La jornada empezó muy temprano en el Campamento Base del Everest y culminó, ya de noche, en la capital de un nuevo país para mí, en Katmandú, Nepal. Así fue cómo ocurrió.
Dejando atrás el Everest, mi compañera checa, el guía y el chofer tibetanos y yo, emprendimos un frenético viaje para llegar a la frontera con Nepal antes de que cerrará a las 15 horas. No había tiempo que perder. En el trayecto observamos a los niños tibetanos acudir en grupo al colegio chino, cubiertos del polvo del camino, pero felices. Desayunamos en Old Tingri, con unas inmejorables vistas al Everest y las cumbres de sus hermanos pequeños. A continuación, sin previo aviso, el jeep se desvió campo a través por un atajo. Y así, entre bote y bote, fuimos despidiéndonos del Himalaya. Conforme descendíamos en altura, el paisaje se iba transformando, dando paso a una cordillera frondosa y a una serpeante carretera, muy perjudicada pero asfaltada, con pequeñas cascadas de agua brotando de las montañas (reminiscencias de la recién acabada temporada de lluvias). Ver tanto verde después del árido paisaje tibetano fue un regalo para los ojos.
El último de los pueblos del Tibet (Zhangmu), y por ende de China, recuerda un poco a un típico pueblo de montaña europeo, con empinadas calles y flores en los balcones. Cambiados los últimos yuanes a moneda nepalí, el guía nos acompañó en el paso fronterizo. Los guardias chinos nos miraban desconfiados (sobre todo a nuestro guía, claro está), y nos pidieron los papeles en más de una ocasión, incluso ya pasada la pertinente inspección. Registraron el equipaje en busca de libros prohibidos, que no encontraron (a un amigo de otro grupo sí le confiscaron la guía Lonely Planet del Tibet). Cruzamos un puente a pie, lleno de soldados de ambos lados, gentes cargadas esperando y diversos puestos ambulantes (yo tenía miedo de pararme por si me hacían volver) y...¡Namaste!¡estábamos en Nepal! Eran poco más de las 13 horas, ¡misión cumplida!.
Últimas montañas del Tibet |
Último tramo de la carretera a la frontera nepalí |
En la frontera nepalí, todo facilidades y sonrisas. Por favor, pague usted el visado en dólares, eso de los euros no nos gusta nada porque nuestra cuenta es en dólares (¿?) y le le vamos a cobrar más (que es lo que me pasó). Al salir de allí, empezaba lo difícil, había que buscar un medio de transporte para llegar a la capital. Nos empezaron a acosar diferentes individuos ofreciéndose para llevarnos en sus vehículos. Primera confrontación con la cultura nepalí. Todos chapurrean inglés, son muy negociantes y, a diferencia de los chinos, acostumbrados a tratar con los turistas. También son muy distintos entre sí. La mezcla de razas es increíble. Los hay que recuerdan a los tibetanos, otros a los indios y hasta a los chinos. Nos pedían una fortuna por llevarnos a Katmandú. ¿Por qué? Era la festividad de Dasain y en ella todo buen hindú debe volver a casa para recibir la tika o bendición del paterfamilias. El autobús público dejaba a las afueras y con la festividad iba a ser complicado llegar desde allí al centro. Mi amiga checa se abstenía de opinar, al haberle fallado el cajero, estaba a expensas de mí y mi dinero, pero sí me apremió con un "si no nos damos prisa, tendremos que ir en el techo del autobús", que yo entendí como una exageración, pero que más tarde comprobé se ajustaba a la realidad. Cansada del viaje y con tantos inputs nuevos, era difícil pensar con claridad. Finalmente, acepté ir con el primero de los transportes disponibles, un señor y su furgoneta - camioncito. Mi amiga checa, el conductor, mi trolley y yo embutidos en la parte delantera, en la trasera, un tibetano huído para darle más emoción (según me explicó con su medio chino), y tres mujeres nepalíes. La maleta grande, junto con otros bártulos, atada en lo alto. Empezó el viaje, seguramente el más arriesgado de mi vida, aunque por entonces yo sólo lo sospechaba.
Viniendo de China, Nepal me pareció una vuelta atrás en el tiempo (aún más). La carretera (sería más exacto decir el camino), en ocasiones, desaparecía. Acababa de terminar el monzón y aún no había sido reparada. Un grupo de españoles que había conocido en el Everest provenientes de Nepal me había explicado que su autobús había tenido que interrumpido el viaje y habían recorrido los últimos kilómetros a pie. Con mis dos maletas, yo no iba a poder, tendría que liberarme de una. Intentaba no pensar en eso y disfrutar del paisaje entre los saltos y brincos. Avanzábamos y eso era mucho. Pequeñas fuentes naturales brotaban de los bordes del camino y formaban grandes charcos. Los nepalíes las aprovechaban para asearse. Todo tipo de animales domésticos y alguna vaca despistada cruzaban las calles a su antojo. Un divertido caos de gentes y colores, algunas con traje tradicional, a pie o en algún transporte imposible como el techo de los autobuses. Como decorado un hermoso paisaje de verdes montañas con una garganta con un río al fondo.
Atasco camino de Katmandu |
Viniendo de China, Nepal me pareció una vuelta atrás en el tiempo (aún más). La carretera (sería más exacto decir el camino), en ocasiones, desaparecía. Acababa de terminar el monzón y aún no había sido reparada. Un grupo de españoles que había conocido en el Everest provenientes de Nepal me había explicado que su autobús había tenido que interrumpido el viaje y habían recorrido los últimos kilómetros a pie. Con mis dos maletas, yo no iba a poder, tendría que liberarme de una. Intentaba no pensar en eso y disfrutar del paisaje entre los saltos y brincos. Avanzábamos y eso era mucho. Pequeñas fuentes naturales brotaban de los bordes del camino y formaban grandes charcos. Los nepalíes las aprovechaban para asearse. Todo tipo de animales domésticos y alguna vaca despistada cruzaban las calles a su antojo. Un divertido caos de gentes y colores, algunas con traje tradicional, a pie o en algún transporte imposible como el techo de los autobuses. Como decorado un hermoso paisaje de verdes montañas con una garganta con un río al fondo.
Atravesamos varios puestos militares que nuestro chófer sorteaba con una
amplia sonrisa y unos papeles. Hubo momentos de tensión, como cuando por el estrecho paso con precipio
teníaimos que esquivar a un coche que venía de frente (el video recoge alguno parecido) . En esos momentos me
tranquilizaba pensar que no había motivos para suponer que nuestro
conductor tuviera instintos suicidas. Tras un enorme atasco en que se puso el sol y aprovechamos para intentar comunicarnos con el resto de pasajeros, por
fin, llegábamos a Thamel, el barrio más céntrico y turístico de
Katmandú.
Mi primer paso fronterizo a pie no había estado exento de emociones. La aventura nepalí no había hecho más que empezar.
¿Has atravesado algún paso fronterizo similar? ¿Cómo fue?
Tienes razon, las impresiones son muy similares. deberiasd tener la opcion para poder seguir tu blog pues me parece muy interesante. un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Carmelo. Sí puedes seguir el blog!! A la derecha tienes para suscribirte por correo o seguirme en twitter, también me encuentras en Facebook, ¿qué echas en falta?
Eliminar