lunes, 25 de julio de 2016

Macao: Lucha entre imperios

Allí estaban los controles exhaustivos de entrada y salida de los que se hablaba. Una hilera de chinos exhibiendo sus pasaportes ante los policías aduaneros. "A los funcionarios a veces les deniegan el visado. Demasiados escándalos por grandes sumas de dinero en el juego"; había comentado mi amiga de Hong Kong. Ella no podía entender mi interés por visitar aquel nido de corrupción. Sin embargo, yo miraba el espectáculo con una curiosidad casi científica. Me intrigaban las razones que impulsaban a aquellas gentes a perder en manos del gobierno unos ahorros ganados con mucho esfuerzo en la búsqueda de una libertad económica que quizás nunca alcanzarían. Ironías del capitalismo comunista. 

Un breve trayecto en barco y alcanzamos Las Vegas, quiero decir, la isla de Macao. La primera impresión de copia barata de la desértica capital, no por sabida, dejó de resultar decepcionante.

Skyline de Macao, China
Poco a poco, los hoteles y rascacielos de luces de neón dieron paso a viviendas de corte europeo con ventanales y balcones característicos de otras latitudes; las grandes avenidas se tornaron en estrechas calles empedradas con tiendas ofreciendo productos en bilingüe y al girar una esquina me topé de frente con una procesión católica. Perpleja, la examiné como si fuera el juego de los errores: estandarte en la cabecera, sacerdote bendiciendo, porteadores sosteniendo una imagen, séquito de acompañantes, rezos y cánticos cristianos. Encajaba con el patrón a la perfección. Sin embargo, mi cabeza se resistía a aceptarla como real por tratarse de chinos exhibiendo carteles y cantos en portugués. Aún aturdida por la sorpresa, proseguí mi camino paseando por la que se me antojaba como calle Mayor. Compré unos pastelitos de Belem en un arranque de espontaneidad e ilusión por reencontrarme con las delicias lusas. Los degusté despacito, temerosa de que su aspecto de auténticos escondiera un sabor adulterado, precaución heredada de mi experiencia asiática. No me defraudaron. En un dulce deambular llegué a un destino ya esperado en un imaginario de sobra conocido: la plaza del pueblo. Franqueada por soportales, albergando la iglesia y decorada con un árbol de Navidad presidiendo. Me pregunté un instante si habría sufrido una transportación espacial. La multitud de ojos rasgados seguía rodeándome. Continuaba en China, sin duda.

Plaza Mayor de Macao en Navidad
Unas notas de samba me desconcertaron una vez más. Seguí el son y aterricé ante un espectáculo inusual: unas brasileñas bailando en una escalinata de nombre Sao Paulo perseguidas por dragones y juegos de abanicos. La casualidad había querido llevarme a la gran fiesta de engrandecimiento del extinto imperio portugués.

Ruinas de Sao Paulo, Macao, China
Entregada  a la causa por completo,  opté por darme un homenaje de marisco, siguiendo el ritual de todo buen españolito en Portugal. Fácilmente encontré un restaurante de ambiente clásico, con camareros de pajarita, pescado servido de una pieza, cortado con cuchillo y tenedor y acompañado de pan. Ni rastro de la habitual comida troceada en tiras y recogida por palillos rascando el arroz de las paredes de un bol. A mi lado, una familia de turistas del continente hacía estragos separando las espinas con los cubiertos bajo la divertida y discreta vigilancia de un macaense que me dedicó una sonrisa cómplice.

En la distante Macao ha sido dónde más cerca me he sentido del país vecino. Orgullosa de ver que la herencia portuguesa ha ganado la batalla a la todopoderosa invasión cultural china. Al menos, de momento.

Fortaleza de Macao, China



Gracias Portugal por traer un trocito de la Península Ibérica a estas tierras extrañas. 

lunes, 4 de abril de 2016

Hong Kong, puerta hacia Europa

Se respira Navidad. Hace tiempo que el calendario decía que estamos en Diciembre pero hasta hoy no ha resultado evidente. Incluso hace fresco. Debo comprar un suéter o mi única sudadera se convertirá en segunda piel. Al tratar con la dependienta china siento el impulso de regatear, pero su corrección británica me frena. Resuenan villancicos en la calle. Veo a un coro de niños cantando en un portal. Son chinitos entonando clásicos en perfecto inglés. 


