asusta del extranjero. Aunque parezca increíble, especialmente porque he pasado la mayor parte de mi estancia en Shanghai, que está repletito de extranjeros, aún hay muchos chinos para los que un occidental es poco menos que un alienígena. Ya cuando ven acercarse al extranjero de frente buscan evitar el contacto. Y cuando el extranjero (o sea yo) se les dirige, a pesar de ser en medio mandarín, se bloquean y hacen como que no entienden. Si la petición es muy sencilla (como comprar algo pequeño), responden al estímulo pero sin emitir sonidos. A veces resulta cómico y es algo a lo que no me acostumbro. En España mucha gente que cree que el extranjero no le entiende, tiende a chillarle como si fuera sordo; en China, el chino no habla con el extranjero como si él (el chino) fuera mudo. En una ocasión, realmente creí que el dependiente que me atendía era mudo. Y casi le hablo por signos, pero, claro, esto no es muy útil, porque nuestros signos y los suyos son distintos...Mi asombro fue mayúsculo cuando, después de mí, llegó un cliente local y se dirigió a él con voz alta y clara.


Segunda situación: el extranjero es tratado como una estrella de cine. De nuevo sorprendentemente, hasta en el centro de Shanghai, ocurre con frecuencia que un chino para a un extranjero y le pide emocionado hacerse una foto con él (seguramente son turistas chinos en la gran ciudad). La primera vez que me ocurrió me quedé muy sorprendida, luego ya hasta se le coge el gustillo a eso de ser considerado famosillo solo por ser de otra raza. Esta diferencia también puede tener sus ventajas. El extranjero es rápidamente identificado y catalogado para lo bueno y para lo malo. En una ciudad en medio de China, iba con dos amigos occidentales. Uno de ellos se ausentó por una llamada y, al entrar en la inmensa estación llena de gente, no nos veía. Enseguida un grupo de chinos le rodearon y le llevaron hasta nosotros. Blanquito con blanquitos. Problema resuelto.

Tercera situación: el chino que quiere aprender inglés. Si te encuentras con uno, olvídate de practicar mandarín. Y de hablar también. Te cogerá por banda y no te soltará. Eres extranjero, da igual que el inglés no sea tu lengua materna, para el chino laowai es sinónimo de hablar perfecto inglés. Recuerdo en un tren de 4 horas en medio de China, la chica que tenía al lado me lo contó todo, todo, todo. Supe de su familia, su infancia, su gran amor y parte de la historia de China. y un par de películas. Imposible intentar cambiar al mandarín. Creía que se ahogaría de tanto hablar pero no, resistió estoicamente mientras el corillo de chinos de nuestro alrededor nos miraba estupefactos y envidiosos.

Cuarta y última situación: el chino que siente curiosidad por el extranjero, quiere acercarse a él y lo trata con amabilidad y normalidad. Así es como hice mis grandes amigos chinos. Algunos han perdurado en el tiempo. Otros han aparecido en algún momento de desconcierto cual ángeles salvadores y han vuelto a desaparecer. Como las chinitas que me ayudaron en mi frustración, recién llegada a Lhasa, muerta de cansancio por el shock de la altura y desesperada porque ningún taxista quería recogerme. Surgida de la nada, una china encantadora me brindó su ayuda y me llevó a mi hotel. O mi "hermana pequeña" china que ya antes de llegar a Shanghai se había ofrecido a ayudarme (la conocí buscando piso) y que, al ver que no le contactaba, ya llegada a Shanghai, insistió en quedar conmigo muy preocupada y me introdujo en su familia y amigos desde el primer día.  O en Xinping, un pequeño pueblo del sur de China que había ido a visitar sola y en el que no quería dejar de dar el paseíto en barca por el hermoso paisaje del río Li. Me adoptó un grupo de turistas de Shenzen y con ellos disfruté de la puesta de sol y de la compañía. Acabaron llevándome en su autobús de vuelta a Yangshuo, como uno más de ellos. Son muchas las situaciones que me han permitido encontrar a chinos encantadores que me han acogido y tratado como una más. Mis amigos chinos.


