Una amiga se asombró hace tiempo cuando, al preguntarme
por mi día a día en Shanghai, comenté que iba a 3 horas de clase de
chino por las mañanas. ¿Cómo era entonces posible que no tuviera tiempo
para nada más (como escribir este blog)? Pues por eso, porque cada día
hay que superar alguna prueba para lograr cualquier objetivo por
insignificante que sea. La diferencia cultural es tan grande que, a
pesar de llevar ya un par de meses por estas tierras y de, por fin,
haber logrado que me entiendan 2 de cada 5 veces que digo algo (en lugar
de 1 de cada 10), siguen surgiendo pequeñas pruebas diarias a superar
cada día.
Colas en una estación de tren china. |
Ya solo me quedaba la
última prueba, llegar al albergue. Esto parecía que iba a ser sencillo,
puesto que, había renunciado a intentarlo en transporte público y me
disponía a coger un taxi. Rápidamente, me vi acechada por un grupo de
"taxistas a la espera". En toda estación china hay una hilera de taxis
parados esperando cazar al viajero despistado que, como no conoce las
distancias reales en la ciudad, está dispuesto a aceptar el precio
concertado que le ofrezcan tras un pequeño regateo.Dado que yo me negué a
aceptar ir sin taxímetro y la dirección a la que iba no les pareció lo
suficientemente lejana, me abandonaron pronto a mi suerte y me dispuse a
buscar un taxista en movimiento. No era fácil divisar taxis en
movimiento, así que, mis maletas y yo avanzamos un par de manzanas
(manzanas de gran capital, es decir, equivalentes a varias de capital de
provincias) hasta la siguiente esquina. Y sí, ya pasaba algún taxi,
pero no me querían llevar y negaban con la cabeza. Esta circunstancia no
era nueva para mí y, por tanto, la acepté resignada. Entiendo que los
motivos que llevan a un taxista chino a no querer llevarme pueden ser
varios.O bien prefieren no llevar a un laowai (extranjero) para evitarse
problemas, o bien, ya van de camino a otro servicio (el taxímetro no lo
ponen en marcha cuando llamas a un taxi hasta que te recoge) o bien
porque no pueden parar en ese punto (imposible predecir si el punto es
permitido o no, cuando para lo demás las normas de tráfico parecen ser
de poco valor). En esta ocasión, parece ser que la razón era la última,
ya que, vi como también rechazaban a unos chinos y ellos se movían a
otra zona de la calle. No obstante, para entonces mi agotamiento
empezaba a notarse y decidí dar otra oportunidad a esa esquina. ¡Y paró
un taxi! Por supuesto, no se bajó a ayudarme con las maletas pero, sí me
abrió el maletero enseguida. Sólo habían pasado otros 45 minutos. No
estaba mal. Ya estaban superadas las pruebas del día y pronto podría
deshacerme de mi incómodo equipaje en el albergue. Eso creía yo, pero
aún quedaban sorpresas. Haciendo alarde de mi sentido práctico de la
vida y de mi experiencia en China, llevaba escrita la dirección del
albergue. Lo malo es que quise haberla impreso pero en la tienda no
quisieron y, en lugar de ello, me la anotaron a mano en un papel. Si
leer caracteres es de por sí complicado, podréis comprender que entender
los que ha escrito alguien a mano (sin poner empeño en hacerlo) es
dificilísimo, por tanto, yo había asumido que estaba bien copiado y como
tampoco recordaba cómo se llamaba la calle, no me quedaba otra
alternativa más que entregarle la nota al taxista. El taxista empezó a
poner caras extrañas, yo le indiqué en chino que estaba cerca de Qianmen
(la puerta de entrada a la Ciudad Prohibida) y él confirmó que lo sabía
pero conforme íbamos avanzando en el atasco pequinés, se ponía más
nervioso, miraba el mapa, intentaba programar el GPS, volvía a mirar el
mapa, repetía el texto de la nota...pero no sabía dónde estaba. Así fue
como llegamos a pararnos en el atasco y sin saber si estábamos en la
dirección correcta. Yo le comenté que lo tenía en mi ordenador, y salí a
toda prisa del coche parado en la calzada, abrí el maletero, saqué el
ordenador y, mientras este se cargaba, el taxista emocionado, me anunció
que ya sabía dónde era, y, claro, el problema estaba en que mi anotador
había escrito un carácter mal y era otra palabra. Efectivamente, cuando
mi ordenador logró encenderse y cargar todas las aplicaciones, pude
abrir el mapita de la reserva y confirmar que la calle era la que mi
taxista había adivinado, no sin esfuerzo. Así pues, dimos la vuelta en
la avenida, y resultó que la suerte nos acompañaba, porque era justo la
calle de enfrente. Mi taxista esbozó una sonrisa de alivio y me comunicó
que esa era la calle. ¡Estábamos salvados! Comenzamos a adentrarnos en
la calle y ante mis ojos apareció el escenario de una película antigua
china. Resulta que la supuesta calle era un hutong o callejón típico de
Pekín.