Calle de Hong Kong decorada de Navidad



Continuo rumbo al punto de encuentro admirando el paisaje urbano a mi paso. Esbeltos y modernos edificios de oficinas y centros comerciales me saludan. De ellos emergen hordas de ejecutivos en busca de des-estrés alcohólico en el final de jornada. Reconozco idéntico estilo occidental en la vestimenta y movimientos de todos, a pesar de su origen diverso. Opto por seguirlos intuyendo que me guiarán hasta mis amigos visitantes del continente. 

Me conducen a una calle repleta de pubs con el inconfundible ambiente de cenas de empresa navideñas. Son muy pocos los chinos que distingo entre los alegres bebedores de cerveza. Por primera vez en meses de viaje, me preocupo por mi apariencia algo destartalada. Temo no estar a la altura de la etiqueta. Afortunadamente, mi condición de mujer blanca es suficiente sinónimo de elegancia. Comparto una copa de importación para celebrar el reencuentro. La noche culmina en lo alto de un rascacielos dónde rememoramos anécdotas chinas. Al fondo la vista de las torres vecinas iluminadas deja entrever la bahía. En mi memoria la ciudad más evolucionada de la madre China rivaliza con la nueva visión de la antigua colonia isleña. Un comentario de mi amigo venido de Shanghai me devuelve al sitio. Sin duda, el mejor destino para mi adiós a Asia y el inicio del regreso a Europa. Buenas noches, Hong Kong, contigo empieza el final de mi gran viaje.


Hong Kong


Diciembre 2011


Mi llegada a Hong Kong fue un shock por el reencuentro con lo occidental. Tras meses sin tratar con mi propia cultura, me sorprendió volver a enfrentarme a ella. ¿Has sentido algo parecido?

domingo, 13 de septiembre de 2015

Koh Lipe, la belleza simple

El sol sale por la Playa Amanecer, calienta en Pattaya y se pone en Atardecer. Nombres sencillos para una vida fácil porque aquí nada es complicado. Para encontrar lo difícil habría que tomar dos barcos. La distancia ya no tiene importancia. Caminando se puede ir a visitar al vecino más alejado y, en un descuido, haber vuelto al punto de partida. De día la calma se respira en el aire. Las olas mueren suavemente en la orilla. Las aguas cristalinas dejan ver pececitos de colores nadando entre los restos de coral. El rumor del mar a veces es interrumpido por el fueraboda de alguna barcaza. Será algún turista, nuevo y ansioso, que cree necesitar actividad. Pronto sucumbirá a la magia de la quietud y dejará de añorar el estrés del ajetreo. Le poseerá la belleza de las flores tropicales cayendo sobre la playa de Pattaya. Se distraerá viendo jugar a los niños de los pescadores, refugiado en la sombra de alguna palmera. Se divertirá dibujando formas en la arena blanca o se dejará llevar abrazado por las cálidas aguas del Andamán. Atravesará la isla y su selva siguiendo la posición del sol. Y antes de que se dé cuenta, habrá caído la noche, y la luna y las estrellas poblarán el cielo. Entonces empezará el desfile de habitantes locales e invitados de la isla. Los primeros, luciendo una blanca sonrisa en su tez oscura, van casi siempre descalzos. Los segundos, de semblante blanco y con sandalias si son recién llegados, o tostados y liberados de sus zapatos si ya se han asentado. Pasean arriba y abajo la (única) calle principal, entre puestos para turistas y restaurantes sin pretensiones. Pescados y mariscos al grill, verduras, curry y arroz servidos en mesas sobre la arena a la luz de las velas. Algunas notas de música suenan en un rincón para viajeros extranjeros. Los lugareños se acercan y practican su inglés con ellos. Saben que algunos acabarán formando parte de la comunidad. La isla los atrapa porque vivir en ella es sencillo. Se quedarán, al menos, hasta que el monzón vuelva a visitarles y se lleve el paisaje como recuerdo. Tras su paso, la isla renacerá como siempre hace porque sabe que le esperan nuevos amigos. Así es Koh Lipe, bello islote perdido en el sur de Tailandia al que muchos llegan para encontrarse.

Koh Lipe, Tailandia

Main street Koh Lipe, Tailandia

Pattaya Beach, Koh Lipe, Tailandia

Niños jugando en Sunrise Beach, Koh Lipe, Tailandia

Luna llena en Pattaya Beach, Koh Lipe, Tailandia

Diciembre 2011.