¿Te has visto en alguna de estas situaciones? ¿Cuál es tu experiencia? ¡Cuéntanosla!


lunes, 20 de febrero de 2012

Capacidades olvidadas

He vuelto a ir en bicicleta. Ya sé que de por sí no es gran cosa. Los que me conocéis sabréis que, tratándose de mí, sí es un paso importante; y los que no me conocéis, seguramente estaréis pensando "si ir en bici no se olvida nunca". ¡Cuántas veces he oído esa frase! "Esto es como ir en bicicleta, que no se olvida". Y yo siempre asentía pero para mis adentros pensaba, "yo lo he olvidado", así que, igual tampoco es tan sencillo este asunto que estamos tratando. ¿Qué cómo puede ser que yo lo hubiera olvidado, si se supone que nadie lo hace? Buena pregunta. Para empezar, soy (¿o era?) lo que comúnmente se llama "miedica", mi enorme racionalidad me provocaba miedo a ponerme en riesgo de hacerme daño y, para complicarlo un poco más, tengo bastante poca seguridad en mi capacidad física, siempre he sido la torpe en deportes. Ya de por sí aprender a ir en bicicleta no fue tarea fácil, solo la paciencia e insistencia de mis padres lo lograron, tras mucho tiempo y esfuerzo. Unos años más tarde hubo un tiempo en el que la bicicleta fue mi medio de transporte habitual: iba día a día a la escuela y me movía por el tráfico de un pequeño pueblo irlandés, es decir, con lluvia y … ¡por la izquierda! Tuve un pequeño accidente, nada grave, pero imagino que contribuyó a guardar en mi memoria un recuerdo negativo que no ayudaba a volver a subirme en una bicicleta.

Sin embargo, el otro día, en un encantador pueblecito de China, me monté en una bicicleta y, sin pensarlo, me puse a pedalear y ¡comencé a avanzar! Y creo que esa ha sido la clave "sin pensarlo". Simplemente me dije, "todo el mundo dice que esto no se olvida, necesito ir en bicicleta para disfrutar de los paisajes y voy a hacerlo", y, así fue. Esto mismo lo había intentado ya en etapas anteriores de mi vida (aunque el paisaje era otro) y no había funcionado, me bloqueaba si el camino se tornaba difícil, no era capaz de girar, perdía el equilibrio, etc. Tenía miedo. Y el miedo nos paraliza, nos impide seguir, no nos deja ser feliz. Yo quiero aprender a vivir sin miedo, por eso, volver a ir en bicicleta ha sido un gran paso para mí. Y, tras estar un rato pedaleando, recuperé otra capacidad perdida: ¡empecé a silbar! Volver a ir en bicicleta ha sido como un pequeño renacimiento, por eso, he querido compartirlo con vosotros. 

¿Te ha pasado algo parecido? ¿Has logrado superar el miedo al algo y ser más feliz? ¡Cuéntanoslo!

jueves, 16 de febrero de 2012

Los chinos quieren aprender inglés

La traducción al inglés a veces falla...
Los chinos quieren aprender inglés y se han propuesto conseguirlo. Los niños lo aprenden en la escuela desde pequeñitos y, siempre que hay un turista cerca,  sus padres les animan a acercarse a probar su nivel de inglés con él. Los universitarios tienen que estudiar inglés obligatoriamente, independientemente de la materia a la que se dediquen. Como resultado, en las zonas turísticas, es común que la gente interpele al turista con un "hello, hello". También muchas veces me he encontrado hablando en chino y recibiendo la respuesta en inglés. Esto me irritaba bastante. ¿Por qué todos los chinos han de pensar que todo occidental ha de hablar en inglés sea cual sea su país de origen? Finalmente he comprendido que para ellos el idioma para comunicarse con el occidental es el inglés y que están deseosos de practicarlo y de mejorar y, por eso, no pierden ocasión para hacerlo.  
Yangshuo, un pequeño y encantador pueblo turístico cercano a Guilin, en el sur de China se ha convertido en un centro para aprender inglés. El detonante fue el dueño de una academia que lanzó la revolucionaria idea de obligar a sus alumnos chinos a salir a la calle y practicar inglés con los turistas, reforzando la idea de que todo extranjero tiene buen nivel de inglés, independientemente de su origen. La idea cosechó bastantes éxitos porque obliga a los chinos a practicar su inglés oral y, como resultado, en Yangshuo hay multitud de academias para aprender inglés y muchos chinos acuden a mejorar su inglés oral. Si un occidental quiere pasar un tiempo en China pagándose la estancia, en Yangshuo puede fácilmente encontrar trabajo a tiempo parcial como profesor de inglés y disfrutar a la vez del pintoresco paisaje. También yo  ayudé a una profesora de inglés en sus clases un par de días (en mi caso únicamente a cambio desinteresadamente), sus jóvenes alumnos estaban encantados de tener a una extranjera con quien practicar su inglés, aunque fuera española, al fin y al cabo, ya venía de Europa y tenía los ojos más abiertos.

