domingo, 29 de abril de 2012

Camino al Everest

Jamás en mi vida pensé que iba a estar tan cerca de la cumbre del Everest. Y menos aún que iba a dormir en él. El Everest, Chomolungma (como lo llaman los tibetanos), el monte más alto del mundo, en una de las cordilleras más fascinantes, el Himalaya. Había visto reportajes, leído sobre ello, pero ni siquiera soñado con ir. Y, sin embargo, allí culminó mi estancia en China. Porque señores, hoy por hoy, el Everest (o gran parte de él) es China.

Entrada oficial al Everest desde el Tibet
El viaje al Everest es bastante estándar, uno no tiene alternativas en Tibet. Si se quiere obtener el necesario permiso del gobierno chino, hay que seguir un recorrido prefijado e ir con guía. Todas las agencias organizan más o menos las mismas paradas. En mi caso esto suponía que íbamos a pasar la noche en el campamento base del Everest. Mi grupo de viaje consistía en un jeep compartido con otra chica viajera de origen checo, el guía y el chofer tibetanos. La última parada, Shegar, un pueblecito tibetano que no saldría en los mapas si no fuera por ser la entrada y parada obligada de los viajeros antes de entrar en el Parque Natural del Everest. Allí tuve una agradable despedida del Tibet en compañía de otros viajeros y tibetanos de sobremesa en uno de los cuatro restaurantes del pueblo. Se formó una jam session entre una abuelita tibetana con su extraña guitarra y un joven hippy holandés y la suya,  interrumpidos a ratos por cortes de electricidad. Extraño y encantador momento a las puertas de Chomolunga, a 4.300 metros de altitud. En eso estaba cuando apareció mi guía para anunciarme que al día siguiente salíamos a las 4 y media para poder ver la salida del sol. El resto de grupos no tenían previsto semejante madrugón. Confié en mi guía y me retiré a dormir.

En Shegar a 4.300 metros

A la mañana siguiente, nos levantamos mi compañera checa y yo y nos vestimos a oscuras (seguía sin haber luz en el hotel) y tiritando (¿por qué si el hotel es nuevo y está a más de 4.000 metros no se les habrá ocurrido poner calefacción?). Unas barritas energéticas para tener algo en el estómago y...¡en marcha!  ¿En marcha? ¿Dónde están nuestro conductor y nuestro guía? ¡Será posible que les tengamos que esperar con el frío que hace y el sueño que tenemos! Pues sí, así fue, llegaron tarde y con calma...para luego emprender una carrera frenética contra el sol. Carrera bruscamente paralizada por...¡un atasco! Una fila de coches parados esperando para pasar el control militar chino. Parecía una película de guerra, noche profunda, estrellada, y nosotros esperando como fugitivos a que nos estamparan el salvoconducto en nuestros permisos. No nos pusieron pegas y subimos de nuevo al jeep. Nuestro conductor iba adelantando a todos  y el sol empezaba a asomar amenazante por el horizonte. La tensión en el interior del coche se podía cortar con un cuchillo. Mi amiga checa me lanzaba miradas de cómplice odio a nuestro guía. Por fin, ya de día, paramos en el mirador (nosotros y un montón de turistas más que no sé por dónde habían venido...). El sol recién salido, presentaba un espectáculo maravilloso. La cima del Everest se vislumbraba por encima de las nubes mañaneras como si estuviera flotando, suspendida en el aire y acompañada de sus hermanas pequeñas, los otros 8.000 metros del Himalaya. Impresionante. Mucho frío. Costaba hacer la fotografía de rigor. Había merecido la pena. Mi guía había acertado.
El Everest asomándose entre las nubes
Más tarde supe lo afortunadas que habíamos sido, no se ve el Everest todos los días, solo si se dan las condiciones meteorológicas adecuadas. Nuestro guía, fotógrafo aficionado, estaba igual de emocionado que nosotras. Mi presentación al Everest me había fascinado y seguíamos acercándonos. 
La carretera cada vez era más serpenteante y estaba menos asfaltada. El día muy despejado, nos permitía disfrutar de unas vistas maravillosas. A cada tanto parábamos para admirar el paisaje y pasar algún control más chino. Finalmente, llegamos al monasterio de Rongbuk, a 5.000 metros de altitud, el monasterio más elevado del mundo. Las vistas del monasterio con el Everest de fondo son de otro mundo.

Monasterio Rongbuk con el Everest de fondo
Ya sólo nos separábamos unos escasos kilómetros del Everest Base Camp. La carretera se hacía aún más abrupta, con hielo y algún riachuelo en el que los yaks disfrutaban de su baño admirando el Everest. Mágico.
Yaks bañándose en las proximidades del Everest
Ya casi estábamos en el campamento base, me acercaba a él con una mezcla de sentimientos, ilusionada y asustada a la vez, ¡el Everest me esperaba!

¿Has tenido el honor de estar cerca del Everest? ¿Qué sentiste?

2 comentarios:

  1. en que mes hiciste el viaje? que meses es recomendable?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo lo hice a finales de septiembre y estuvo muy bien, si bien es cierto que, según me comentaron viajeros que me encontré luego, la semana de antes y la de después no hubo tanta suerte con el tiempo. Es difícil de decir. Si estás planificando el viaje, te recomiendo este blog:
      http://inocuo.net/guia-tibet/

      Eliminar

¡Comparte tu opinión! ¡Este blog es también tuyo!