La bella calma de Koh Lipe me atrapó y no llegué a visitar más islas tailandesas. ¿Has sentido alguna vez que te habías perdido en el paraíso?


domingo, 6 de septiembre de 2015

Visa run Tailandia III. Llegada a destino

Felices con la experiencia del tren, el final de nuestro visa run se acerca. Estamos en Trang, toca ir al ferry que va a Langkawi, isla de Malasia. Al bajar del tren nos acosan agentes de viaje para llevarnos hasta el muelle desde Satun. Difícil confiar en estos espontáneos. Los rechazamos amablemente y buscamos un tuc tuc. No va a ser tan fácil librarse. Llega otra señora insistiendo en perfecto inglés. Casi nos fastidia el precio ya regateado. Finalmente, se larga, pero antes le cuenta qué sé yo a nuestro conductor. ¿Nos llevará a buen puerto? ¡Sí!, nos suelta, literalmente, en la puerta del autobús. ¡Esto va a ser pan comido!. El autobús es viejo y destartalado pero comparado con otros de países vecinos, un lujo. ¡Increíble!, sale puntual sin esperar a llenarse. ¡Lo nunca visto por estos lares! Alcanzaremos el ferry de las 13:30. Error. No han pasado ni cinco minutos y ya recoge a más pasajeros. La puerta trasera permanece abierta y sujeta con una cuerda para darles rápida entrada. Nos comemos todo el polvo del camino. Resignación.
Observo alrededor. Aquí los tailandeses son distintos. Será porque es zona musulmana. El tono de su piel es otro y algunas mujeres se cubren con el velo. Sigue subiendo gente. Se nos une un marinero. Las doce del mediodía. Recibimos a una pareja italiana portando cañas de pescar. ¿Pasamos por el puerto sin saberlo? Preguntamos a los italianos. Nos confirman que era en Pak Barra. Hablamos con la vendedora de billetes. Dice sí a todo mecánicamente. Repetimos despacio: ferry, Langkawi. Finalmente comprende y pregunta a su vez al chófer que responde: Satun, Satun. Satun, no sea (mar), ferry, Langkawi. La hora de salida se acerca. Pak Barra, sentencia el conductor y detiene el autobús. Estamos en medio de una carretera. ¿Qué pretende? También ha parado a un songthaew (tuc tuc para unas 10 personas) en el carril contrario. Nos insta para que salgamos deprisa. Cogemos los bultos como podemos, atravesamos el tráfico corriendo y nos subirnos al songthaew.

Un songtheaw en Tailandia

Hay tres mujeres, una sin velo, otra con él y la tercera con toda la indumentaria musulmana. Repetimos: Ferry, Langkawi. Lo comentan entre ellas y la que va descubierta nos confirma en inglés. El conductor del vehículo nos dice que a Pak Barra 800B (20€). ¿Por qué tanto si estamos al lado? Ofrecemos 20B. Las mujeres nos apoyan. Ok, ok, ok. Nada convencidas, nos dejamos transportar sin saber a dónde. La primera mujer nos deja, luego la segunda y por fin la última. Fin del trayecto.¿Dónde está el mar? Retomamos nuestra letanía. Ferry, Langkawi. Empieza un diálogo absurdo: el conductor en tailandés, nosotras medio en inglés y español. Conversación inútil. Preferimos no bajarnos. Van llegando personas. Nos rodean, observando y debatiendo entre ellas. Es el estilo asiático de resolución de problemas en corro. Son taxistas-motocicleta que estaban aburridos en una parada cercana. Hay uno que habla algo de inglés. ¡Horror!  Descubrimos que de Pak Barra se va directo a la isla tailandesa de Koh Lipe pero nosotras necesitamos llegar desde Malasia. Hay que ir a Satun otra vez. Casi no queda tiempo. Comienza una ardua negociación. Con la ayuda de un lápiz y un papel y mucha paciencia, lo cerramos en 80B (empezó por 3 o 4 veces más). La suerte está echada. Ko pun ka (gracias) a los espontáneos. Emprendemos la marcha, giramos, avanzamos 300 metros y…¿qué hace? ¡se para! El conductor nos muestra en el reloj que va a salir a las 12:30. Protestamos, teníamos un trato. Si queremos salir ya son 800B. Nos la ha jugado y no quedan testigos cerca. Cogemos los trastos y nos dejamos caer en una calle de algún pueblo del Sur de Tailandia cuyo nombre y ubicación desconocemos. ¿Auto stop? Esto va a parecer el reality show Peking Expres. ¡Mira a esos dos viajeros (¡españoles!) saltando muertos de la risa en la parte de atrás de una camioneta!. ¿Dónde vais? A Pak Barra. No nos sirve.