Ahora bien, no penséis que todos los chinos hablan inglés y que, por tanto, podéis manejaros fácilmente en China hablando inglés. No es así. Aún no. Pero se lo han propuesto muy en serio y estoy convencida de que lo lograrán. Igual que están logrando que todos los chinos hablen mandarín y que muchos extranjeros lo estemos estudiando, llegarán a hablar también inglés. Cuando los chinos hablen inglés se acabó el estatus superior que tienen muchos "laowai" u occidentales que trabajan en China. Así pues, habrá que aprender mandarín, para no jugar con desventaja. En eso estamos. 


Yangshuo
¿Cuál es tu experiencia hablando en inglés con chinos? ¿Tienes agún ejemplo de traducción divertida como la de la foto?

lunes, 13 de febrero de 2012

Todo depende del punto de vista

Todo depende del punto de vista o del cristal con que se mire, si preferís. En este viaje estoy aprendiendo cuánta razón tiene ese dicho. Ideas y comportamientos que para un españolito de a pie (o un occidental cualquiera) son normales y asumidos, cambian totalmente al encontrarse con oriente. Esto es por todos sabido y no es novedad alguna pero, cuando te lo encuentras de frente, lo comprendes de inmediato. He vivido multitud de situaciones de este tipo pero ahora me vienen a la cabeza dos de ellas:
Una sería la visión de una tailandesa sobre China. Visto con ojos de un occidental, Tailandia está más retrasada que China y, por tanto, un tailandés debería considerar a China más avanzada, ¿no? Bueno pues esta chica en concreto (bastante pija todo hay que decirlo, pero oriunda de Bangkok) se puso enferma (nada grave, unas anginas o algo así) estando en Shanghai. Como su enfermedad ya duraba varios días a pesar de haberse tomado analgésicos, le sugerí que por qué no iba a ver a un médico y quizás este le diera antibiótico. Ella me respondió muy decidida que cómo iba a ponerse en manos de un médico chino, que menos mal que traía sus medicamentos tailandeses y ya se estaba tomando no-se-qué especie de antibiótico y así se recuperaría. O sea que la tailandesa no confía en el médico chino. Yo quise entender que era porque creía que tendría necesariamente que tratarse de medicina oriental y así pues le sugerí que buscara uno occidental pero, no, ella no se fiaba del médico chino. Curioso. Aún no he estado en Tailandia pero me sorprende la reacción.

Centro comercial en Xujiahui, Shanghai
Otra situación, esta vez es sobre diferencias de comportamiento. Como sabréis, los chinos escupen con gran frecuencia. El ruido que hacen al hacerlo es, además, muy desagradable. En Shanghai esto no se da mucho pero en el resto de China es constante. Y yo me preguntaba, ¿por qué escupen tanto los chinos? ¿todos tienen problemas de bronquios? Si hasta de muy pequeñitos ya se les ve escupiendo por ahí o provocándose el escupido, con el ruido ese tan odioso para un occidental. Bueno, pues el otro día, una amiga muy observadora me dio la respuesta. Y creo que ha acertado. ¡Los chinos no se suenan! Y claro, como no lo hacen, porque debe ser de mala educación, han de escupir en lugar de ello y, por eso, han desarrollado tanto esa capacidad (yo ni intentándolo lo consigo). El otro día en un tren, tenía al lado a una señora haciendo mil malabarismos para evitar sonarse. Al principio, casi le ofrezco un pañuelo de papel. Luego me di cuenta de que no iba a aceptarlo. Cada tanto rato se levantaba al baño a escupir. Esa era su manera de liberarse, en lugar de sonarse en público que sería para ella lo grosero.Ya sé que aún así no deja de ser asqueroso el escupir, pero para ellos lo es el sonarse en público (si lo piensas, tiene sentido) y esto en España lo hace todo el mundo.  Nuevamente, todo depende del cristal con que se mira.

