jueves, 2 de febrero de 2012

Primeros pasos en China

China, el gigante asiático, el país de los grandes contrastes y drásticos cambios, en el que cualquier movimiento social insignificante se magnifica por el tamaño de su población, y la censura y el arte de la falsificación hacen que nada sea lo que parece. Con su historia y cultura milenarias rápidamente aniquiladas en la revolución cultural de los 60 – 70 y recientemente sustituidas por una incipiente sociedad de consumo y pseudo - capitalismo agresivo. Una nación a la que miran, admiran y recelan por igual el resto de naciones del mundo, conscientes de su creciente poder. Esa es China y allí quise ir para vivirla y conocerla en primera persona.
Me decidí por Shanghai, la capital económica de China y el modelo de la nación futura. 



Y comencé por apuntarme a un curso de chino en una de las universidades de mayor prestigio de la ciudad y del país. Ya había estudiado un par de años en España, así que, me atreví con el tercer nivel (yo y la china que me examinó, claro). Y allí tuve mi primera sensación "Lost in Translation". Imaginaros una clase con 20 estudiantes orientales y una diminuta profesora china hablando rápidamente en mandarín. Por supuesto, me senté junto al único occidental que vi, y que resultó ser un americano de mediana edad, afincado desde hacía 4 años en Shanghai y que... ¡lo entendía todo! Pero no lo leía. ¡Y menuda velocidad desplegaba la maestra china escribiendo caracteres en el ordenador y mostrándolos con el proyector! Cuando ella ya iba por el cuarto caracter, yo seguía intentando trazar el primero y aún pensaba el significado del anterior. ¡Qué estrés! El americano duró un día. Bienvenidos al sistema educativo chino: una lección, un día y 40 caracteres nuevos. Sin vuelta atrás. Sin preguntas. Tremendo. 
Mis compañeros asiáticos (coreanos y japoneses) parecían enterarse de todo. Y me tenían miedo, o timidez, o me tomaban por tonta, o por rara, o qué-se-yo, pero no me hablaban (menos mal que encontré españoles en otros grupos para poder comentar la jugada). Hasta que un coreanito dio el paso y la solución. Le pedía diariamente los apuntes a la profesora y me los enviaría. A mí y a un inglés, que entre lo perdido que iba y lo bajito que era, yo aún no había vislumbrado. ¡Ya podía repasar en casa entendiendo lo que leía!


Y poco a poco fui dándome cuenta de que mis compañeros no eran tan listos. La profesora repetía lo mismo hasta la saciedad. Y los coreanos descubrieron lo barata que estaba la cerveza en China. Y empezaron a faltar y a dormirse en clase. Porque sí, está socialmente admitido en la cultura asiática dejar caer la cabeza sobre el pupitre para echar una cabezadita en plena lección. Empezaba a dejar de ocupar el último puesto en la clase. Hasta que tuve mi primer gran choque cultural con la intransigencia china. La profesora ya no quería darme los apuntes. No era justo para el resto. ¿Cómo? ¿Yo no podía interrumpir la clase para preguntar pero tampoco tener un refuerzo para casa? E hice lo peor que podía haber hecho y, sin saberlo, con testigos. Dos coreanitas que nos escuchaban desde el fondo del aula con la boquita en forma de "o" y los ojitos abiertos como platos, como en un dibujo manga. Me enfrenté a la profesora y le exigí los apuntes porque, al fin y al cabo, yo pagaba ese curso. Acabó accediendo ese día. Pero mi triunfo duró poco. Tras recibir un correo preocupado del coreano (que no había ido ese día a clase pero le había llegado la onda y me preguntó como portavoz del resto) y tranquilizarle diciéndole que no estaba ya disgustada, comprendí que había causado un drama. Y, efectivamente, la profesora, que, a sus ojos, había perdido el honor, se vengó no volviendo a escribir en clase. Sin apuntes que llevarme ya no me los tenía que dar. Fin del problema y primera lección aprendida, en China no se puede cambiar el sistema y cuidado con avergonzar a un chino.

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2 comentarios:

  1. Cuenta,cuenta...Como sigue la historia que nos tienes a todos tus fans intrigados.

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