Levanto la vista y surge la idea: Police Station (todo un detalle que esté escrito en inglés a pesar de la escasez de turistas). Un policía sorprendido, nos saluda sonriente pero no comprende el “we are lost” (estamos perdidas). Llama a otro y luego a otro.Ya tenemos el corro-gabinete anti crisis versión policial. Hablan entre ellos y nos escudriñan con la mirada. Por fin, uno nos acompaña al "bus”. Está lleno. Antes de las 13:30 no hay otro. Si queremos salir ya son 800B (¿dónde habré oído yo esto antes?). Mucha pelea para acabar pagando lo mismo. Pongo mi mejor cara de pena y me giro al gentil policía. Ferry 13:30. We late (nosotras tarde, mejor idioma indio que de Cambridge, creedme). Se queda pensativo medio segundo y me susurra: police car (coche de policía). Corre, corre, compañera que nos llevan. Me entra un ataque de la risa que logro contener a duras penas. No es cuestión que piensen que les estamos tomando el pelo. Es una ranchera a la americana, muy cómoda y con aire acondicionado. La una menos cuarto. Queda tiempo. De repente, nos paramos en medio de un puente. ¿Y si los polis no son de los buenos? Están hablando con el coche de detrás. ¿Querrán dinero? No, tan sólo nos cambian de vehículo. De nuevo a correr y cruzar carreteras con trastos. Otra ranchera, con nuevo conductor y acompañante. Más mayores y sin uniforme. Nos hablan en tailandés. El copiloto muestra un carnet de policía. Será su día libre. Preguntan ferry y señalan en el reloj. Indicamos 13:30. Arrancan a toda velocidad. ¡Qué bien que somos españolas! ¡Viva el fútbol! Aceleran. Misión rescate "farang" (guiri). 150 km/ hora.  ¿Quien va a rechistar si son la autoridad? 13:20. Paramos junto a la "Inmigration office" (oficina de inmigración). Kop kun ka, kop kun ka. Más carreras. Primera ventanilla y una mujer con velo nos vende los billetes sin prisas. La siguiente ventanilla es la frontera. Está desierta. Tres metros nos separan de la entrada al barco. Wait, wait (espera, espera). Se aproximan dos policías tailandeses, lentamente. Vienen cantando. Nos hacen bromas, fotos y hasta flirtean con nosotras. Beautiful, beautiful (bonitas). Sonreímos estoicamente. Por fin, el ansiado sello. Abandonamos oficialmente Tailandia. Paseo por Langkawi, cena de marisco, a dormir, ferry a Tailandia y otras 2 semanas para disfrutar del paraíso. Fin del visa run.


Diciembre 2011.

¿Has tenido que abandonar un país y volver a entrar para prolongar un visado de turista? Compártelo con nosotros.

domingo, 30 de agosto de 2015

Visa Run en Tailandia II. Tren nocturno

Me lo habían recomendado muchos viajeros: En Tailandia hay que ir en tren nocturno. Así pues, ese sería el transporte para continuar la carrera visa run. Suena a viaje pesado. Salimos a las 17 horas de Bangkok y llegaremos a las 8 a Trang. Algo tendrá para ser una experiencia tan bien valorada. ¡Vamos allá!

El tren está formado por vagones abiertos. A cada lado, una fila de asientos en grupos de dos con mesitas en medio que se puede instalar a petición. En las múltiples paradas, aprovechan para subir vendedores ambulantes voceando sus productos. Hasta aquí, entra todo dentro de lo esperable. El toque especial lo pone el carácter encantador tailandés. Como una niñita que juega con nosotras absolutamente fascinada por nuestros rasgos occidentales. Mientras, su madre sonríe despreocupada a pesar de que el grado de excitación de su hija va in crescendo y la hora de dormir queda cerca. Y ese momento llega. Aparece un trabajador ferroviario que convierte los asientos enfrentados en una cama, despliega otra de un compartimento superior, coloca unas cortinas verdes para cerrar y, mágicamente, todo el vagón es un enorme dormitorio. ¿Caos? Esto es Tailandia. Se respira paz y armonía. Sufro sólo de imaginarlo en China, habría chinos amontonados y armando lío. No es que aquí sean santos. Hace un rato un grupo de jóvenes muy animados bebía alcohol y charlaba. Ahora se oye el silencio. Estoy de acuerdo con el saber popular viajero: hay que dormir en un tren tailandés. No os lo perdáis.