 ¿Tienes algún ejemplo parecido? ¡Compártelo!

viernes, 10 de febrero de 2012

La vida en China: una carrera de obstáculos

Una amiga se asombró hace tiempo cuando, al preguntarme por mi día a día en Shanghai, comenté que iba a 3 horas de clase de chino por las mañanas. ¿Cómo era entonces posible que no tuviera tiempo para nada más (como escribir este blog)? Pues por eso, porque cada día hay que superar alguna prueba para lograr cualquier objetivo por insignificante que sea. La diferencia cultural es tan grande que, a pesar de llevar ya un par de meses por estas tierras y de, por fin, haber logrado que me entiendan 2 de cada 5 veces que digo algo (en lugar de 1 de cada 10), siguen surgiendo pequeñas pruebas diarias a superar cada día. 
Colas en una estación de tren china.
Como ejemplo os contaré mi llegada a Beijing, la capital del imperio chino, que no estuvo en absoluto exenta de pequeñas barreras. El inicio de las dificultades fue enteramente culpa mía: exceso de equipaje. Es el problema de haber improvisado un viaje mochilero por Asia sin tenerlo previsto, es decir, en lugar de con mochila, con una maleta de tamaño mediano con todo lo necesario para la vida cosmopolita de Shanghai y otra de mano que, se supone que es mochila, pero me reconozco incapaz de llevar en la espalda (si es que soy una mochilera pija, hay que reconocerlo). Resultado, ambas manos estirando de sendas maletas. ¿Os imagináis el cuadro? El siguiente problema es que en China hay muchos chinos. Esta afirmación que es, de por sí, una obviedad se convierte en una realidad pasmosa cuando uno intenta moverse por estas tierras. Y más si se llevan 2 maletas, una en cada mano. Hasta la estación de tren en Shanghai pude llegar más o menos sin problemas (conocía el camino), pero al llegar a Beijing hubo que superar la primera prueba: los pasajeros de un tren de más de 30 vagones, absolutamente lleno hasta la bandera, debían pasar por una única y estrecha escalera mecánica del andén a la estación. Lo logramos, yo fui embutida entre cientos de chinos, y sin tener muy claro si las maletas que sostenía seguían siendo las mías o no...gracias a Dios lo eran. Y así pude empezar a recorrer varias de las interminables salas que caracterizan los espacios públicos chinos. La primera vez que pisé una estación de trenes en China, era de noche y me asombraron sus descomunales dimensiones y me dije para mí "qué exagerados estos chinos, cómo quieren demostrar su grandeza". Sin embargo, cuando la vi de día, en plena efervescencia, entendí que estaba bien dimensionada: ¡no cabía un alfiler! Volviendo a mi llegada a la estación de Beijing, que ya os podéis imaginar que es la más grande de cuántas he visto en China,  tras recorrerla entera, me encuentro con una última barrera infranqueable: una escalera con un desnivel equivalente a 6 o 7 plantas de un edificio. Me quedé paralizada mirando fijamente la escalera, pero como no se convertía en mecánica ni mágicamente desaparecía el desnivel, miré a mi alrededor, y descubrí, ¡escaleras mecánicas a mi derecha! Claro que, mis mini conocimientos de chino me indicaban que esas iban a la estación de autobuses y no a la salida, pero, decidí que, una vez arriba, ya podría ir cómodamente por la calle de un sitio a otro. Subí, muy contenta por mi supuesta gran inteligencia, y al llegar arriba descubrí con horror, que, efectivamente, se trataba de una estación de autobuses y que, además, me encontraba en una isleta vallada que me impedía el acceso a la calle. ¿Y para bajar de nuevo a la estación? Por supuesto, escalera manual. Mi genial idea me había duplicado el obstáculo a vencer. Tras unos segundos de desesperación, decidí dar el resto y preguntarle a los empleados que, aparentemente, vendían billetes de autobús y que, no sé por qué motivo, eran 3 aunque solo atendía 1 (método chino anti desempleo, imagino). Les expliqué como pude mi problema y, tras rechazar la solución obvia de volver sobre mis pasos con un "no puedo" (bu keyi) en chino y mirada de pena hacia mis maletas, logré que me abrieran la valla y que me dieran una extensa explicación (de la que entendí la cuarta parte) de cómo llegar a una salida sin bajar escaleras. Bueno, logré eso y también crear un show gratuito para que todos los allí presentes tuvieran conversación en su casa esa noche. Me dirigí diligentemente en la dirección que me habían dicho (o que había creído entender) y me encontré de nuevo con... ¡otra escalera manual! A su vez, venían tres hombres de cara que, al notar mi expresión de horror, me reconfirmaron que no había ascensor, a lo cual les contesté (todo esto en chino) que por qué, y les pareció la mar de divertido (por cierto, que sí suele haber ascensores en las estaciones pero están reservados a los minusválidos y cerrados para el público en general, esto, al principio, me pareció incomprensible pero, nuevamente, cuando uno se da cuenta de que en China hay muchos chinos, comprende que es lógico que lo hagan así). En fin, gracias a qué mi pregunta les cayó en gracia, me ayudaron a bajar la maleta (¡yuupi!) y, no sólo eso, si no que resultó que eran trabajadores de la estación y llamaron a un compañero por el walki talki para que me recibiera abajo y me ayudara a subir la enorme escalera que había causado toda la aventura. Arriba había unos soldaditos del ejército chino que me miraron extrañados porque nadie les había avisado de que llegaba un VIP al que proteger. Resultado: logré no tener que subir las maletas sola y salir de la estación, eso sí, tres cuartos de hora después de la llegada del tren.

