Acabo
de volver de mi “visa run”. Os explico lo qué es para los que no
lo sepáis: Cuando un viajero en el extranjero está próximo a
terminar sus días de visado, acude a la frontera más cercana, pasa unas horas
en el país vecino y logra así un nuevo visado. Mi amiga y yo habíamos entrado vía
tierra a Tailandia (en realidad cruzamos el río Mekong pero se ve que a nivel
diplomático no hay diferencia) y por tierra sólo conceden 15 días y no
los 30 que otorgan a quien llega en avión. No me preguntéis por qué. He indagado en Internet, preguntado a la policía de la aduana, pero, nada, que más de
15 días imposible. Como no parece suficiente tiempo para recorrer Tailandia, había que elegir qué frontera utilizar (esto no es tarea fácil cuando uno viaja de relax y sin estrés) y la lógica nos ha llevado a decidirnos por el sur, cruzando a Malasia para volver a descansar en alguna isla tailandesa. ¡Empieza la aventura!
Punto de partida, Mae Sot. Primera
parada, Bangkok. En autobús nocturno tipo VIP. Parece
fácil. Salimos con una hora de adelanto y nuestras enormes maletas a coger un
tuc tuc que nos lleve a la estación de autobuses. Al poco rato pasa uno.
Anda mira, si conocemos al conductor, nos estuvo paseando ayer por el pueblo.
Lleva ya a un cliente y parece complicado que vayamos a caber 2 más y el
equipaje. Nos pide una cantidad desorbitada. Le intentamos regatear pero no se
deja y… ¡se va! No hay problema, seguro que viene otro….¿Seguro? Pasan 5
minutos, 10, 20….Ya vamos justas de tiempo. Voy a preguntar a los taxistas –
motoristas. No, no saben dónde hay tuc tucs y claro no pueden llevarnos con
nuestro equipaje. La situación es ya de urgencia. Se impone hacer autostop. Actividad
vetada para mí pero es o eso, o quedarnos tiradas, sin hotel ni autobús, ya de
noche y con un día de descuento para el fin de nuestro visado. Enseguida para un coche de tamaño mediano, nuevecito, el conductor tiene
cara de buena persona y, lo más importante, hay una niña pequeña en el asiento
de atrás. ¡No van a violarnos con la niña mirando! Le explicamos en inglés
robótico: “bus, late, Bangkok”. Responde: “ok, ok, ok” (por aquí siempre se
repite tres veces el ok, de China a Indonesia pasando por Nepal). Cargamos el
coche con las maletas y la niña ha de pasar al asiento delantero a los brazos
de su madre (¿creerá que la vamos a robar?) que intuyo está quejándose al marido, por qué no hemos
cogido la moto, estas farang (guiri en tailandés), etc. Esta normalidad es tranquilizadora. Nos
llevan raudos y veloces al autobús que va a Bangkok. ¡Nos han sobrado 15
minutos! ¡Qué majos son estos tailandeses! ¡A relajarse en el autobús de lujo! 20
asientos casi totalmente reclinables, espacio más que suficiente para las
piernas. Una azafata que nos da zumito, agua, café y magdalena. No está mal el
invento. Hasta logro dormir bastante y acurrucada de costado. La única pega es que
llega a las 4 y media de la madrugada a Bangkok, así, de repente, sin avisar,
los ojos aún pegados, el café sin tomar y estamos en una gran urbe que ya está
despierta y hay gente y movimiento por todas partes. ¡Menudo shock después de
la tranquilidad del Norte! Menos mal que hay unas chicas holandesas que ya se
lo saben y solo hay que seguirlas para coger un taxi a la ciudad. No sé cómo,
pero llegamos y hasta logramos un hostal decente donde recuperarnos y explorar la capital.
Nos quedamos en Bangkok un par de días de reencuentros con viajeros y de nuevas amistades. La ciudad, con su ruido y su bochorno, impacta al principio, pero,
al mirarla con calma, se descubren sus secretos ocultos.
Deslumbrante el oro reluciente del palacio real, entronando la influencia de un rey omnipresente, amado y respetado por todos los tailandeses (pisar un billete con su imagen es considerado delito).
Detalle del Palacio Real, Bangkok |
La ciudad aún no se ha recuperado del todo de las inundaciones de hace un par de meses. Queda
alguna calle encharcada y está presente en la memoria de los ciudadanos. Nos encontramos con una exposición fotográfica
recordando la tragedia. Imágenes en las que el desastre se entremezcla
con muestras de la solidaridad tailandesa.
Bangkok |
Bangkok es el contraste de la puesta de sol sobre los templos con las cumbres de los rascacielos, de la juerga nocturna de turismo desenfrenado con la calma de los monjes. Y, ¿cómo no?, lo especial de sus gentes,
hasta los tailandeses capitalinos siguen siendo amables, relajados y
sonrientes.
Bangkok |
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