Diciembre 2011.

¿Has dormido en un tren tailandés? ¿Qué tal fue?

domingo, 19 de abril de 2015

Visa Run en Tailandia. Primera parada, Bangkok.



Acabo de volver de mi “visa run”. Os explico lo qué es para los que no lo sepáis: Cuando un viajero en el extranjero está próximo a terminar sus días de visado, acude a la frontera más cercana, pasa unas horas en el país vecino y logra así un nuevo visado. Mi amiga y yo habíamos entrado vía tierra a Tailandia (en realidad cruzamos el río Mekong pero se ve que a nivel diplomático no hay diferencia) y por tierra sólo conceden 15 días y no los 30 que otorgan a quien llega en avión. No me preguntéis por qué. He indagado en Internet, preguntado a la policía de la aduana, pero, nada, que más de 15 días imposible. Como no parece suficiente tiempo para recorrer Tailandia, había que elegir qué frontera utilizar (esto no es tarea fácil cuando uno viaja de relax y sin estrés) y la lógica nos ha llevado a decidirnos por el sur, cruzando a Malasia para volver a descansar en alguna isla tailandesa. ¡Empieza la aventura!

Punto de partida, Mae Sot. Primera parada, Bangkok. En autobús nocturno tipo VIP. Parece fácil. Salimos con una hora de adelanto y nuestras enormes maletas a coger un tuc tuc que nos lleve a la estación de autobuses. Al poco rato pasa uno. Anda mira, si conocemos al conductor, nos estuvo paseando ayer por el pueblo. Lleva ya a un cliente y parece complicado que vayamos a caber 2 más y el equipaje. Nos pide una cantidad desorbitada. Le intentamos regatear pero no se deja y… ¡se va! No hay problema, seguro que viene otro….¿Seguro? Pasan 5 minutos, 10, 20….Ya vamos justas de tiempo. Voy a preguntar a los taxistas – motoristas. No, no saben dónde hay tuc tucs y claro no pueden llevarnos con nuestro equipaje. La situación es ya de urgencia. Se impone hacer autostop. Actividad vetada para mí pero es o eso, o quedarnos tiradas, sin hotel ni autobús, ya de noche y con un día de descuento para el fin de nuestro visado. Enseguida para un coche de tamaño mediano, nuevecito, el conductor tiene cara de buena persona y, lo más importante, hay una niña pequeña en el asiento de atrás. ¡No van a violarnos con la niña mirando! Le explicamos en inglés robótico: “bus, late, Bangkok”. Responde: “ok, ok, ok” (por aquí siempre se repite tres veces el ok, de China a Indonesia pasando por Nepal). Cargamos el coche con las maletas y la niña ha de pasar al asiento delantero a los brazos de su madre (¿creerá que la vamos a robar?) que intuyo está quejándose al marido, por qué no hemos cogido la moto, estas farang (guiri en tailandés), etc. Esta normalidad es tranquilizadora. Nos llevan raudos y veloces al autobús que va a Bangkok. ¡Nos han sobrado 15 minutos! ¡Qué majos son estos tailandeses! ¡A relajarse en el autobús de lujo! 20 asientos casi totalmente reclinables, espacio más que suficiente para las piernas. Una azafata que nos da zumito, agua, café y magdalena. No está mal el invento. Hasta logro dormir bastante y acurrucada de costado. La única pega es que llega a las 4 y media de la madrugada a Bangkok, así, de repente, sin avisar, los ojos aún pegados, el café sin tomar y estamos en una gran urbe que ya está despierta y hay gente y movimiento por todas partes. ¡Menudo shock después de la tranquilidad del Norte! Menos mal que hay unas chicas holandesas que ya se lo saben y solo hay que seguirlas para coger un taxi a la ciudad. No sé cómo, pero llegamos y hasta logramos un hostal decente donde recuperarnos y explorar la capital.


Nos quedamos en Bangkok un par de días de reencuentros con viajeros y de nuevas amistades. La ciudad, con su ruido y su bochorno, impacta al principio, pero, al mirarla con calma, se descubren sus secretos ocultos.
Deslumbrante el oro reluciente del palacio real, entronando la influencia de un rey omnipresente, amado y respetado por todos los tailandeses (pisar un billete con su imagen es considerado delito).

Detalle del Palacio Real, Bangkok

La ciudad aún no se ha recuperado del todo de las inundaciones de hace un par de meses. Queda alguna calle encharcada y está presente en la memoria de los ciudadanos. Nos encontramos con una exposición fotográfica recordando la tragedia. Imágenes en las que el desastre se entremezcla con muestras de la solidaridad tailandesa.