Ya solo me quedaba la última prueba, llegar al albergue. Esto parecía que iba a ser sencillo, puesto que, había renunciado a intentarlo en transporte público y me disponía a coger un taxi. Rápidamente, me vi acechada por un grupo de "taxistas a la espera". En toda estación china hay una hilera de taxis parados esperando cazar al viajero despistado que, como no conoce las distancias reales en la ciudad, está dispuesto a aceptar el precio concertado que le ofrezcan tras un pequeño regateo.Dado que yo me negué a aceptar ir sin taxímetro y la dirección a la que iba no les pareció lo suficientemente lejana, me abandonaron pronto a mi suerte y me dispuse a buscar un taxista en movimiento. No era fácil divisar taxis en movimiento, así que, mis maletas y yo avanzamos un par de manzanas (manzanas de gran capital, es decir, equivalentes a varias de capital de provincias) hasta la siguiente esquina. Y sí, ya pasaba algún taxi, pero no me querían llevar y negaban con la cabeza. Esta circunstancia no era nueva para mí y, por tanto, la acepté resignada. Entiendo que los motivos que llevan a un taxista chino a no querer llevarme pueden ser varios.O bien prefieren no llevar a un laowai (extranjero) para evitarse problemas, o bien, ya van de camino a otro servicio (el taxímetro no lo ponen en marcha cuando llamas a un taxi hasta que te recoge) o bien porque no pueden parar en ese punto (imposible predecir si el punto es permitido o no, cuando para lo demás las normas de tráfico parecen ser de poco valor). En esta ocasión, parece ser que la razón era la última, ya que, vi como también rechazaban a unos chinos y ellos se movían a otra zona de la calle. No obstante, para entonces mi agotamiento empezaba a notarse y decidí dar otra oportunidad a esa esquina. ¡Y paró un taxi! Por supuesto, no se bajó a ayudarme con las maletas pero, sí me abrió el maletero enseguida. Sólo habían pasado otros 45 minutos. No estaba mal. Ya estaban superadas las pruebas del día y pronto podría deshacerme de mi incómodo equipaje en el albergue. Eso creía yo, pero aún quedaban sorpresas. Haciendo alarde de mi sentido práctico de la vida y de mi experiencia en China, llevaba escrita la dirección del albergue. Lo malo es que quise haberla impreso pero en la tienda no quisieron y, en lugar de ello, me la anotaron a mano en un papel. Si leer caracteres es de por sí complicado, podréis comprender que entender los que ha escrito alguien a mano (sin poner empeño en hacerlo) es dificilísimo, por tanto, yo había asumido que estaba bien copiado y como tampoco recordaba cómo se llamaba la calle, no me quedaba otra alternativa más que entregarle la nota al taxista. El taxista empezó a poner caras extrañas, yo le indiqué en chino que estaba cerca de Qianmen (la puerta de entrada a la Ciudad Prohibida) y él confirmó que lo sabía pero conforme íbamos avanzando en el atasco pequinés, se ponía más nervioso, miraba el mapa, intentaba programar el GPS, volvía a mirar el mapa, repetía el texto de la nota...pero no sabía dónde estaba. Así fue como llegamos a pararnos en el atasco y sin saber si estábamos en la dirección correcta. Yo le comenté que lo tenía en mi ordenador, y salí a toda prisa del coche parado en la calzada, abrí el maletero, saqué el ordenador y, mientras este se cargaba, el taxista emocionado, me anunció que ya sabía dónde era, y, claro, el problema estaba en que mi anotador había escrito un carácter mal y era otra palabra. Efectivamente, cuando mi ordenador logró encenderse y cargar todas las aplicaciones, pude abrir el mapita de la reserva y confirmar que la calle era la que mi taxista había adivinado, no sin esfuerzo. Así pues, dimos la vuelta en la avenida, y resultó que la suerte nos acompañaba, porque era justo la calle de enfrente. Mi taxista esbozó una sonrisa de alivio y me comunicó que esa era la calle. ¡Estábamos salvados! Comenzamos a adentrarnos en la calle y ante mis ojos apareció el escenario de una película antigua china. Resulta que la supuesta calle era un hutong o callejón típico de Pekín.
Un hutong de Beijing. Este es más ancho que el de mi hostel.