Los hutongs se caracterizan por ser muy estrechos y la gente hace la vida en la calle. Puestos de pinchitos, artesanos varios, niños jugando, repartidores en bici, en moto, en carro... salían de todas las direcciones y cortaban el paso a nuestro taxi. Mi taxista empezó a agobiarse y cada 3 metros preguntaba por el número de la calle y obtenía la misma respuesta, que siguiera recto y ahí estaba (respuesta muy común en China). Y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir. Mi taxista golpeó un coche que estaba aparcado en el hutong. La primera reacción del dueño del vehículo en cuestión (que estaba dentro esperando vete-tú-a-saber-qué) fue decirle que no pasaba nada. A los dos segundos apareció en escena un anciano que aseguró que sí había daños en el coche, y unos segundos más tarde ya había todo un corro de gente mirando y opinando, y mi taxista (bastante tímido) y el dueño del coche discutiendo. Aquello se alargaba y cada vez venía más gente, así que, salí del taxi y les dije en chino "me tengo que ir" y, ya teníamos el cuadro completo. Espectáculo insuperable en el vecindario, un accidente, una discusión y ¡un laowai que intenta hablar chino! Menos mal que mi taxista era de los que rehuyen el enfrentamiento y, al verme (y de paso recordar mi existencia y la de mis maletas), optó por entregarle un billete al dueño del coche supuestamente dañado y así continuamos el camino. Aún tuvimos que ceder el paso a coches que venían de frente, observar cómo una moto se obstinaba absurdamente en no cedérnoslo a nosotros, esquivar unos niños jugando y cuando ya se divisaba el otro extremo de la calle (que realmente era por el que deberíamos haber entrado), le grité a mi taxista un "dao le!" (¡hemos llegado!) y me despidió rápidamente, esta vez, bajándome el las dos maletas. Como diría el GPS "ha llegado a su destino". Tras 3 pruebas y casi 3 horas más tarde.
Ya os podéis hacer una idea de mi día a día en China. No me da tiempo a nada y menos aún a aburrirme.
Un hutong de Beijing. Este es más ancho que el de mi hostel. |
Los hutongs se caracterizan por ser muy estrechos y la gente hace la vida en la calle. Puestos de pinchitos, artesanos varios, niños jugando, repartidores en bici, en moto, en carro... salían de todas las direcciones y cortaban el paso a nuestro taxi. Mi taxista empezó a agobiarse y cada 3 metros preguntaba por el número de la calle y obtenía la misma respuesta, que siguiera recto y ahí estaba (respuesta muy común en China). Y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir. Mi taxista golpeó un coche que estaba aparcado en el hutong. La primera reacción del dueño del vehículo en cuestión (que estaba dentro esperando vete-tú-a-saber-qué) fue decirle que no pasaba nada. A los dos segundos apareció en escena un anciano que aseguró que sí había daños en el coche, y unos segundos más tarde ya había todo un corro de gente mirando y opinando, y mi taxista (bastante tímido) y el dueño del coche discutiendo. Aquello se alargaba y cada vez venía más gente, así que, salí del taxi y les dije en chino "me tengo que ir" y, ya teníamos el cuadro completo. Espectáculo insuperable en el vecindario, un accidente, una discusión y ¡un laowai que intenta hablar chino! Menos mal que mi taxista era de los que rehuyen el enfrentamiento y, al verme (y de paso recordar mi existencia y la de mis maletas), optó por entregarle un billete al dueño del coche supuestamente dañado y así continuamos el camino. Aún tuvimos que ceder el paso a coches que venían de frente, observar cómo una moto se obstinaba absurdamente en no cedérnoslo a nosotros, esquivar unos niños jugando y cuando ya se divisaba el otro extremo de la calle (que realmente era por el que deberíamos haber entrado), le grité a mi taxista un "dao le!" (¡hemos llegado!) y me despidió rápidamente, esta vez, bajándome el las dos maletas. Como diría el GPS "ha llegado a su destino". Tras 3 pruebas y casi 3 horas más tarde.
Ya os podéis hacer una idea de mi día a día en China. No me da tiempo a nada y menos aún a aburrirme.
¿Has estado o estás por China? ¿Tienes esta misma sensación? ¡Cuéntanosla!
Jejeje, apasionantes las aventuras de un día cualquiera en China. Pekín, donde nosotros aterrizamos, también supuso varias aventuras traumáticas para nosotros, incluído un timo. En fin, como tú dices, no te aburres.
ResponderEliminarPor cierto, si puedo dejar una humilde sugerencia, creo que atraería a más lectores un tamaño más reducido para las entradas (o condensando o dividiendo la información). La gente hoy en día no dedica mucho tiempo a leer... así que sólo lo harán los amigos y familiares (y ni eso...). Bueno, cada uno tiene su estilo y sus objetivos, así que quizá el consejo no te sirva. En cualquier caso, feliz estancia en China!
Tienes razón, me enrollo demasiado...intentaré ser más breve. Gracias por el consejo y espero haberte enganchado pese a todo!
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