Bangkok



Bangkok es el contraste de la puesta de sol sobre los templos con las cumbres de los rascacielos, de la juerga nocturna de turismo desenfrenado con la calma de los monjes. Y,  ¿cómo no?, lo especial de sus gentes, hasta los tailandeses capitalinos siguen siendo amables, relajados y sonrientes. 

Bangkok

 



Khao Sand Road, Bangkok
Entre visitas y nuevas experiencias, hemos agotado demasiados días para el visa run en la capital y la carrera debe continuar ¡Hay que seguir avanzando hacia el Sur!

Bangkok, diciembre 2011

viernes, 3 de abril de 2015

Mae Sot, ciudad fronteriza

Anoche creí oir un tiro en la lejanía mientras dormía en la seguridad de la habitación del hotel. Hoy cuando mi compañera de viaje me ha preguntado, le he asegurado que sería un petardo. Sé que está inquieta porque el conflicto nos queda cerca y he preferido no alimentar más su miedo. Sin embargo, vengo de una tierra dónde la pólvora está presente en todos los festejos y el ruido de anoche no me pareció de esa clase. Estamos en Mae Sot, ciudad fronteriza de Tailandia con Birmania y, en cierto modo, símbolo de la resistencia contra el régimen de terror que acecha al otro lado del río Moei.

Puesto policial frontera Mae Sot. Tailandia - Birmania
Estos días está por allí Hillary Clinton y las noticias anuncian cambios. Sin embargo, nos acercamos a la frontera y vemos la tristeza en los ojos de los birmanos al otro lado de la alambrada y el desconcierto de los recién llegados ilegalmente cruzando el río que los separa de su país. La frontera está cerrada porque ha habido muertos en un reciente altercado con la guerilla birmana, pero las colas para validar papeles y documentos permanecen. Mujeres birmanas esperando pacientemente portando media casa a cuestas, con sus mejillas teñidas con el característico polvo amarillo Thanaka y sus dientes raídos y manchados por el mascado de betel nos ofrecen en una media sonrisa a la cámara.

Mujeres birmanas con el característico Thanaka en Mae Sot, Tailandia
En las calles de Mae Sot se palpa la desolación causada por el horror del régimen de Myanmar. La mitad de la población tailandesa y la otra mitad se reparte entre huidos birmanos y extranjeros occidentales que trabajan en alguna de las ONGs que da servicio los campos de refugiados que hay a lo largo de toda la frontera. Algunos negocios locales están regentados por activistas que, tras la aparente cotidianidad de la rutina hostelera, esconden dramáticas historias de años de prisión y tortura.  


río Moei, frontera natural entre Tailandia y Birmania
Hemos tenido la suerte de ver de cerca el trabajo de Colabora Birmania de la mano de Javier, uno de los 4 españoles que hace años se encontraron con la brutal realidad birmana mientras viajaba de mochilero por Asia. Descolgaron sus mochilas de los hombros para no moverlas de Mae Sot, dispuestos a dedicar sus vidas a ayudar a aquellas gentes de las que muy pocos se acuerdan en Occidente. Desde entonces, muchos medios se han hecho eco de la tragedia de los refugiados birmanos gracias a su labor y, lo más importante, cientos de niños se han visto favorecidos por su ayuda en una de las escuelas con las que cooperan. 
Un de las escuelas de Colabora Birmania
Nos acercamos a la escuela de formación profesional, dónde unos birmanos adolescentes aprenden un oficio con el que labrarse un futuro. Nos acogen con cariño, nos enseñan las instalaciones con orgullo y se regocijan de poder hacerse una foto de grupo con dos blanquitas, una de ellas, además, pelirroja. Más tarde compartimos comida y juegos con los niños de la escuela km 42. Todos conviven y aprenden, organizados por su clan, supervisados por el gobierno tailandés y con el apoyo de los españoles de Colabora Birmania. Impresiona ver la evolución de alguno de los niños de los campos, hablando ya perfecto inglés y colaborando con los profesores en la enseñanza de los más pequeños. No puedo evitar recordar cuán cierta es la máxima de que la educación nos hará libres y qué bien lo saben quienes buscan oprimir al pueblo. Confiemos que el granito de arena de Colabora Birmania logre salvarlos.


Niña de una de las escuelas de Colabora Birmania


Mae Sot, Diciembre 2011