Los hutongs se caracterizan por ser muy estrechos y la gente hace la vida en la calle. Puestos de pinchitos, artesanos varios, niños jugando, repartidores en bici, en moto, en carro... salían de todas las direcciones y cortaban el paso a nuestro taxi. Mi taxista empezó a agobiarse y cada 3 metros preguntaba por el número de la calle y obtenía la misma respuesta, que siguiera recto y ahí estaba (respuesta muy común en China). Y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir. Mi taxista golpeó un coche que estaba aparcado en el hutong. La primera reacción del dueño del vehículo en cuestión (que estaba dentro esperando vete-tú-a-saber-qué) fue decirle que no pasaba nada. A los dos segundos apareció en escena un anciano que aseguró que sí había daños en el coche, y unos segundos más tarde ya había todo un corro de gente mirando y opinando, y mi taxista (bastante tímido) y el dueño del coche discutiendo. Aquello se alargaba y cada vez venía más gente, así que, salí del taxi y les dije en chino "me tengo que ir" y, ya teníamos el cuadro completo. Espectáculo insuperable en el vecindario, un accidente, una discusión y ¡un laowai que intenta hablar chino! Menos mal que mi taxista era de los que rehuyen el enfrentamiento y, al verme (y de paso recordar mi existencia y la de mis maletas), optó por entregarle un billete al dueño del coche supuestamente dañado y así continuamos el camino. Aún tuvimos que ceder el paso a coches que venían de frente, observar cómo una moto se obstinaba absurdamente en no cedérnoslo a nosotros, esquivar unos niños jugando y cuando ya se divisaba el otro extremo de la calle (que realmente era por el que deberíamos haber entrado), le grité a mi taxista un "dao le!" (¡hemos llegado!) y me despidió rápidamente, esta vez, bajándome el las dos maletas. Como diría el GPS "ha llegado a su destino". Tras 3 pruebas y casi 3 horas más tarde.
Ya os podéis hacer una idea de mi día a día en China. No me da tiempo a nada y menos aún a aburrirme.

¿Has estado o estás por China? ¿Tienes esta misma sensación? ¡Cuéntanosla!

jueves, 2 de febrero de 2012

Primeros pasos en China

China, el gigante asiático, el país de los grandes contrastes y drásticos cambios, en el que cualquier movimiento social insignificante se magnifica por el tamaño de su población, y la censura y el arte de la falsificación hacen que nada sea lo que parece. Con su historia y cultura milenarias rápidamente aniquiladas en la revolución cultural de los 60 – 70 y recientemente sustituidas por una incipiente sociedad de consumo y pseudo - capitalismo agresivo. Una nación a la que miran, admiran y recelan por igual el resto de naciones del mundo, conscientes de su creciente poder. Esa es China y allí quise ir para vivirla y conocerla en primera persona.
Me decidí por Shanghai, la capital económica de China y el modelo de la nación futura. 



Y comencé por apuntarme a un curso de chino en una de las universidades de mayor prestigio de la ciudad y del país. Ya había estudiado un par de años en España, así que, me atreví con el tercer nivel (yo y la china que me examinó, claro). Y allí tuve mi primera sensación "Lost in Translation". Imaginaros una clase con 20 estudiantes orientales y una diminuta profesora china hablando rápidamente en mandarín. Por supuesto, me senté junto al único occidental que vi, y que resultó ser un americano de mediana edad, afincado desde hacía 4 años en Shanghai y que... ¡lo entendía todo! Pero no lo leía. ¡Y menuda velocidad desplegaba la maestra china escribiendo caracteres en el ordenador y mostrándolos con el proyector! Cuando ella ya iba por el cuarto caracter, yo seguía intentando trazar el primero y aún pensaba el significado del anterior. ¡Qué estrés! El americano duró un día. Bienvenidos al sistema educativo chino: una lección, un día y 40 caracteres nuevos. Sin vuelta atrás. Sin preguntas. Tremendo. 
Mis compañeros asiáticos (coreanos y japoneses) parecían enterarse de todo. Y me tenían miedo, o timidez, o me tomaban por tonta, o por rara, o qué-se-yo, pero no me hablaban (menos mal que encontré españoles en otros grupos para poder comentar la jugada). Hasta que un coreanito dio el paso y la solución. Le pedía diariamente los apuntes a la profesora y me los enviaría. A mí y a un inglés, que entre lo perdido que iba y lo bajito que era, yo aún no había vislumbrado. ¡Ya podía repasar en casa entendiendo lo que leía!


Y poco a poco fui dándome cuenta de que mis compañeros no eran tan listos. La profesora repetía lo mismo hasta la saciedad. Y los coreanos descubrieron lo barata que estaba la cerveza en China. Y empezaron a faltar y a dormirse en clase. Porque sí, está socialmente admitido en la cultura asiática dejar caer la cabeza sobre el pupitre para echar una cabezadita en plena lección. Empezaba a dejar de ocupar el último puesto en la clase. Hasta que tuve mi primer gran choque cultural con la intransigencia china. La profesora ya no quería darme los apuntes. No era justo para el resto. ¿Cómo? ¿Yo no podía interrumpir la clase para preguntar pero tampoco tener un refuerzo para casa? E hice lo peor que podía haber hecho y, sin saberlo, con testigos. Dos coreanitas que nos escuchaban desde el fondo del aula con la boquita en forma de "o" y los ojitos abiertos como platos, como en un dibujo manga. Me enfrenté a la profesora y le exigí los apuntes porque, al fin y al cabo, yo pagaba ese curso. Acabó accediendo ese día. Pero mi triunfo duró poco. Tras recibir un correo preocupado del coreano (que no había ido ese día a clase pero le había llegado la onda y me preguntó como portavoz del resto) y tranquilizarle diciéndole que no estaba ya disgustada, comprendí que había causado un drama. Y, efectivamente, la profesora, que, a sus ojos, había perdido el honor, se vengó no volviendo a escribir en clase. Sin apuntes que llevarme ya no me los tenía que dar. Fin del problema y primera lección aprendida, en China no se puede cambiar el sistema y cuidado con avergonzar a un chino.

¿Tú qué opinas? ¿Te ha pasado algo parecido? ¡Cómpartelo en este blog!